viernes, 24 de julio de 2020

María Zambrano, el exilio como constituyente de la condición humana

 

1. Introducción. 2

2. Constituyentes de la condición humana. 5

2.1. Primer constituyente: el carácter irreversible del exilio. 6

2.2. Segundo constituyente: el abandono. 7

2.3. Tercer constituyente: la soledad. 9

2.4. Cuarto constituyente: el hombre, un ser desconocido. 10

2.5. Quinto constituyente: el hombre, un ser devorado. 11

3. Asunción del exilio. 13

4. Visiones del exilio. 16

5. Conclusiones. 19

6. Nota. 21

7. Bibliografía. 22

 


 

1. Introducción

 

En este trabajo pretendemos acércanos a la figura de María Zambrano, la filósofa veleña, que fue discípula de Ortega y Gasset, de Xabier Zubiri y García Morente entre otros; que vivió durante 45 años en el exilio, es decir, desde el final de la Guerra Civil española en 1939 hasta su regreso el 20 de noviembre de 1984. Sabemos que el exilio para María llegó a ser una experiencia fundamental, figura de un desgarramiento radical, pues el exiliado asume sobre sí mismo toda la ambigüedad humana. El pensamiento de María está estrechamente vinculado a la realidad social y política que le tocó vivir. María Zambrano torna a España tras la muerte del dictador Franco sucedida unos años antes de su regreso y de haberse producido varias consultas electorales democráticas en España.

Siempre errante María Zambrano vivió en diferentes ciudades y países tanto de Europa como de América. Como un relato circular tradicional de viajes podríamos definir el exilio María Zambrano, con una partida, un largo viaje por el mundo con múltiples peripecias y un regreso, un volver a su patria, a su hogar. La figura del exilio asoma con frecuencia en la obra Zambraniana. El exilio es entonces metáfora de este deambular, muy presente a lo largo y ancho de las obras de María.

María Zambrano, sale de España hacia el exilio el 25 de enero de 1939 tras la conquista por parte de las tropas franquistas de Catalunya. Sale hacia ese exilio, que como hemos dicho, será un constitutivo fundamental de su propia estructura personal. La experiencia vital del exilio de nuestra autora, empieza con el recuerdo del viaje que hacía en brazos de su padre, “quizá ya por entonces hacia un viaje en brazos de mi padre; un viaje que iba del suelo hasta la frente de mi padre. Eso ha sido decisivo para mí. Yo no podía ir más arriba ni más abajo. Era mi viaje, mi ir y venir”. Desde la infancia María Zambrano viajó a diferentes lugares de la península, primero de Vélez-Málaga a Madrid y un año más tarde la familia Zambrano Alarcón se traslada a Segovia, una especie de exilio Infantil que la filósofa al igual que en la edad adulta no escogería. La experiencia del viaje, el traslado de domicilio sin voluntad parece atisbar ya la idea de exilio y a la idea de desgarro “esa separación de la comunidad propia que constituyen los exilios y las emigraciones”.

Podría parecer exagerada la analogía entre los cambios de domicilio a causa del trabajo del padre y el exilio político, pero no la elección, la falta de voluntad del individuo en estos viajes aproximan el sentido de ambas situaciones y su significado. Pero lo interesante es el planteamiento de María Zambrano que concibe el exilio como un proceso, como un verdadero camino, cuyo inicio está representado por el sentimiento de abandono, en el que no hay acogida posible, sentimiento siempre presidido por la tensión de vivir entre la vida y la muerte para concluir en el angustioso rechazo de ambas. Nos dice María:

 

En el abandono solo lo propio de que se está desposeído aparece, solo lo que no se puede llegar a ser como ser propio. Lo propio es solamente que en tanto que negación, imposibilidad. Imposibilidad de vivir que cuando se cae en la cuenta, es imposible de morir. El filo entre la vida y la muerte que igualmente se rechazan. Sostenerse en ese filo es la primera exigencia que el exiliado que al exiliado se le presenta como ineludible.[1]

 

Este sentimiento de abandono, nos dice María el desterrado y el refugiado no lo tienen.

