Albert Camus nos muestra con su obra como el hombre ha de asumir que su vida en si es absurda y por ello debe vivir cada momento de su existencia con pasión sin esperar un más allá que no existe. Nos enseña que hay que vivir el presente pues el futuro es incierto, aunque el futuro del hombre tiene un final cierto.
Palabras clave: absurdo, extranjero, rebelde, nihilismo
Contenido
1. Introducción
El objetivo de este
trabajo pretende mostrar una original exigencia moral filosófica-humanista
presente en la obra del escritor franco-argelino Albert Camus. Moral que
pretendería ser respuesta de un renacer y afirmación positiva de la vida y el
hombre frente a la aniquilación, el nihilismo que parece ser inherente, según
dejará vislumbrar Camus, al espíritu el devenir humano. De esta forma, en este
trabajo nuestra intención sería poner de relieve una reflexión ética que se
define a raíz de los límites de la existencia humana descubiertos por la acción
emancipadora de la rebelión, que se señala a su vez, como un proceso efectivo
contra el menos cabo de la dignidad en los hombres y mujeres. Por eso intentamos
dar cuenta de una desengañada comprensión del hombre centrándonos en algunas
obras del escritor franco-argelino, estas obras son: El Mito de Sísifo (1942),
El extranjero (1942) y El hombre rebelde (1951), también
utilizaremos a modo de referencia otras obras del autor y bibliografía
secundaria referente a la obra de Camus y al nihilismo.
En
cada una de sus obras literarias Camus nos muestra un modo diferente de
rebeldía frente al absurdo, este se hace presente a través de distintos
personajes que tienen en común la carencia de toda fe, aunque su enfrentamiento
a ella varía, en torno a la desesperación, la indiferencia o la lucha. Según Camus, lo absurdo surge al tomar
conciencia de que el destino del hombre se inscribe en el tiempo y desde su
nacimiento, el hombre avanza irremisiblemente hacia su muerte. El hecho de que
haya nacido parta morir convierte su situación inevitablemente en absurda. Lo
es además porque, de forma innata, el ser humano busca un sentido a la vida y
no para de chocar contra la irracionalidad del mundo. Para nuestro escritor, no
cabe considerar la idea de una verdad superior que daría un sentido a la
existencia, solo tenemos una vida y nada más. Para terminar, debemos añadir que
las acciones humanas son vanas. Los hombres repiten cada día los mismos gestos
sin un propósito. Su vida entera no es más que una sucesión de costumbres que
lo llevan a la muerte. Al adquirir conciencia de la muerte, el hombre
experimenta la angustia y el absurdo, pero no puede eludir la finitud; es
necesario rebelarse ante los absolutos metafísicos.
Por lo tanto, nos surgen
preguntas como: ¿para qué gastar energía y aceptar los sufrimientos que genera
la existencia si, aun así, estamos destinados a morir? Camus abordará esta
problemática en su obra, en este pequeño ensayo intentaremos acercarnos a la
respuesta que nos da.
2. El Mito de Sísifo
Existió
un hombre que engañó a los dioses y fue castigado con un trabajo absurdo que
debía repetir durante toda la eternidad. En su lecho de muerte, Sísifo le
ordenó a su mujer que no sepultara su cuerpo por ningún motivo. Cuando
descendió al Tártaro y tuvo su juicio frente al Hades, el difunto pidió una
última oportunidad de regresar al mundo de los vivos para castigar a su mujer
por no realizar los ritos mortuorios pertinentes. Después de regresar a la luz,
huyó a tierras lejanas y se reyó del dios del Hades. Así firmó su condena
puesto que nadie escapa a su destino y menos se burla de una deidad.
El
castigo de Sísifo consiste en empujar una piedra hasta la cima de una montaña.
Cuando llega a la parte más alta, la roca cae por su propio peso y todo se
vuelve a iniciar. Parece una cosa fácil, pero no hay descanso, pausa o fin.
Albert
Camus toma el mito de Sísifo como una metáfora de la existencia humana. De esta
forma sostiene que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin
esperanza. Esto es la decadencia y el nihilismo de la sociedad.
