martes, 19 de enero de 2021

Albert Camus, el absurdo de la existencia


Albert Camus nos muestra con su obra como el hombre ha de asumir que su vida en si es absurda y por ello debe vivir cada momento de su existencia con pasión sin esperar un más allá que no existe. Nos enseña que hay que vivir el presente pues el futuro es incierto, aunque el futuro del hombre tiene un final cierto.

 Palabras clave: absurdo, extranjero, rebelde, nihilismo


 Contenido

1.      Introducción. 2

2.      El Mito de Sísifo. 3

3.      El extranjero. 5

4.      El hombre rebelde. 8

5.      Conclusión. 10

6.      Bibliografía. 11

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.      Introducción

 

El objetivo de este trabajo pretende mostrar una original exigencia moral filosófica-humanista presente en la obra del escritor franco-argelino Albert Camus. Moral que pretendería ser respuesta de un renacer y afirmación positiva de la vida y el hombre frente a la aniquilación, el nihilismo que parece ser inherente, según dejará vislumbrar Camus, al espíritu el devenir humano. De esta forma, en este trabajo nuestra intención sería poner de relieve una reflexión ética que se define a raíz de los límites de la existencia humana descubiertos por la acción emancipadora de la rebelión, que se señala a su vez, como un proceso efectivo contra el menos cabo de la dignidad en los hombres y mujeres. Por eso intentamos dar cuenta de una desengañada comprensión del hombre centrándonos en algunas obras del escritor franco-argelino, estas obras son: El Mito de Sísifo (1942), El extranjero (1942) y El hombre rebelde (1951), también utilizaremos a modo de referencia otras obras del autor y bibliografía secundaria referente a la obra de Camus y al nihilismo.

En cada una de sus obras literarias Camus nos muestra un modo diferente de rebeldía frente al absurdo, este se hace presente a través de distintos personajes que tienen en común la carencia de toda fe, aunque su enfrentamiento a ella varía, en torno a la desesperación, la indiferencia o la lucha.  Según Camus, lo absurdo surge al tomar conciencia de que el destino del hombre se inscribe en el tiempo y desde su nacimiento, el hombre avanza irremisiblemente hacia su muerte. El hecho de que haya nacido parta morir convierte su situación inevitablemente en absurda. Lo es además porque, de forma innata, el ser humano busca un sentido a la vida y no para de chocar contra la irracionalidad del mundo. Para nuestro escritor, no cabe considerar la idea de una verdad superior que daría un sentido a la existencia, solo tenemos una vida y nada más. Para terminar, debemos añadir que las acciones humanas son vanas. Los hombres repiten cada día los mismos gestos sin un propósito. Su vida entera no es más que una sucesión de costumbres que lo llevan a la muerte. Al adquirir conciencia de la muerte, el hombre experimenta la angustia y el absurdo, pero no puede eludir la finitud; es necesario rebelarse ante los absolutos metafísicos.

Por lo tanto, nos surgen preguntas como: ¿para qué gastar energía y aceptar los sufrimientos que genera la existencia si, aun así, estamos destinados a morir? Camus abordará esta problemática en su obra, en este pequeño ensayo intentaremos acercarnos a la respuesta que nos da.

 

2.      El Mito de Sísifo

 

Existió un hombre que engañó a los dioses y fue castigado con un trabajo absurdo que debía repetir durante toda la eternidad. En su lecho de muerte, Sísifo le ordenó a su mujer que no sepultara su cuerpo por ningún motivo. Cuando descendió al Tártaro y tuvo su juicio frente al Hades, el difunto pidió una última oportunidad de regresar al mundo de los vivos para castigar a su mujer por no realizar los ritos mortuorios pertinentes. Después de regresar a la luz, huyó a tierras lejanas y se reyó del dios del Hades. Así firmó su condena puesto que nadie escapa a su destino y menos se burla de una deidad.

El castigo de Sísifo consiste en empujar una piedra hasta la cima de una montaña. Cuando llega a la parte más alta, la roca cae por su propio peso y todo se vuelve a iniciar. Parece una cosa fácil, pero no hay descanso, pausa o fin.

Albert Camus toma el mito de Sísifo como una metáfora de la existencia humana. De esta forma sostiene que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Esto es la decadencia y el nihilismo de la sociedad.