María Zambrano aporta una nueva dimensión al exilio, presentándolo de distinta manera, diferenciándolo de la concepción y descripción que han hecho otros autores, pues considera que este no empieza inmediatamente después de traspasar la frontera de la patria, ni todo aquel que la traspasa es ya un exiliado, sino que la persona que ha tenido que abandonar su país va travesando por diferentes estadios: refugiado, desterrado y, finalmente, exiliado.

El exiliado se siente devorado por la historia y se refugia en el silencio necesitando refugiarse en algo, anda fuera de sí al andar sin casa ni patria. El exiliado es el que más se asemeja al desconocido, ese ser desconocido, que hay en todo hombre y que al poeta y el artista no llegan sino muy raramente a descubrir, nos dice María.

 Se halla en el exilio este ser abandonado y este, el exilio, es una sucesión de fases, tres pasos claros hay en él: el destierro,[2] que es la pura expulsión del lugar del lugar al que se pertenece; el abandono,[3] donde empieza el verdadero exilio y que define como el lugar donde “solo aparece lo que no se puede llegar a ser como ser propio”, en donde se da la “imposibilidad de vivir y de morir”, donde el exiliado se “sostiene en el filo” y en la “identidad perdida que reclama rescate”. El tercer paso es aquel en el que el exiliado toma conciencia de que no es más que eso, exiliado,[4] toma su propio paso “sin camino” y es cuando se da la “revelación” del exilio, pues “regala a su paso lento la visión prometida”, el exiliado vive ya “viéndose en sus raíces sin haberse desprendido de ellas”. La distancia se vuelve abrumadoramente significativa para el que está exiliado.

A medida que aminora la agonía del desamparo y la esperanza se ha callado, nos dice María, no hay lugar para la desesperación y menos para la exasperación. El exilio se ve como la inmensidad del desierto y se va haciendo presente la inexistencia de horizonte. De destierro en destierro el exiliado se va muriendo, desposeyéndose y desenraizándose.

Sin embargo dice María, el exilio es un “estado naciente”, es decir, te arrojan a la vida desconocida, como un neonato. Para intentar sobrellevar el exilio, el exiliado tiene que encerrar el desierto dentro de sí. Dice la filósofa veleña: “el exiliado hace de sí una isla sin saberlo” y su voz es inaudible. La única ventaja que le ve al exilio María es que desde este se descubre mejor la patria, como un espectador que ve mejor las cosas tomando distancia del centro de la acción.

Todas estas afirmaciones de María Zambrano, me hacen plantearme las siguientes preguntas: ¿Es el exilio un proceso necesario para la constitución del Ser teniendo en cuenta los diferentes significados que le podemos dar al concepto “exilio”?  ¿Es el exilio un verdadero camino para encontrar, como en el caso de los literatos y los artistas, una manera mejor de expresar los sentimientos y el arte de estos, dado que hay ejemplos de sobras de dicha cuestión en la Literatura Universal y en el Arte? La respuesta a estas cuestiones pretendo extraerla de los textos mismos de la filósofa veleña, fundamentalmente de sus obras Delirio y destino, Carta sobre el Exilio y Los bienaventurados, amén de otras obras secundarias de la propia filósofa y de otros autores.

Pretendo acercarme a los textos desde una mirada empática, pero critica a la vez, buscando desentrañar el pensamiento filosófico de la autora e intentar descubrir a través de sus obras, que reflejan su vivencia como exiliada, el porqué de su vida errante por diferentes países. Y en el que al parecer en ninguno se sintió acogida, no sé sí por las circunstancias que la rodearon o por qué como ella decía a su regreso a España después de su largo exilio a preguntas de un periodista:

 

 Si yo no vuelvo, no puedo volver, porque yo no me ido nunca; yo he llevado a España conmigo, detrás de mí, en secreto y al par luminoso y dramático o visible simplemente del corazón. Nunca se ha ido de mi corazón, ni de mi España.[5]

 

Es decir, ella sentía la imposibilidad de estar en cualquier lugar que no fuera España, nunca renunció a estar en su tierra y por eso la llevaba con ella.