Camus
trabajó en un periódico durante un tiempo. Tenía un cargo nada interesante, mal
pagado y lejos de su hogar. Por aquel entonces vivía en un hotel de poca
categoría. El único mueble, además de la cama, era un escritorio donde se
sentaba a reflexionar y escribir sobre lo infeliz que era su vida. Fue en esas
noches de desasosiego que desarrolló su pensamiento sobre lo absurdo. Así como
Sísifo, el escritor franco-argelino estaba condenado a una rutina fútil y sin
esperanza. Sin embargo, invita a sus lectores a que se imaginen un Sísifo
feliz, ya que, a fuerza de repetir constantemente los mismos gestos, toma
conciencia de lo absurdo de su misión y, al mismo tiempo, del precio su
existencia. A partir de ahí, aprende a amar su tarea y a encontrar un interés
en ella. Sísifo es feliz no porque remotamente espere una suspensión de su
castigo, sino por su lucidez, Sísifo es feliz cuando regresa al pie de la
colina y ve claramente su destino, lo conoce y en ello reside su triunfo sobre
los dioses, hay una certeza en su futuro que él asume y esto le da
tranquilidad, ya conoce sus límites. El superhombre nietzscheano también tiene
ese rasgo, cuando, en resumidas cuentas, finitud es una característica
imprescindible del nihilismo desde que el hombre es plenamente consciente, ya
sin ataduras divinas ni promesas imposibles, de su propia mortalidad. Así,
Camus propone al ser humano que busque su felicidad en lo absurdo de su día a día,
al igual que Sísifo. Todo hombre absurdo puede hallar placer en una actividad
inútil, ya que le hace ser el mismo y en correspondencia, feliz. De este modo
afirma Camus respecto a Sísifo:
Toda la alegría
Silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su
roca. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace
callar a todos sus ídolos. […] Llamamientos inconscientes y secretos,
invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio
de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El
Hombre absurdo dice “sí” y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino
personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al
que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, se sabe dueño de sus días.[1]
Camus
vincula lo absurdo con términos antitéticos que polemizan enfrentados,
afirmando en El mito de Sísifo que
“lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el
silencio irrazonable del mundo”[2]
El
desarrollo de este concepto va ligado al sinsentido de la vida en un mundo en
que el hombre se encuentra arrojado, sabedor de que la muerte es la única
certeza irrefutable; hecho este que ocasiona una terrible angustia, ya que,
como proclama Nietzsche: “Dios ha muerto”. Tal afirmación conlleva una
secularización de la sociedad y una caída de los fundamentos morales vigentes;
en definitiva una marcada ausencia de fe y un profundo vacío existencial.
Albert Camus, gran lector de Nietzsche, piensa que, una vez asumidos el temor a
la muerte, la soledad en un mundo que no responde a las cuestiones
fundamentales y el desmoronamiento de las creencias en la eternidad y los
absolutos, solo nos queda reflexionar sobre si la vida vale o no la pena. En el
ensayo sobre El mito de Sísifo Camus
comienza con estas palabras:
No hay más que un
problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzga si la vida vale o
no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.
Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o
doce categorías, viene a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que
responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser
estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa
respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo.[3]
Camus
busca enfrentar al lector con su realidad, con su condición humana, esto es con
la muerte y con el absurdo. El suicidio es elegir el absurdo, porque el absurdo
es la muerte. Si uno elige el suicidio, se queda esperando el absurdo en un
mundo absurdo carente de sentido y de racionalidad. Lo único que le queda al
ser humano es hacerse, al igual que Sísifo, dueño de su destino, de su vida.[4]Buscar
la felicidad con aquello que tiene en cada momento, olvidándose de la esperanza
y la alegría eterna que no existe. Le queda a los hombres conformarse con el
presente porque es de aquello que pueden ser dominadores el futuro está
dominado por la muerte. Para demostrarnos esta máxima, nuestro autor crea casos
que sobrecojan al lector, portándolos al límite de sus miedos. Todo para
hacerle presente la tragedia de la muerte, la absurdez de este hecho, que todos
tenemos que afrontar tarde o temprano. Todo para demostrarnos que el hombre
vive inmerso en el absurdo y eso lo tiene que afrontar, cada uno desde su punto
de vista particular.