Camus trabajó en un periódico durante un tiempo. Tenía un cargo nada interesante, mal pagado y lejos de su hogar. Por aquel entonces vivía en un hotel de poca categoría. El único mueble, además de la cama, era un escritorio donde se sentaba a reflexionar y escribir sobre lo infeliz que era su vida. Fue en esas noches de desasosiego que desarrolló su pensamiento sobre lo absurdo. Así como Sísifo, el escritor franco-argelino estaba condenado a una rutina fútil y sin esperanza. Sin embargo, invita a sus lectores a que se imaginen un Sísifo feliz, ya que, a fuerza de repetir constantemente los mismos gestos, toma conciencia de lo absurdo de su misión y, al mismo tiempo, del precio su existencia. A partir de ahí, aprende a amar su tarea y a encontrar un interés en ella. Sísifo es feliz no porque remotamente espere una suspensión de su castigo, sino por su lucidez, Sísifo es feliz cuando regresa al pie de la colina y ve claramente su destino, lo conoce y en ello reside su triunfo sobre los dioses, hay una certeza en su futuro que él asume y esto le da tranquilidad, ya conoce sus límites. El superhombre nietzscheano también tiene ese rasgo, cuando, en resumidas cuentas, finitud es una característica imprescindible del nihilismo desde que el hombre es plenamente consciente, ya sin ataduras divinas ni promesas imposibles, de su propia mortalidad. Así, Camus propone al ser humano que busque su felicidad en lo absurdo de su día a día, al igual que Sísifo. Todo hombre absurdo puede hallar placer en una actividad inútil, ya que le hace ser el mismo y en correspondencia, feliz. De este modo afirma Camus respecto a Sísifo:

Toda la alegría Silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su roca. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos sus ídolos. […] Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El Hombre absurdo dice “sí” y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, se sabe dueño de sus días.[1]

 

Camus vincula lo absurdo con términos antitéticos que polemizan enfrentados, afirmando en El mito de Sísifo que “lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo”[2]

El desarrollo de este concepto va ligado al sinsentido de la vida en un mundo en que el hombre se encuentra arrojado, sabedor de que la muerte es la única certeza irrefutable; hecho este que ocasiona una terrible angustia, ya que, como proclama Nietzsche: “Dios ha muerto”. Tal afirmación conlleva una secularización de la sociedad y una caída de los fundamentos morales vigentes; en definitiva una marcada ausencia de fe y un profundo vacío existencial. Albert Camus, gran lector de Nietzsche, piensa que, una vez asumidos el temor a la muerte, la soledad en un mundo que no responde a las cuestiones fundamentales y el desmoronamiento de las creencias en la eternidad y los absolutos, solo nos queda reflexionar sobre si la vida vale o no la pena. En el ensayo sobre El mito de Sísifo Camus comienza con estas palabras:

 

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzga si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, viene a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo.[3]

 

Camus busca enfrentar al lector con su realidad, con su condición humana, esto es con la muerte y con el absurdo. El suicidio es elegir el absurdo, porque el absurdo es la muerte. Si uno elige el suicidio, se queda esperando el absurdo en un mundo absurdo carente de sentido y de racionalidad. Lo único que le queda al ser humano es hacerse, al igual que Sísifo, dueño de su destino, de su vida.[4]Buscar la felicidad con aquello que tiene en cada momento, olvidándose de la esperanza y la alegría eterna que no existe. Le queda a los hombres conformarse con el presente porque es de aquello que pueden ser dominadores el futuro está dominado por la muerte. Para demostrarnos esta máxima, nuestro autor crea casos que sobrecojan al lector, portándolos al límite de sus miedos. Todo para hacerle presente la tragedia de la muerte, la absurdez de este hecho, que todos tenemos que afrontar tarde o temprano. Todo para demostrarnos que el hombre vive inmerso en el absurdo y eso lo tiene que afrontar, cada uno desde su punto de vista particular.