María ve en exilio, como hemos visto más arriba, que desde él se descubre mejor la patria que ha quedado detrás, también piensa ella que el exilio ayuda a descubrirse uno mismo mejor y por ello lo ve como un rito de iniciación para constituirse en ser- humano, que se dividiría en varias fases que llamaremos Constituyentes de la condición humana. Claro está que no todo ser humano ha de conocer el exilio como desterrado, refugiado o emigrante. Hay que darle a el término, al concepto “exilio” una amplitud de situaciones, puede haber un exilio interior, un desplazamiento del individuo hacia los márgenes de la sociedad, incluso dentro de la propia familia; puede haber un exiliado dentro de su propia comunidad convertido, como dice María, en “una isla” y no interrelacionarse con los demás, ser claramente un “Yo” y no sentirse un “Nosotros”. 

 

 

2. Constituyentes de la condición humana

 

La filosofía de Nietzsche, Heidegger y Ortega y la creación literaria convergen en el pensamiento de María Zambrano en una filosofía nueva, la razón poética, cuyo objeto es el modo en que el ser humano se hace así mismo, se constituye y se configura a través de la palabra y de la acción,[6]cómo va constituyendo su ser en sus obras y de qué forma proyecta su propia transformación en el movimiento paulatino de sus creaciones. La razón poética contiene y da toda esta posibilidad al hombre, para que con su capacidad para construirse y modificarse lo pueda hacer mediante su propia acción. El ser humano se define, poéticamente, por este hacerse continuamente así mismo. El Ser recibido al nacer, ha de seguir naciendo y alimentándose, es decir, se ha de ir renovándose continuamente.

El ser humano impregna la constitución de su ser, dejando su huella en sus obras, de este modo constituyen el auténtico registro de la experiencia humana, su historia verdadera, a menudo alejada de su historia inventada o construida entre uno mismo y los demás. A pesar de ello podemos afirmar que al ser humano no se le llega a conocer nunca por completo.

El exiliado al quedarse desnudo de sus circunstancias más próximas, que son las necesarias para su subsistir –familia, sociedad que lo rodea, trabajo, patria, instituciones, costumbres, lengua, tradiciones, etc.–, se percata a través de sus vivencias, del Ser, de su Ser. Con esta revelación el exiliado descubre los constituyentes de la condición humana.

Ese sentirse vulnerable, desnudo ante el mundo, como en el nacimiento, es una oportunidad privilegiada que tiene el filósofo para el estudio de la constitución espiritual del ser humano. Escribe María: “Pocas situaciones hay como el exilio, para que se presenten como un rito iniciático las pruebas de la condición humana. Tal si se estuviese cumpliendo la iniciación de ser hombre”.[7]

El exilio, en el plano de la experiencia, conlleva un periodo inicial de pérdida y despojo que luego es remplazado por otra fase de reapropiación. El intelectual exiliado no responde a la lógica de lo convencional, sino a la osadía asociada al riesgo, a lo que representa el cambio, a la invitación de ponerse en movimiento y no quedarse quieto.

 

2.1. Primer constituyente: el carácter irreversible del exilio

 

El exilio es, según María, un “acabamiento” del yo y podíamos decir que se produce una “aniquilación progresiva” de este. Así es, al menos, como lo percibe el exiliado al adquirir plena conciencia de su exilio. “Es –nos dice María– la irreversibilidad del paso de la frontera”. Ya no se repasará más esta frontera y sí se repasara, nunca se recuperará la situación que se perdió en su momento, ya nunca habrá una patria. La patria es simplemente  abolida. En ningún país extranjero se puede recuperar la patria, María Zambrano está convencida de que no hay otra patria en realidad, que la patria primera. Lo que ocurre es que el exiliado mantiene un inquebrantable vínculo con su origen, el cual se manifiesta constantemente en tensión con el nuevo territorio de residencia.

