sábado, 29 de junio de 2013


Ésta canción  mi padre la recitaba de memoria, lástima que cuando lo hacía no lo hacía en las mejores circunstancias. De todas formas esto es un pequeño homenaje a mi padre y sirva para reconocer que pese a todo, creo que tenía sensibilidad.

miércoles, 26 de junio de 2013

El colegio.



El colegio.
Mis recuerdos del colegio empiezan en Vélez – Málaga.
Sólo íbamos niños no era una escuela mixta.
Recuerdo un profesor severo como casi todos los de aquella época. Fui poco tiempo pues a los pocos meses de comenzar el colegio emigremos a Cataluña
Recuerdo un día que vinieron a vacunarnos a la escuela: nos pusieron en fila – En aquella época les gustaban mucho a los maestros las filas y el que nos alineáramos con el compañero de delante –, íbamos pasando de uno en uno arremangados, yo le iba cediendo mi plaza a los distintos compañeros que tenía detrás. Los que estaban vacunados subían a clase, cuando pasaron unos cuantos compañeros delante de mí y aprovechando el despiste de los profesores, me fui con mis compañeros hacia arriba, diciendo como ellos “no duele… no duele nada”. Total que no me vacunaron.
En la escuela de St. Celoni, mi primera profesora era una chica embarazada, no recuerdo su nombre, de las pocas cosas que recuerdo de ella es un día que nos preguntó ¿Qué queríamos ser de mayores? Yo le dije: “que escritor” me contestó que mucho tendría que mejorar la letra y la presentación de las cosas, pues era un desastre. La verdad es que sigo siendo un desastre.
Cuando cogió la baja para dar a luz, nos trajeron como profesora la hija de un maestro del colegio, era una adolescente, tenía la costumbre de castigarnos poniéndonos un esparadrapo en la boca – A veces durante horas –.
Salíamos a un patio lleno de piedras, con edificios al lado de donde estábamos en clase ruinosos, cayéndose, la verdad no sé cómo no pasaban más cosas.
En tercero me cambiaron de colegio – Siendo público igualmente, lo que pasa es que en aquellos tiempos los niños estábamos repartidos en varios colegios.
Cuando hacía tercero ETA asesinó al Almirante Carrero Blanco, estuvimos toda la tarde en silencio escuchando música clásica
Tercero es sin duda el curso que recuerdo con más cariño, fue el año que hice la comunión. El traje que llevaba me lo compró mi abuela materna, un traje de chaqueta americana y pantalón corto de cuadros muy bonito – El pantalón lo seguí utilizando mucho tiempo –. Fuimos a celebrar la comunión a una masía de un amigo de mi padre, mi hermano y un primo mío que en aquel entonces vivía con nosotros bebieron un poco más de la cuenta y acabaron dormidos en un prado que había alrededor de la masía.
Pero sobretodo recuerdo tercero por la profesora que tal vez ha sido la mejor que he tenido nunca.
Cuarto lo hice con el marido de mi profesora de tercero y ni punto de comparación con su mujer.
Ese año lo más destacado es que estrenábamos colegio, que por cierto le pusieron el nombre del Almirante asesinado por ETA.
También me enamoré por primera vez, de una niña de ojos azules grandes y un cabello negro con una trenza ¡precioso! Con su abrigo azul marino de tres cuartos y un gorro celeste de lana.
Cuando salía del colegio la acompañaba a buscar una hermana más pequeña que salía media hora más tarde, luego la acompañaba a su casa y como vivía en la otra punta del pueblo de donde vivía yo, llegaba siempre a mi casa a las tantas, tanto al medio día como por la tarde.
Duró un par de meses hasta que ella empezó a ir con un niño rubio más guapo que yo y por supuesto más fuerte – yo era un canijo –.
En quinto como hecho destacado diré que fue cuando empecemos hacer catalán en la escuela, de forma residual, una hora por semana y lo único que nos enseñaban eran canciones. El profesor que teníamos era una buena persona, que con los años se convertiría en un famoso naturalista reconocido internacionalmente con varios premios: entre ellos uno de que otorga Nelson Mandela.
También tuve por primera vez conciencia de la muerte: una compañera de clase jugaba en su barrio, que estaba en construcción, por encima de una pila de vigas de cemento y no se sabe cómo se volcaron atrapándole el pecho y provocándole la muerte.
La enterraron vestida de comunión… Parecía dormida.
Los siguientes años como preadolescente no fueron precisamente muy buenos para mí, mis compañeros me trataban de “loco” e incluso me llamaban “Quijote” – Hacían una serie de dibujos llamada así-, no comprendían algunos de mis comportamientos.
En estos años conocí a un matrimonio de profesores que de buenas a primeras nos dijeron que los tuteásemos y que suprimiéramos el Don y la Srta. y dijéramos su nombre directamente.
Con ellos me sentía a gusto, estudiaba más que cuando se imponía la ley del más fuerte que por supuesto eran los profesores.
Mis compañeros empezaron a llamarme poeta en un tono despectivo, por mi manera de hablar y esa locura que ellos me atribuían a mí y a una profesora de lengua enamorada de la poesía, sobre todo la de Miguel Hernández.
El caso es que les hice caso y he escrito muchos poemas en mi vida, que luego tiré aunque conservo alguno de hace unos diez años.