 

 

3.      El extranjero

 

Una de las primeras cosas que me gustaría destacar de esta novela de Camus es la filosofía que encarna su protagonista Meursault, tendrá como punto de partida la idea de que no hay un Dios que resguarde y guíe el camino del hombre, sino por el contrario este deberá regir su vida desde sí mismo, rigiéndose por sus propias leyes. En el dialogo entre Meursault y el capellán en la parte final de la novela podemos encontrar:

 

“¿por qué”, me dijo, “rehúsa usted mis visitas? Contesté que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien seguro y le dije que yo mismo no tenía para qué preguntármelo; me parecía una cuestión sin importancia. […] “No tiene usted, pues, esperanza alguna y vive pensando que morirá por entero?” “Sí”, le respondí.

Bajo entonces la cabeza y volvió a sentarse. Me dijo que me compadecía. Juzgaba imposible que un hombre pudiera soportar esto. Yo sentí solamente que él comenzaba aburrirme.[5]

 

 

 De esta manera, Meursault partirá desde el mismo punto que Nietzsche y Sartre: el hombre está solo en la tierra y debe él mismo forjar sus valores.[6] Precisamente este personaje, Meursault, es un extraño que vive en un mundo propio sustentado en el automatismo de una vida ordinaria y sin trascendencia. Donde es tal su desarraigo con la moralidad existente, que incluso la muerte de su madre para él quedará reducido a un mero acontecimiento que no altera prácticamente su rutina habitual: “Pensé que después de todo era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a reanudar el trabajo y que, en resumen, nada había cambiado”.[7]

Todos estos sentimientos se ven reflejados en la obra El extranjero. Él mismo es el extraño, el forastero de este mundo. Tanto Camus como el protagonista Meursault aborrecen la sociedad, la sociedad de la que forman parte. Meursault se da cuenta de que es un hombre absurdo por la extrañeza ocasionada por el mundo y la humanidad. Tal extrañeza es percibida por él tanto a nivel social como individual. Nuestro protagonista se asombra en el momento en que  algunas personas muestran hacia él un gesto de acercamiento humano; por ejemplo, cuando los amigos de la madre le tienden la mano después de una noche de velatorio; o  cuando Raimundo Sintés, su vecino, decide tutearle. Además de saberse desubicado, se siente extraño consigo mismo, por eso se irrita al tener que identificarse en el juicio, como si le pesara su propia identidad. Entonces podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el valor principal que Meursault impone durante todo el transcurso de la novela? Podemos ver en esta obra claramente a un hombre indiferente e insensible. Acaba de morir su madre pero no puede sentir nada. Conoce a una mujer hermosa y no sabe si la ama o solo pasa el tiempo con ella. Tampoco tiene interés por viajar y las expectativas de un trabajo mejor, cuando el jefe le ofrece dirigir la sucursal de París: “Dije que sí, pero en el fondo me era indiferente”[8]. Meursault dejará entrever que habrá sido aquella misma indiferencia la que le permitirá matar al árabe. Meursault dice: “Pensé en ese momento que podía tirar o no tirar y que lo mismo daba[9]. Así transcurre la vida de un extranjero de la humanidad, dejándose arrastrar por la corriente porque su voluntad se ha nulificado.

Nuestro protagonista intenta combatir el absurdo mediante la indiferencia, reconoce el absurdo vital y se entrega a él. A diferencia de otros personajes, se siente extranjero, porque se abstiene de juzgar a los demás. Por el contrario, se sabe juzgado en el velatorio de su madre por los ancianos de la residencia, al igual que sus dos vecinos, Salamano y Raimundo, son juzgados por terceros: uno por maltratar a su perro y el otro, por agredir a su pareja. Para juzgar es necesaria una escala de valores de la que carece este personaje. Como consecuencia, convierte  en equivalentes todas las experiencias: para él, tiene el mismo valor consolar a Salamano por la pérdida de su perro que matar a un árabe. No cabe duda que este modo de comportarse entraña una actitud dual y paradójica, propia de la expresión del absurdo: su acción no se corresponde con su pensamiento.

No manifiesta ninguna culpabilidad por el asesinato que ha cometido; cuando lleva un periodo de tiempo en la cárcel, afirma que uno se habitúa a todo y allí no era infeliz; y, al conocer su sentencia de muerte, la acepta con resignación.