3. El extranjero
Una
de las primeras cosas que me gustaría destacar de esta novela de Camus es la
filosofía que encarna su protagonista Meursault, tendrá como punto de partida
la idea de que no hay un Dios que resguarde y guíe el camino del hombre, sino
por el contrario este deberá regir su vida desde sí mismo, rigiéndose por sus
propias leyes. En el dialogo entre Meursault y el capellán en la parte final de
la novela podemos encontrar:
“¿por qué”, me dijo, “rehúsa
usted mis visitas? Contesté que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien
seguro y le dije que yo mismo no tenía para qué preguntármelo; me parecía una
cuestión sin importancia. […] “No tiene usted, pues, esperanza alguna y vive pensando
que morirá por entero?” “Sí”, le respondí.
Bajo entonces la cabeza y volvió
a sentarse. Me dijo que me compadecía. Juzgaba imposible que un hombre pudiera
soportar esto. Yo sentí solamente que él comenzaba aburrirme.[5]
De esta manera, Meursault partirá desde el
mismo punto que Nietzsche y Sartre: el hombre está solo en la tierra y debe él
mismo forjar sus valores.[6]
Precisamente este personaje, Meursault, es un extraño que vive en un mundo
propio sustentado en el automatismo de una vida ordinaria y sin trascendencia.
Donde es tal su desarraigo con la moralidad existente, que incluso la muerte de
su madre para él quedará reducido a un mero acontecimiento que no altera
prácticamente su rutina habitual: “Pensé que después de todo era un domingo de
menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a reanudar el trabajo y que, en
resumen, nada había cambiado”.[7]
Todos
estos sentimientos se ven reflejados en la obra El extranjero. Él mismo es el extraño, el forastero de este mundo.
Tanto Camus como el protagonista Meursault aborrecen la sociedad, la sociedad
de la que forman parte. Meursault se da cuenta de que es un hombre absurdo por
la extrañeza ocasionada por el mundo y la humanidad. Tal extrañeza es percibida
por él tanto a nivel social como individual. Nuestro protagonista se asombra en
el momento en que algunas personas
muestran hacia él un gesto de acercamiento humano; por ejemplo, cuando los
amigos de la madre le tienden la mano después de una noche de velatorio; o cuando Raimundo Sintés, su vecino, decide
tutearle. Además de saberse desubicado, se siente extraño consigo mismo, por
eso se irrita al tener que identificarse en el juicio, como si le pesara su
propia identidad. Entonces podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el valor principal
que Meursault impone durante todo el transcurso de la novela? Podemos ver en
esta obra claramente a un hombre indiferente e insensible. Acaba de morir su
madre pero no puede sentir nada. Conoce a una mujer hermosa y no sabe si la ama
o solo pasa el tiempo con ella. Tampoco tiene interés por viajar y las expectativas
de un trabajo mejor, cuando el jefe le ofrece dirigir la sucursal de París: “Dije
que sí, pero en el fondo me era indiferente”[8]. Meursault
dejará entrever que habrá sido aquella misma indiferencia la que le permitirá
matar al árabe. Meursault dice: “Pensé en ese momento que podía tirar o no
tirar y que lo mismo daba[9]. Así
transcurre la vida de un extranjero de la humanidad, dejándose arrastrar por la
corriente porque su voluntad se ha nulificado.
Nuestro
protagonista intenta combatir el absurdo mediante la indiferencia, reconoce el
absurdo vital y se entrega a él. A diferencia de otros personajes, se siente
extranjero, porque se abstiene de juzgar a los demás. Por el contrario, se sabe
juzgado en el velatorio de su madre por los ancianos de la residencia, al igual
que sus dos vecinos, Salamano y Raimundo, son juzgados por terceros: uno por
maltratar a su perro y el otro, por agredir a su pareja. Para juzgar es
necesaria una escala de valores de la que carece este personaje. Como consecuencia,
convierte en equivalentes todas las
experiencias: para él, tiene el mismo valor consolar a Salamano por la pérdida
de su perro que matar a un árabe. No cabe duda que este modo de comportarse
entraña una actitud dual y paradójica, propia de la expresión del absurdo: su
acción no se corresponde con su pensamiento.
No
manifiesta ninguna culpabilidad por el asesinato que ha cometido; cuando lleva
un periodo de tiempo en la cárcel, afirma que uno se habitúa a todo y allí no
era infeliz; y, al conocer su sentencia de muerte, la acepta con resignación.