Os lo dejó aquí:


¿Quién soy?

¿Quién soy?
¿Qué me atormenta?
Soy un pobre hombre,
Atormentado por el desamor.
Noches largas de llanto oculto,
tristeza perenne,
en un corazón malherido.
Apareciste tú…
El llanto se fue,
mi alma triste
ahora sonríe
La oscura noche cerrada,
brillante y estrellada
se ha vuelto.
Mi corazón
enamorado
ya no recuerda
el pasado.
Mi corazón
sólo quiere vivir el presente
junto a ti,
pequeña princesa.
La piel se me eriza
pensando en tus caricias,
me corre un escalofrío,
cuando pienso en tu perfume,
en tu olor embriagador
de flores perfumadas.
Mi corazón
palpita acelerado,
brinca cuando te ve.
Mis pupilas se contraen
porque vas resplandeciendo.
Busco tu cuerpo,
te abrazo, te beso
el cuello y la boca,
siento tu respiración profunda
Nuestros cuerpos se funden,
se vuelven uno.
Entre las sábanas se pierden,
se confunden,
saltan chispas,
se conjugan los planetas…
Amanece tres veces.















































miércoles, 19 de junio de 2013

Mi madre.





Mi madre.
Los primeros recuerdos de mi madre son difusos. Recuerdo su imagen en la casa que teníamos en Vélez, la cocina-comedor que había, ella haciendo la comida o por las tardes lavándome en una palangana de plástico blanco, echándome agua o refregándome con un estropajo de esparto las rodillas sucias de ir todo el día por el suelo, usando el jabón de lavar la ropa como gel y champú.
Recuerdo su voz llamándome desde la puerta para que regresara de la calle.
Recuerdo desde bien pequeño haberle ayudado cuando tenía que matar algún pollo o conejo, yo se lo sujetaba y ella lo mataba.
Recuerdo esos innumerables viajes a Málaga en el autocar desde Vélez y luego cogiendo el urbano en Málaga, los sillones de madera del bus y la blancura de las enfermeras en el hospital, con ese olor tan característico que se me ha quedado en mi mente para siempre.
Recuerdo vagamente ir cogido de su mano a comprar, ella embarazada de mi hermana. El día del nacimiento de mi hermana, su cara de cansada en la cama, una mujer bañando a mi hermana en la famosa palangana – Mi hermana tenía un abundante pelo negro que con el tiempo cambió a rubio –. La llegada de mi tía con mis hermanas, los cubos de agua ensangrentada con trapos en el patio – yo me preguntaba qué habría pasado para que estuviera aquello allí –.Las vecinas trajeron plátanos y chocolate al día siguiente como regalo por el nacimiento de mi hermana.
Recuerdo el tren que nos trajo a Cataluña, mi madre amamantando a mi hermana y repartiéndonos la comida que llevaba para el viaje – Ella comía como un pájaro, puede que fuera por los innumerables ayunos que hizo en su vida, pues cada vez que mi padre bebía o ella sospechaba que había bebido por el retraso en el regreso del trabajo, no comía. Luego años más tarde cualquier bichillo que le afectara o cualquier preocupación hacían que no comiera. Cuando murió pesaba 37 kilos –, su preocupación y su nerviosismo ante una nueva vida lejos de los suyos y un poco el sentimiento de indefensión ante un peligro ya conocido, aunque ella siempre albergo la esperanza de un cambio en mi padre, que cuando se produjo ya era demasiado tarde y habían demasiadas heridas abiertas.