La exiliada María Zambrano, no se “exilió” todo el tiempo, en el sentido de extrañamiento cultural, sino que la mayor parte del mismo tuvo la suerte de sentirse dentro de la órbita cultural española, aunque con la extraña sensación que le producía vivir lejos de su origen tanto en el espacio como en el tiempo. En cuanto a lo primero la inmensidad del océano que la distanciaba de su tierra natal. En cuanto a lo segundo se sentía retroceder en la historia, al tiempo del Imperio español, porque Latinoamérica de alguna manera seguía siendo España, y al igual que en  un espejo roto al mirarnos en cada uno de sus pedazos nos reflejamos, de la misma manera al desmembrarse el imperio español en cada uno de esos países que resultaron de dicho desmembramiento veía María a España. Por ello no es de extrañar aquella afirmación de la filósofa andaluza en tierras chilenas, cuando dijo que ella descubrió España en aquellas tierras, porque allí encontró lo medular de lo hispano. Aquello que nos hace coincidir a todas las Españas “su reverberante sustancia”.[8]

La coexistencia de determinados contextos culturales, instala al exiliado en un estado de oscilación que determina para siempre su proceso de construcción subjetiva. Los contextos culturales producen en el exiliado un proceso dialéctico que permite germinar una cierta conciencia de lo propio a partir del contraste con lo Otro. Ver el mundo entero como un “lugar extraño” permite adoptar una mirada original. La mayoría de la gente tiene conciencia de una sola cultura, una tradición, un escenario, un lugar propio; los exiliados son conscientes de al menos dos, y esa pluralidad de miradas da paso a cierta consciencia de que hay dimensiones coincidentes. Esta duplicidad de perspectivas que experimenta el exiliado no solo le permiten establecer una dualidad en las bases de su construcción subjetiva, sino que lo someten también a un estado de dialogo constante y esto le ayuda a emitir un dictamen, un discurso sobre el conflicto que le ha producido dicha dualidad cultural. El exilio no tiene que ver tanto con la coexistencia de dos patrias, como con las maniobras de integración que el individuo debe llevar a cabo para el resto de su vida. El exiliado debe mantenerse en guardia, pues el confort y la seguridad excesivos significan una amenaza. La noción de llegada, de conclusión y de descanso se anula y la única posibilidad de fijeza a su condición corresponde al movimiento eterno.

 

2.2. Segundo constituyente: el abandono

 

El segundo de los constituyentes que descubre el exiliado es el sentirse arrojado a la vida, abandonado a la existencia. Dice María:

En el exilio verdadero pronto se abre la inmensidad que puede no ser notada al principio. Es lo que queda, en lo que se resuelve, si llega a suceder, el desamparo.

Sin desamparo la inmensidad no aparece, sin el abandono a lo menos, sin haber sentido  en modo suficiente, es decir en forma de duración, el abandono. Del abandono llegan esos vacíos que en la vida de todos los hombres, en cualquier situación, aparecen y desaparecen.[9]

 

Pero el abandono no es patrimonio exclusivo del exiliado; cualquier hombre puede sentir esta sensación alguna vez en su vida como nos dice María, también el desamparo, el sentirse desnudo ante los elementos y es ahí donde el hombre muestra toda su fuerza. El hombre se siente un ser arrojado a la vida, abandonado a la existencia. Nos dice María Zambrano, que a la pregunta de ¿por qué del exiliado?, este tendrá que responder con la misma sensación de aturdimiento cómo respondería si se le preguntase ¿por qué ha sido arrojado a la vida?