Meursault
con esta actitud, pareciera distanciarse tanto del pensamiento de Nietzsche
como de Sartre. Con el primero, ya que para Nietzsche es primordial que el
hombre, desde el nihilismo, cree sus propios valores, defendiendo una filosofía
en la cual el ser no puede “agotarse” ante el vacío, exigiendo tras esto la
superación de sí mismo y no una pertinaz indiferencia. Y, con Sartre, el
problema aún es mayor, ya que para este la acción es uno de los caracteres más
relevantes de su filosofía, pero además incorpora a la primera el rasgo moral,
tan desvalorado por Nietzsche. Meursault en ningún momento, como quiere Sartre,
se cuestiona “¿qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo?” Sino por el
contrario, experimenta una insensibilidad ante la naturaleza de sus actos.[10]
Meursault,
por tanto, como hemos dicho más arriba, es un extranjero entre quienes lo
rodean, ajeno a las convenciones sociales. Pero su rebeldía se pone de
manifiesto cuando el juez y el confesor pretenden convertirlo en un extraño
para sí mismo e intentan convencerlo para que acepte su culpabilidad y pueda
así redimirse. Sin embargo, él está dispuesto a morir quijotescamente sin
traicionarse a sí mismo y siendo dueño de su verdad: el desinterés por los
valores, el predominio de los instintos naturales en contraste con los
sentimientos el vivir hasta el último momento gozando de la inmediatez
sensorial sin cuestionarse por un momento que haya un más allá, sin esperar
nada, nada que el futuro pueda deparar:
En ese momento y en
el límite de la noche, aullaron las sirenas. Anunciaban partidas hacia un mundo
que ahora me era para siempre indiferente. Por primera vez desde hacía mucho
tiempo pensé en mamá. Me pareció que comprendía por qué, al final de su vida,
había tenido un “novio”, por qué había jugado a comenzar otra vez [eterno retorno nietzscheano][11].
Allá, allá también, en torno de ese asilo en que las vidas se extinguían, la
noche era como una tregua melancólica. Tan cerca de la muerte, mamá debía de
sentirse allí liberada y pronta para revivir todo. Nadie, nadie tenía derecho a
llorar por ella. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta
tremenda cólera me hubiera purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de
esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la
tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan
fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía.[12]
En
Camus, subyace la paradoja de la muerte revitalizadora: la presencia acechante
de la finitud induce a vivir y no a lamentarse de haber nacido.
4. El hombre rebelde
Albert
Camus se sintió extranjero en París, sufrió el nihilismo y el absurdo, padeció
tuberculosis crónica y una soledad implacable. Afrontó todos los problemas que
acarrean una nueva realidad en un país nuevo. En esos momentos se preguntó si
el suicidio era la única forma de vencer el castigo de Sísifo. A punto de
rendirse se dio cuenta que la única manera de vencer es rebelarse, y de ahí
surge la que podríamos considerar su obra más importante El hombre rebelde.
Camus
comenzó a escribir su ensayo El hombre
rebelde a la par que su obra de teatro Los
Justos (1950), estas están íntimamente relacionadas[13].
El ensayo se publicó en 1951 y provocó largas polémicas con la prensa de
extrema izquierda. Un violento ataque de la revista Les temps modernes supuso la ruptura con Sartre[14].
La respuesta de Camus podemos encontrarla en las Lettres sur la révolte[15].
La tesis acusadora consistía básicamente en sostener que estar a favor de la
naturaleza, antítesis como tal de la historia y la praxis, sitúa a Camus en un inmovilismo
y una pasividad que favorece al poder reaccionario.
El
autor de La Peste, en esta obra nos
habla primero de esos rebeldes por razones metafísicas que desde un sentimiento
de absurdo se dirigen contra toda creación. Más tarde emprende la larga tarea
de explicarnos cómo esa rebeldía inicialmente individual pasa a manos de la
colectividad cuando, una vez muerto Dios, le queda al hombre una historia para
comprender y construir.
El mal que
experimentaba un solo hombre se
convierte en una peste colectiva. En nuestra prueba cotidiana la rebelión
desempeña el mismo papel del “cogito” en el orden del pensamiento: es la
primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un
lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego
nosotros somos.[16]
Esa rebeldía no ha de confundirse con la
revolución socio-política. Es la rebeldía que nos enseñan los mitos, nuevos y
antiguos, la aceptación de los límites y la unidad con la naturaleza: es el
principio para formular una ética basada en la fraternidad y la justicia.