Meursault con esta actitud, pareciera distanciarse tanto del pensamiento de Nietzsche como de Sartre. Con el primero, ya que para Nietzsche es primordial que el hombre, desde el nihilismo, cree sus propios valores, defendiendo una filosofía en la cual el ser no puede “agotarse” ante el vacío, exigiendo tras esto la superación de sí mismo y no una pertinaz indiferencia. Y, con Sartre, el problema aún es mayor, ya que para este la acción es uno de los caracteres más relevantes de su filosofía, pero además incorpora a la primera el rasgo moral, tan desvalorado por Nietzsche. Meursault en ningún momento, como quiere Sartre, se cuestiona “¿qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo?” Sino por el contrario, experimenta una insensibilidad ante la naturaleza de sus actos.[10]

Meursault, por tanto, como hemos dicho más arriba, es un extranjero entre quienes lo rodean, ajeno a las convenciones sociales. Pero su rebeldía se pone de manifiesto cuando el juez y el confesor pretenden convertirlo en un extraño para sí mismo e intentan convencerlo para que acepte su culpabilidad y pueda así redimirse. Sin embargo, él está dispuesto a morir quijotescamente sin traicionarse a sí mismo y siendo dueño de su verdad: el desinterés por los valores, el predominio de los instintos naturales en contraste con los sentimientos el vivir hasta el último momento gozando de la inmediatez sensorial sin cuestionarse por un momento que haya un más allá, sin esperar nada, nada que el futuro pueda deparar:

 

En ese momento y en el límite de la noche, aullaron las sirenas. Anunciaban partidas hacia un mundo que ahora me era para siempre indiferente. Por primera vez desde hacía mucho tiempo pensé en mamá. Me pareció que comprendía por qué, al final de su vida, había tenido un “novio”, por qué había jugado a comenzar otra vez [eterno retorno nietzscheano][11]. Allá, allá también, en torno de ese asilo en que las vidas se extinguían, la noche era como una tregua melancólica. Tan cerca de la muerte, mamá debía de sentirse allí liberada y pronta para revivir todo. Nadie, nadie tenía derecho a llorar por ella. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiera purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía.[12]

 

En Camus, subyace la paradoja de la muerte revitalizadora: la presencia acechante de la finitud induce a vivir y no a lamentarse de haber nacido.

 

 

4.      El hombre rebelde

 

Albert Camus se sintió extranjero en París, sufrió el nihilismo y el absurdo, padeció tuberculosis crónica y una soledad implacable. Afrontó todos los problemas que acarrean una nueva realidad en un país nuevo. En esos momentos se preguntó si el suicidio era la única forma de vencer el castigo de Sísifo. A punto de rendirse se dio cuenta que la única manera de vencer es rebelarse, y de ahí surge la que podríamos considerar su obra más importante El hombre rebelde.

Camus comenzó a escribir su ensayo El hombre rebelde a la par que su obra de teatro Los Justos (1950), estas están íntimamente relacionadas[13]. El ensayo se publicó en 1951 y provocó largas polémicas con la prensa de extrema izquierda. Un violento ataque de la revista Les temps modernes supuso la ruptura con Sartre[14]. La respuesta de Camus podemos encontrarla en las Lettres sur la révolte[15]. La tesis acusadora consistía básicamente en sostener que estar a favor de la naturaleza, antítesis como tal de la historia y la praxis, sitúa a Camus en un inmovilismo y una pasividad que favorece al poder reaccionario.

El autor de La Peste, en esta obra nos habla primero de esos rebeldes por razones metafísicas que desde un sentimiento de absurdo se dirigen contra toda creación. Más tarde emprende la larga tarea de explicarnos cómo esa rebeldía inicialmente individual pasa a manos de la colectividad cuando, una vez muerto Dios, le queda al hombre una historia para comprender y construir.

 

El mal que experimentaba  un solo hombre se convierte en una peste colectiva. En nuestra prueba cotidiana la rebelión desempeña el mismo papel del “cogito” en el orden del pensamiento: es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego nosotros somos.[16]

 

 Esa rebeldía no ha de confundirse con la revolución socio-política. Es la rebeldía que nos enseñan los mitos, nuevos y antiguos, la aceptación de los límites y la unidad con la naturaleza: es el principio para formular una ética basada en la fraternidad y la justicia.