Recuerdo aquellos primeros años en Cataluña, haciéndonos ropa; camisas y pantalones para mí y vestidos para mis hermanas – Era una mujer extraordinaria cosiendo nos hacía jerséis de lana o bufandas, casia las cortinas de todas las ventanas y disimulaba los rotos de mis pantalones con parches –.
La recuerdo en la mudanza al piso nuevo, saludándose con las vecinas nuevas, con las que mantendría siempre una gran amistad – Las vecinas la compadecían y no entendían muchas cosas, pero eran otros tiempos y ella se sentía atrapada –, muchas veces estas vecinas le dieron cobijo.
Recuerdo cuando empezó a traer faenas para hacer en casa, primero tapones y luego durante tantos años bragas.
Recuerdo aquellas noches de portal frio, con mis hermanas, huyendo de la ira de mi padre que estaba bebido.
Las tardes que durante mucho tiempo una vecina que estaba sola y era mayor, pasaba en casa buscando la compañía y ese ver las cosas desde un punto de vista más positivo que tenía mi madre – Con los años se le fue minando y al final de su vida tenía una depresión que solo alegraban sus nietos –.
Se fueron los hijos y empezó a cuidar nietos y a infundirles un amor que quedó dentro de ellos, para siempre grabado por sus besos.
En sus últimos años con algún que otro ingreso en el hospital, yo pasaba las noches con ella – Bueno un rato pues mis hermanas estaban hasta las tantas y nos servía para rencontrarnos y recordar momentos graciosos de nuestra infancia que también los hubo –, la verdad es que en vez de velar yo su sueño era ella la que me velaba a mí, pues yo me quedo dormido en cualquier sitio.
En sus últimos días no había nada que hiciera pensar que algo le iba ocurrir, se le hincharon las piernas un poco y yo le comenté que fuera a urgencias, pero la verdad sin mucho convencimiento, ella me dijo “que tenía visita con su médico y que no se encontraba mal, que además cada vez que iba a urgencia salía acribillada a pinchazos en los brazos.
Sus últimos minutos en la cama del hospital mordiendo el aire que le faltaba… No podía respirar… Me dio la mano y me la apretó, luego una suave caricia. Rodeada de mi hermana pequeña y la grande cada una a un lado de su cabeza y yo en sus pies, sintiendo que la vida se le iba, una parte de mí también se fue con ella.
Su último suspiro… Lo recordaré siempre. Mis hermanas sumidas en el desgarro de la pena y la orfandad, sin hacernos a la idea de su falta, buscando el consuelo los unos con los otros y no encontrándolo, solo ella sabía consolarnos y hacer nuestras penas más pequeñas.





