“Rebeldía”
en Camus es un término equivoco y como hemos dicho nada tiene que ver con la
violencia. “Rebelarse” es elevar una protesta para, en definitiva, comprender y
aceptar. Los “rebeldes míticos” que nuestro autor nos pone como ejemplos
afirman la tierra y solo se alzan contra lo que pretende aminorar su papel,
menoscabar su realidad: los imposibles,
el Todo, lo eterno. Su rebeldía es por encima de todo, conocimiento de los
límites, sentido de la mesura y rechazo de todo aquello que busque superarlos.
La
rebeldía no es la lucha contra los límites sino, al contrario, el combate contra
lo que nos empuje a abandonar esa paradoja y nos proporcione una salida fácil.
Aceptando los límites llegaremos a ser nosotros mismos, en la identidad y la
unidad con el universo.
Albert
Camus se muestra contundente. La falta de un futuro esperanzador nos paraliza y
nos deshumaniza. ¿Será que estamos llegando a un punto donde el mundo esté tan
mal que todos nos transformemos en seres sin sentimientos o esperanzas?
Elegir
la historia es por tanto y en contra de lo que pueda parecernos, optar por el nihilismo.
Eso es lo que distingue la rebeldía de la revolución. La primera reivindica la
unidad, es creadora, busca la superación continua; la segunda desea la
totalidad, es nihilista, solo actúa en la esperanza de llegar a ser un día,
solo sabe destruir y solo puede abrigar en su seno la creación si se atiene a
una regla que equilibre su frenesí histórico.
Parten,
pues, Nietzsche y Camus de unos mismos presupuestos[17].
Pero la rebeldía de Nietzsche es interior, late hasta un estallido: exalta la
vida hasta la infinitud. Es una rebeldía por la máxima liberación, por un
superhombre. La de Camus, sin embargo, se encaja en una humanista visión del
mundo, baila al compás de lo social, se vuelca a un exterior concreto, insta a
un disfrute de lo juicioso.
5. Conclusión
Lejos
de sugerir a los hombres que se resignen a sufrir su condición, Albert Camus
les recomienda que sean lucidos, es decir, que reconozcan lo absurdo de su
existencia. Para nuestro autor la mejor respuesta a lo absurdo reside en ser
conscientes de ello y aceptarlo. Su filosofía se niega adoptar las otras dos
soluciones que el hombre podría contraponer a lo absurdo como vía fácil: el
suicidio como respuesta a la falta de sentido de la vida y la religión como
intento de darle sentido. Según Camus, hay que ser un hombre absurdo. Esto
implica vivir intensamente dejándose llevar por la pasión, luchar para mantener
la libertad y afrontar la irracionalidad de la condición humana a través de la
rebelión.
Así,
antes que nada, nuestro autor invita al ser humano a que acumule experiencia y
a que la viva de lleno, con pasión. Sin embargo, esta necesidad de experimentar
la mayor cantidad de cosas posibles no lo legitima todo. De hecho, se ha de
establecer un límite para todos los actos: el humanismo que se basa en el reconocimiento
de un valor inviolable, el de la naturaleza humana. En efecto, Albert Camus
pide a sus semejantes que luchen por un mundo más justo y que se comprometan a
crear una sociedad más justa, donde los derechos de todos los hombres y mujeres
se respeten. Camus durante toda su vida se implicaría en diversas causas,
siempre a favor de la justicia. Cuando pide a los ciudadanos del mundo que
adopten el valor de la justicia y que esta le sirva de guía, lo hace
descartando el crimen como medio de poder llegar a una finalidad. Nos dirá en El hombre rebelde: “No hay que matar, ni siquiera para impedir que se
mate, hay que aceptar el mundo tal como es, negarse a aumentar la desdicha,
pero consentir en sufrir personalmente el mal que contiene”[18].
Cuando
nuestro autor nos habla de la libertad que debemos mantener, nos la define como
un rechazo a dejarse atrapar por la rutina y los prejuicios. La rebelión que él
predica nace de un cuestionamiento constante del individuo ante la vanidad de
su existencia, y gracias a esa sublevación el ser humano se ve obligado a ir al
límite de sus capacidades y a superarse.
Su
rechazo de los absolutos no realza al hombre sino que le hace consciente de sus
limitaciones. Una rebeldía tal, inscrita en lo microcósmico, para muchos, no
pasará de constituirse en un formulario para habitar el mundo. Esta rebeldía no
será considerada propiamente filosofía.