“Rebeldía” en Camus es un término equivoco y como hemos dicho nada tiene que ver con la violencia. “Rebelarse” es elevar una protesta para, en definitiva, comprender y aceptar. Los “rebeldes míticos” que nuestro autor nos pone como ejemplos afirman la tierra y solo se alzan contra lo que pretende aminorar su papel, menoscabar su  realidad: los imposibles, el Todo, lo eterno. Su rebeldía es por encima de todo, conocimiento de los límites, sentido de la mesura y rechazo de todo aquello que busque superarlos.

La rebeldía no es la lucha contra los límites sino, al contrario, el combate contra lo que nos empuje a abandonar esa paradoja y nos proporcione una salida fácil. Aceptando los límites llegaremos a ser nosotros mismos, en la identidad y la unidad con el universo.

Albert Camus se muestra contundente. La falta de un futuro esperanzador nos paraliza y nos deshumaniza. ¿Será que estamos llegando a un punto donde el mundo esté tan mal que todos nos transformemos en seres sin sentimientos o esperanzas?

Elegir la historia es por tanto y en contra de lo que pueda parecernos, optar por el nihilismo. Eso es lo que distingue la rebeldía de la revolución. La primera reivindica la unidad, es creadora, busca la superación continua; la segunda desea la totalidad, es nihilista, solo actúa en la esperanza de llegar a ser un día, solo sabe destruir y solo puede abrigar en su seno la creación si se atiene a una regla que equilibre su frenesí histórico.

Parten, pues, Nietzsche y Camus de unos mismos presupuestos[17]. Pero la rebeldía de Nietzsche es interior, late hasta un estallido: exalta la vida hasta la infinitud. Es una rebeldía por la máxima liberación, por un superhombre. La de Camus, sin embargo, se encaja en una humanista visión del mundo, baila al compás de lo social, se vuelca a un exterior concreto, insta a un disfrute de lo juicioso.

5.      Conclusión

 

Lejos de sugerir a los hombres que se resignen a sufrir su condición, Albert Camus les recomienda que sean lucidos, es decir, que reconozcan lo absurdo de su existencia. Para nuestro autor la mejor respuesta a lo absurdo reside en ser conscientes de ello y aceptarlo. Su filosofía se niega adoptar las otras dos soluciones que el hombre podría contraponer a lo absurdo como vía fácil: el suicidio como respuesta a la falta de sentido de la vida y la religión como intento de darle sentido. Según Camus, hay que ser un hombre absurdo. Esto implica vivir intensamente dejándose llevar por la pasión, luchar para mantener la libertad y afrontar la irracionalidad de la condición humana a través de la rebelión.

Así, antes que nada, nuestro autor invita al ser humano a que acumule experiencia y a que la viva de lleno, con pasión. Sin embargo, esta necesidad de experimentar la mayor cantidad de cosas posibles no lo legitima todo. De hecho, se ha de establecer un límite para todos los actos: el humanismo que se basa en el reconocimiento de un valor inviolable, el de la naturaleza humana. En efecto, Albert Camus pide a sus semejantes que luchen por un mundo más justo y que se comprometan a crear una sociedad más justa, donde los derechos de todos los hombres y mujeres se respeten. Camus durante toda su vida se implicaría en diversas causas, siempre a favor de la justicia. Cuando pide a los ciudadanos del mundo que adopten el valor de la justicia y que esta le sirva de guía, lo hace descartando el crimen como medio de poder llegar a una finalidad. Nos dirá en El hombre rebelde: “No hay  que matar, ni siquiera para impedir que se mate, hay que aceptar el mundo tal como es, negarse a aumentar la desdicha, pero consentir en sufrir personalmente el mal que contiene”[18].

Cuando nuestro autor nos habla de la libertad que debemos mantener, nos la define como un rechazo a dejarse atrapar por la rutina y los prejuicios. La rebelión que él predica nace de un cuestionamiento constante del individuo ante la vanidad de su existencia, y gracias a esa sublevación el ser humano se ve obligado a ir al límite de sus capacidades  y a superarse.

Su rechazo de los absolutos no realza al hombre sino que le hace consciente de sus limitaciones. Una rebeldía tal, inscrita en lo microcósmico, para muchos, no pasará de constituirse en un formulario para habitar el mundo. Esta rebeldía no será considerada propiamente filosofía.