 

La respuesta –escribe María–, [es] la misma que tendría que dar a quien le preguntase que por qué es hombre o por qué ha nacido, si fuera encontrado un día sobre las aguas y arrojado por las ondas, ofrecido por ellas como un extraño ser salvado de algún naufragio o superviviente de una isla sumergida: algo que el abismo de la muerte se ha negado a tragar y la vida lleva y sostiene. Así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que esa: tener que nacer como rechazo de la muerte, como superviviente […] y el rito del nacimiento –presentación y ofrecimiento– se cumple, al menos en el ánimo del exiliado, que se siente así ofrecido.[10]

 

El hombre nace protegido por una serie de mediadores entre él y la sociedad que le rodea, esta medición difícilmente la percibe cuando en ella se encuentra instalado. Son elementos protectores que facilitan nuestro existir, la familia, la ciudad, nuestra casa o el trabajo. Son puntos de apoyo para construir nuestra vida. El exiliado se descubre como un ser abandonado, arrojado de su patria, perdido en un mundo hostil, como un ciego que se ha quedado sin vista y ahora tiene que caminar hacia no sabe a dónde y atientas.

Nos dice María que la primera sensación que se siente en el exilio es la del desgarro. También la vida, comienza con un desgarro, una ruptura la del cordón umbilical que nos une a nuestra madre, eso es el nacer. También podríamos relacionar el nacimiento como la expulsión del paraíso, donde a la pareja primigenia no les faltaba de nada para subsistir, al igual que al feto en el seno materno no le falta este sustento.

Como vemos María compara el comienzo del exilio con el nacimiento, esto nos recuerda al mito platónico de la caverna. Pero hay una diferencia que separa la concepción zambraniana del mito platónico. Para Platón el hombre al nacer solo ve las imágenes que le proporciona los sentidos, como sombras proyectadas al fondo de la caverna, pero estas para Platón solo son copias de la verdadera realidad, que son las “Ideas Absolutas”, que solo alcanzamos a ver con nuestra inteligencia cuando salimos a la luz exterior donde descubrimos el mundo ideal platónico. Para la filósofa andaluza por el contrario el hombre al nacer es arrojado al mundo de lo contingente, desorientado y perdido, procura guarecerse en una gruta que es el mundo de la ensoñación de las “Ideas Absolutas” como: bien, felicidad, estabilidad, ser, etc., que le dan tranquilidad y seguridad.

Zambrano distingue en el abandono del exiliado dos etapas: desgarramiento sangrante en una primera época, que el exiliado se encuentra aferrado a la negatividad dolorida de su tierra y la circunstancia que está viviendo, y una segunda época que el exiliado se siente simplemente “algo” abandonado, como vestigio de un mundo que ya no es el suyo, se torna un apátrida sin un lugar natural al que aferrarse, como “ánimas del purgatorio”.

 

2.3. Tercer constituyente: la soledad

 

En este segundo momento del exilio, este –exiliado–, alcanza la inmensidad del desamparo, no tiene nadie a su lado para apoyarle, para cobijarle. Adquiere conciencia del hundimiento del horizonte, de la desaparición de la medición el exiliado se enfrenta a pecho descubierto contra los elementos y lo ha de hacer desde le soledad y el desamparo. Es, sin duda, el descubrimiento del interior del hombre como ser solitario, al que ninguna compañía le llena el vacío de la soledad. Nos dice María Zambrano en su obra Los bienaventurados:

 

[…] el que se ha encontrado solo bajo la sombra inmensa del desamparo ante la inmensidad de la vida, sin sentir siquiera que la vida ande en esa inmensidad, se aquedado así, así simplemente, no podrá decir cómo ni por qué, ni punto de partida en el forzado arranque de lo que fue patria, ciudad, casa, horizonte, paisaje familiar. Deja propiamente de ser desterrado para entrar a ser un exiliado.