Claro
está que nuestro autor no se afanó en ser filósofo. Simplemente recurrió a unos
mitos para que los demás recordásemos nuestros límites. El mensaje humanista
que encierra su obra, su rebeldía mítica, es en nuestro mundo tecnificado y
complejo una renovación, un cambio de parámetros necesarios si se desea el
desarrollo integral del hombre, porque la historia nos exige un equilibrio.
6. Bibliografía
Camus,
A. El extranjero, Le libros, http://LeLibros.org/ descargado
Online: https://www.academia.edu/34939005/El_Extranjero_Albert_Camus_pdf,
8/01/2017.
Camus, A. (1978). El
hombre rebelde, Buenos Aires,
Editorial Losada, S.A. Trad. Luis Echávarri.
Camus, A. (1985) El
mito de Sísifo, Madrid, Alianza Editorial, S.A. Trad. Luis Echávarri.
Monje
Justo. Alfonso I. ‹‹La estética del Absurdo en Albert Camus (Del héroe trágico
al héroe absurdo del siglo XX)›› A Parte
rei. Revista de Filosofía,
http: //serbal.pntic.mec.es/⁓cmunoz11/index.html,
20/10/2020
Roberto
Ángel G. (2007) ‹‹La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de
Albert Camus›› Espéculo. Revista de
estudios literarios, Nº 36, Universidad Complutense de Madrid. http://www.ucm.es/info/especulo/numero36/camusart.html, 20/10/2020.
Tiberghien,
Eve, en colaboración con Gauthier De Wulf. (2017) Albert Camus. Del ciclo de lo absurdo a la rebeldía, Arte y
literatura 50MINUTOS.es, Traducción: Laura Soler Pinson.
Vázquez
Valencia, José A. (2007) ‹‹La muerte en Albert Camus. Sobre El extranjero, La peste, El Mito de Sísifo, La muerte feliz y La caída››. Revista Bajo Palabra, Nº II,
pp. 197-202
Zárate,
M. (1998) ‹‹La rebeldía mítica de Albert Camus›› Anales del seminario de historia de la filosofía, Nº 15, págs.
63-76. Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid.
[1] Albert Camus,
(1985) El mito de Sísifo, p. 61,
Madrid, Alianza Editorial, S.A. Trad. Luis Echávarri.
[2] Ibídem, p. 16
[3] Ibídem, p. 5
[4] José A. Vázquez
Valencia, (2007) ‹‹La muerte en Albert Camus. Sobre El extranjero, La peste, El Mito de Sísifo, La muerte feliz y La caída››. Revista Bajo Palabra, Nº II,
p. 201
[5] Albert Camus, El extranjero, p.66, Le libros, http://LeLibros.org/ descargado
Online: https://www.academia.edu/34939005/El_Extranjero_Albert_Camus_pdf,
8/01/2017
[6] Roberto Ángel G.
(2007) ‹‹ La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert
Camus››. Espéculo. Revista de estudios
literarios, núm. 36. Universidad Complutense de Madrid. http://www.ucm.es/info/especulo/numero36/camusart.html, 20/10/2020
[7] Albert Camus, El extranjero, óp. cit. p. 18
[8] Ibídem, p.17
[9] Ibídem, p. 35
[10] Roberto Ángel G.
(2007) ‹‹ La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert
Camus››. Espéculo. Revista de estudios
literarios, núm. 36. Óp. cit. p.3
[11] Las corcheas y
la negrita son mías.
[12] Albert Camus, El extranjero, óp. cit. p. 69.
[13] Marla Zarate
(1998), ‹‹ La rebeldía mítica de Albert Camus››. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, Nº15, p. 68
Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid.
[14] Ibídem, p.68
[15] Albert Camus
(1962-65), Actuelles II en Oeuvres II, Bibli. de la Pléíade, París,
pp.731 a 774. Citado por Marla Zarate (1998), ‹‹ La rebeldía mítica de Albert
Camus››. Anales del Seminario de Historia
de la Filosofía, Nº15, óp. cit p. 68.
[16] Albert Camus,
(1978). El hombre rebelde, p. 26,
Buenos Aires, Editorial Losada, S.A. Trad. Luis Echávarri.
[17] Marla Zarate (1998),
‹‹ La rebeldía mítica de Albert Camus››. Anales
del Seminario de Historia de la Filosofía, Nº15, óp. cit. p.76
[18] Albert Camus,
(1978). El hombre rebelde, óp. cit.
p.68.