Claro está que nuestro autor no se afanó en ser filósofo. Simplemente recurrió a unos mitos para que los demás recordásemos nuestros límites. El mensaje humanista que encierra su obra, su rebeldía mítica, es en nuestro mundo tecnificado y complejo una renovación, un cambio de parámetros necesarios si se desea el desarrollo integral del hombre, porque la historia nos exige un equilibrio.

 

 

 

 

 

6.    Bibliografía

 

Camus, A. El extranjero, Le libros, http://LeLibros.org/ descargado Online: https://www.academia.edu/34939005/El_Extranjero_Albert_Camus_pdf, 8/01/2017.

Camus, A. (1978). El hombre rebelde,  Buenos Aires, Editorial Losada, S.A. Trad. Luis Echávarri.

Camus, A. (1985) El mito de Sísifo, Madrid, Alianza Editorial, S.A. Trad. Luis Echávarri.

Monje Justo. Alfonso I. ‹‹La estética del Absurdo en Albert Camus (Del héroe trágico al héroe absurdo del siglo XX)›› A Parte rei. Revista de Filosofía,

 http: //serbal.pntic.mec.es/⁓cmunoz11/index.html, 20/10/2020

Roberto Ángel G. (2007) ‹‹La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert Camus›› Espéculo. Revista de estudios literarios, Nº 36, Universidad Complutense de Madrid. http://www.ucm.es/info/especulo/numero36/camusart.html, 20/10/2020.

Tiberghien, Eve, en colaboración con Gauthier De Wulf. (2017) Albert Camus. Del ciclo de lo absurdo a la rebeldía, Arte y literatura 50MINUTOS.es, Traducción: Laura Soler Pinson.

Vázquez Valencia, José A. (2007) ‹‹La muerte en Albert Camus. Sobre El extranjero, La peste, El Mito de Sísifo, La muerte feliz y La caída››. Revista Bajo Palabra, Nº II, pp. 197-202

Zárate, M. (1998) ‹‹La rebeldía mítica de Albert Camus›› Anales del seminario de historia de la filosofía, Nº 15, págs. 63-76. Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid.

 

 

 

 



[1] Albert Camus, (1985) El mito de Sísifo, p. 61, Madrid, Alianza Editorial, S.A. Trad. Luis Echávarri.

[2] Ibídem, p. 16

[3] Ibídem, p. 5

[4] José A. Vázquez Valencia, (2007) ‹‹La muerte en Albert Camus. Sobre El extranjero, La peste, El Mito de Sísifo, La muerte feliz y La caída››. Revista Bajo Palabra, Nº II, p. 201

[5] Albert Camus, El extranjero, p.66,  Le libros, http://LeLibros.org/ descargado Online: https://www.academia.edu/34939005/El_Extranjero_Albert_Camus_pdf, 8/01/2017

[6] Roberto Ángel G. (2007) ‹‹ La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert Camus››. Espéculo. Revista de estudios literarios, núm. 36. Universidad Complutense de Madrid. http://www.ucm.es/info/especulo/numero36/camusart.html, 20/10/2020

[7] Albert Camus, El extranjero, óp. cit. p. 18

[8] Ibídem, p.17

[9] Ibídem, p. 35

[10] Roberto Ángel G. (2007) ‹‹ La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert Camus››. Espéculo. Revista de estudios literarios, núm. 36. Óp. cit. p.3

[11] Las corcheas y la negrita son  mías.

[12] Albert Camus, El extranjero, óp. cit. p. 69.

[13] Marla Zarate (1998), ‹‹ La rebeldía mítica de Albert Camus››. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, Nº15, p. 68 Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid.

[14] Ibídem, p.68

[15] Albert Camus (1962-65), Actuelles II en Oeuvres II, Bibli. de la Pléíade, París, pp.731 a 774. Citado por Marla Zarate (1998), ‹‹ La rebeldía mítica de Albert Camus››. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, Nº15,  óp. cit p. 68.

[16] Albert Camus, (1978). El hombre rebelde, p. 26, Buenos Aires, Editorial Losada, S.A. Trad. Luis Echávarri.

[17] Marla Zarate (1998), ‹‹ La rebeldía mítica de Albert Camus››. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, Nº15, óp. cit. p.76

 

[18] Albert Camus, (1978). El hombre rebelde, óp. cit. p.68.