[…] Una desconocida confianza le gana, le ha ganado ya en cuanto cae en la cuenta de ese calor, de ese acompañamiento desconocido que le deja así, que deja su soledad intacta y todo él como estado naciente.[11]

 

 

Cuando aminora la agonía del desamparo, cuando la esperanza casi se ha perdido, cuando ya no hay lugar a la desesperación ni a la rabia. La inmensidad del exilio se va haciendo presente, la inmensidad de ese ilimitado desierto, soledad vasta de un páramo sin vida, sin agua, sin senderos que lo conduzcan alguna parte, soledad y sequedad. El exiliado ve difuminarse a su alrededor los caminos de la esperanza,  absorto en su soledad, aun rodeado de gente se siente solo y perdido. Los caminos ya no son caminos, sino tortuosas veredas que conducen a cualquier parte, que es como decir a ningún sitio.

La tentación que sufre el exiliado con esta situación es confundir la soledad con la libertad: “Si no se entiende esta situación, la tentación de la existencia, de ser el existente en medio de la soledad dejada por el desamparo y aun simplemente por el abandono, por andar así, sin mediación, puede ser tomado por libertad”.[12]

Cuando el exiliado ha entrado en el desierto se realiza en su plenitud el exilio, solo cuando se desdibuja la imagen de su patria, perdida definitivamente en la lejanía, se consuma en propiedad el exilio. “La existencia del ser humano a quien esto acontece ha entrado ya en el exilio, como un océano sin isla alguna a la vista, sin norte real, punto de llegada, meta”.[13] El peligro para el exiliado es querer arrancarse su historia, borrarla y como Adán expulsado del paraíso, empezar una nueva vida sin las reglas del paraíso y esto lo sintiera como una libertad, pero hay un peligro mayor aún, que el exiliado encerrado en sí mismo convierta en sombras todo lo que lo rodea, sombras que se convierten en fantasmas enemigos. Y entonces la soledad se convierte en distancia, se hace distancia entre el Yo y los Otros, insalvable distancia, y el exiliado se deprime en un mundo sin contenido para él.

A este nivel el exiliado se asemeja a un desconocido, en un doble horizonte: como desconocido para los demás, entre los demás, sin un nombre propio, sin referencias de la circunstancia que vive, y en una vertiente más dramática es un desconocido para sí mismo.

 

2.4. Cuarto constituyente: el hombre, un ser desconocido

 

Aquí aparece este otro constituyente del ser humano, pues el exiliado desvela su condición de desconocido que anida en todo hombre. De hecho no solo el exiliado si reflexionamos nos damos cuenta que pasamos prácticamente por la vida de incognito, sin que apenas unas cuantas personas reparen en nosotros y sin que nos demos cuenta de quien somos y lo que significamos para los otros en realidad.

Es el descubrimiento de del interior del hombre como ser solitario, como hemos visto más arriba, que ninguna compañía puede saciar su sed de compañía, hasta el punto de ni siquiera sentirse acompañado por sí mismo, y al no saber ni tan siquiera quien es, por haber perdido sus puntos de referencia, las coordenadas de su existir, la primera piedra del muro que levanta el exiliado para evitar ser conocido profundamente. Es sin duda la evidencia de que todo Ser tiene en su interior una especie de santuario inaccesible, en el que no consigue penetrar ninguna mirada humana, donde nos encontramos solos, realmente solos. Es la imposibilidad de darnos a conocer del todo.

En el desconocido no hay pasión, la aceptación no de las circunstancias ni de su situación, sino de la orfandad, de no tener lugar en el mundo ni geográfico, ni político, ni social, ni ontológico. No ser nadie, ni un mendigo, no ser nada.[14]Ser tan solo algo vivo, mantenerse en un lugar sin apoyo ninguno. Perderse en la historia, ser un número más. Pero un día el exiliado por un instante ve a la historia como un río, como un flujo que corre, no la ve como “un océano que pide ser surcado”, sino como agua a punto de ser tragada y entonces ya empieza a superar el exilio.