viernes, 14 de junio de 2013

Mis visitas al hospital 2


La tercera vez que pasé por el hospital tenía veintinueve años.
La medicina había evolucionado una barbaridad y estuve solo tres días ingresado. Me operaron de un varicocele­ – Son varices en los testículos-.
El día del ingreso cuando me fue a rapar la auxiliar corrió la cortina para que no me viera mi compañero y no se dio cuenta que por la ventana desde otra habitación, de un pasillo contiguo una mujer me estaba mirando, cuando se dio cuenta bajó la persiana a toda prisa – A mí me daba igual tengo poco pudor o tal vez sea un poco exhibicionista-.
Mi compañero de habitación, era un señor mayor que roncaba exageradamente y le olían los pies – Menos mal que yo no tenía problemas para dormir pues menuda locomotora-. Hoy día soy yo quien ronca una barbaridad o por lo amenos eso dice mi compañera y sus hijos que no hacen otra cosa que quejarse de mí. De hecho no hace mucho estuve con un compañero del club de perros en el que entreno compartiendo habitación en un hotel y me grabó… y sí… ronco y mucho.
La cuarta vez que estuve en un hospital fue por un accidente de trabajo.
Un chico una mañana de un viernes 12 de mayo del 2000, me pidió que le ayudara a colocar una guía de una botonera en una viga de un puente grúa, colocó dos escaleras apoyadas en la viga del puente y nos subimos cada uno en nuestras respectivas escaleras, como la mía no apoyaba mucho porque era un poco corta, el chico se bajó, cogió la botonera del puente y en vez de darle al puente hacia tras le dio hacia adelante, provocando la caída de la escalera y yo detrás con tan mala suerte que quedó apoyada en un caballete y mi pierna entró entre los peldaños de la escalera, rompiéndome la tibia y el peroné por palanca, no sentí dolor solo un leve cosquilleo en el píe e incluso bromee sobre la caída, pero cuando fui a levantarme la pierna colgaba como un guiñapo y tenía un giro brutal sobre su eje. La ambulancia vino muy pronto y el hecho de estar cerca del hospital, hizo que los médicos no dejaran que me subiera el dolor. Como era un accidente laboral me trasladaron del Hospital de Granollers a una mutua en Barcelona.
Cuando me ingresaron, me pincharon la epidural para operarme, sentí un gran calambrazo en la pierna rota, fue terrible. Me dijeron que la anestesia duraría unas dos horas y a las doce me metieron en quirófano, los cirujanos no venían y el tiempo iba pasando, una hora, dos horas y yo allí esperando, viendo el reloj colgado que hay en todo quirófano. A las dos y diez de la tarde se presentan los cirujanos y todo el equipo médico, el cirujano coge el bisturí y empieza a cortarme por la rodilla, noto como me corta y grito, el anestesista me pregunta “ que sientes algo” asiento y me ponen una inyección que me deja anestesiado completamente.
Cuando me desperté, estaba casi toda la familia en la habitación, la madre de mis hijas no había llegado, habían pasado diez horas del accidente cuando llegó. Era su primer día de trabajo y aunque le ofrecieron la oportunidad de irse, el hecho de ser médico y dejar la consulta sin facultativo o esperar a que le viniera un relevo, no le pareció bien y decidió quedarse a terminar su jornada. Como no tenía coche se tuvo que espabilar con transporte público y aunque salió a las dos se presentó a las seis. No quería quedarse a pasar la noche conmigo, que llevaba muchas horas sin ver a mis hijas y para tranquilizarlas quería estar con ellas. Mi madre quería quedarse conmigo pero mis hermanas no la dejaron.
A la madre de mis hijas no le quedó más remedio que llamar a su madre para que se quedara con las niñas – Mi suegra era reacia a quedarse con mis hijas fuera de su casa y la madre de mis hijas a que salieran de casa-.
La verdad es que no me enteraba mucho de lo que ocurría.
Fueron veinte días de hospital y seis meses de baja.
La última vez que pasé por el hospital también fue por un accidente laboral – Fue el 21 de junio del 2005-.
Estaba subido en un andamio con ruedas, poniendo un falso techo de placas de lana de vidrio, le pedí a un chico que me moviera el andamio… y lo movió con tanta fuerza que lo volcó, salté y sólo puse la pierna izquierda al caer, pues en el anterior accidente me fracturé la derecha y creí que me haría más daño en la pierna si ponía las dos. La tibia me estalló y la articulación del tobillo me quedó inservible. Había quince fragmentos de tibia y el peroné se fracturo por simpatía al no poder aguantar la vibración que se produjo en el impacto.
Cuatro operaciones y varios ingresos, muchas horas para darle vueltas a la cabeza pensando en un futuro incierto, depresión. Me sentía incomprendido y sé que a mi compañera actual no se lo hice pasar bien.
Me fijaron el tobillo para siempre y con ello la imposibilidad de trabajar en lo que trabajaba.
Dos años de baja… Pero en fin “no hay mal que por bien no venga”, me quedó una paga y pude estudiar lo que de joven no hice.

jueves, 6 de junio de 2013

Carta a mi madre.





En estos días se cumple el tercer aniversario de la muerte de mi madre, y aunque más adelante ya hablaré de ella y de lo que ha sido para mí, no quisiera dejar de recordarla en este aniversario tan triste para toda mi familia.
He aquí una carta abierta que escribí a su muerte:

Yaya Remedios como te conocían tus nietos, para la mayoría de ellos tú eras su segunda madre o incluso primera.
Tus hijos que te querían y te quieren, no te olvidarán nunca mientras vivan y todos, sin excepción saben que no fueron del todo justos contigo, lloran tu perdida, su orfandad como una herida grande que no se puede cerrar.
A tus nietos les demostraste el amor con gestos, que a tus hijos no les distes, pero tus hijos sabemos que eran otros tiempos y el cariño se demuestra con hechos no con besos.
Te lloro todavía en mis ratos de soledad y sé que mis hermanos también.
Tú no eras una madre al uso, eras una mujer muy especial, sufriste lo indecible, pero eras optimista y siempre encontrabas solución y esperanza para todo.
Tus hijos fueron lo primero “como para cualquier madre, supongo”, pero tú lo demostraste a diario.
Nunca podremos devolverte todo lo que hiciste por nosotros. Y eso está claro, porque hasta tu muerte aunque muy dolorosa para todos, que fue tan rápida que no nos dio tiempo a sufrir por ti.
Se que nos cuidarás en donde estés y quiero creer, como dicen los Budistas, que nos reencarnamos siempre en personas que han tenido relación los unos con los otros, espero estar junto a ti aquí o donde sea. Y a pesar de que pueda sonar un poco duro, contare los días que falten para estar de nuevo juntos.
Te lloraré mientras viva.
Cierro los ojos para escuchar tu voz, tus gritos y sentir cómo le hablabas a cada uno de mis hermanos y a mí. Me castiga el corazón el no tenerte y me lamento por no haber estado contigo más tiempo en tus últimos días. Ahora me duele cualquier reproche que te hice cuando más joven, aunque sé que me has perdonado, me duele haber sido injusto contigo. Por eso lloro y lloraré.
Llevaré conmigo el amor que me diste, tus recuerdos y la pena de no haber sido un mejor hijo para ti, el no haberte devuelto todo lo que hiciste por mí, cualquier reproche que te hice y que ahora me duele como una lanza clavada en el corazón.

Te quiero,


                                                                 Jorge.





















miércoles, 5 de junio de 2013

Mis visitas al Hospital. 1


La primera visita al hospital fue en Málaga, cuando me operaron de las amígdalas. No lo recuerdo muy bien­­ -yo tenía tres años-, a mi hermana también la operaron de lo mismo -antes se quitaban las amígdalas por nada-.
Lo que recuerdo del Hospital de Málaga, era cuando me sacaban sangre, que como estaba tan delgado lo hacían del cuello en vez del brazo, me ponían cabeza abajo sujetado por una enfermera, y mientras la otra me sacaba la sangre.
Al día siguiente de volver de Málaga, recuerdo que chispeaba y me fui a la calle, mi hermana Reme que estaba a mi cuidado recibió una bronca de mi madre por permitir que estuviera en la calle -ya digo que los tiempos eran diferentes-.
La segunda vez que fui al hospital tenía diez años y me operaron de una criptorquidia -un testículo fuera del escroto, estaba en la ingle- y una hernia inguinal.
Me ingresaron un martes por la tarde, mi madre fue la única que me acompañó al ingreso. Me pusieron en una habitación individual. Cuando llegó las siete de la tarde mi madre se fue y me dejó sólo, es cierto que no me habían operado todavía y que había una madre que conocimos en el hospital, que tenía a su hijo ingresado, por cierto esta Sra. me dejó unas zapatillas y una bata, porque yo no tenía. Cuando le dieron el alta al niño se las devolvimos.
Por la mañana cuando me desperté, al estar sólo, me entró pánico. Hacia las nueve llegaron mis padres y al poco me bajaron al quirófano -fui andando-, esperé junto a mis padres, sentado en el pasillo, delante de la puerta del quirófano. Una enfermera iba saliendo de vez en cuando, con la bata manchada de sangre, creí morirme. Cuando me llamaron, entré y me dijeron que estuviera tranquilo, que me pusiera unas bolsas en las zapatillas…Las piernas me temblaban, no sé cómo me aguantaba de píe.
Luego me tumbaron en una camilla y cuando desperté estaba en mi habitación con mis padres. Esa primera noche se quedó mi madre conmigo y por la mañana se fue, volvió por la tarde hacia las cinco, para pasar otra noche conmigo.
Al día siguiente me cambiaron de habitación, me pusieron con un chico joven que habían operado de un forúnculo -un quiste sacro- era también de St. Celoni y ya mi madre no se quedó más noches conmigo.
En la operación me habían cosido el testículo al muslo mediante un botón, lo que hacía que tuviera la pierna encogida, y a pesar que me dijeron que no me levantara, cuando tenía que ir al lavabo, me levantaba y a píe cojo dando saltitos iba
Estuve un total de nueve días en el hospital –los últimos tres mi compañero de habitación era un anciano que se pasaba el día dormido-.