El exiliado siente la necesidad de buscar la reconstrucción de una identidad, partiendo de esa herida del exilio, de la pérdida de un suelo firme que le produce distorsiones en su psique y una especial tristeza, casi irremediable al perder el contacto con la tierra que ha dejado atrás, con aquellos pequeños detalles y gestos que dibujaban su verdadero hogar.

La causa radical del desconocimiento del exiliado es su continuo peregrinar en un desgarramiento continuo de los posibles lazos afectivos:

 

De destierro en destierro, en cada uno de ellos el exiliado va muriendo, desposeyéndose, desenraizándose. Y así se encamina, se reitera su salida del lugar inicial, de su patria y de cada posible patria, dejándose a veces la capa al huir de la seducción de una patria que se le ofrece, corriendo delante de su sombra tentadora; entonces inevitablemente es acusado de eso, de irse, de irse sin tener ni siquiera adónde. Pues de lo que huye el prometido al exilio, marcado por él desde antes, es de un dónde, de un lugar que sea el suyo. Y puede quedarse tan solo allí donde pueda agonizar libremente, ir meciéndose al mar que se revive.[15]

 

A pesar de ello el exiliado se nos manifiesta como un árbol que muestra sus raíces al aire y con ello revela su interior, su principio, su origen, con lo que da a conocer algo muy íntimo, tan adentro que el no exiliado, el que está en su casa, lo sentía sin verlo. Aquel que lo vea –al exiliado– acaba viéndose a sí mismo, porque en su desnudez existencial descubre su interior.

 

2.5. Quinto constituyente: el hombre, un ser devorado

 

El exiliado, nos dirá María, es un ser devorado, devorado por la historia. El hombre como ser histórico es un ser devorado por el tiempo. Alcanzamos la imagen del hombre que se borra como sin alma, una imagen desangrada en ese abandono, en esa imagen negativa y aniquiladora, pero se le abre un horizonte de esperanza, porque debe haber algún lugar –nos dice nuestra filósofa– “donde todas las posibilidades habidas y perdidas de ser hombre de verdad, hombre de verdad, queden intactas y como a la espera”.[16]

En su aniquilación el exiliado manifiesta de un modo espontaneo esa historia que le devora. Camina el exiliado entre escombros –dirá nuestra filósofa– entre estos escombros los de la historia. La patria es una categoría histórica, política, no así la tierra donde esta historia se realizó que se lleva dentro en las entrañas.

Para María Zambrano la historia va dejando ruinas y para ella, es precisamente, lo más viviente de la historia, “pues solo vive históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción, lo que ha quedado en ruinas.”[17] Las ruinas para nuestra filósofa no son simplemente los restos arquitectónicos, sino el residuo histórico que aún perdura en nuestro presente. María dedica un amplio análisis a las ruinas, nos muestra esa dualidad que se produce en esos lugares, las ruinas reliquias donde habitaron seres vivos, permanecen desalojadas como testimonio material de una vida pasada, “simple tumbas vacías”, nos dirá, los seres vivos que en ellas vivieron perduran como sombras encerradas en nuestras propias vidas. La filósofa veleña comenta:

 

La sepultura sin cadáver es una de las “arquitecturas” de la historia, mientras que los cadáveres vivientes, sombras animadas por la sangre, vagan unas, quedándose otras en inverosímiles emparedamientos, palpitando todavía –y si es, todavía lo es de por siempre mientras haya historia–, reapareciendo un día extrañamente puras, cuanto pueda ser pura una figura humana de la historia.[18]

 

El exiliado al haber alcanzado el desprendimiento de su tierra, del el lugar en que en la patria se encuentra enclaustrado, consigue la realidad pura de la propia patria, que lleva consigo, que le constituye como hombre. Con ello asoma el “tiempo real” del ser humano, pues el tiempo real de la vida no es el que se hunde en la arena de los relojes, ni disminuye en la memoria, sino el que contiene ese tesoro, las raíces de nuestra propia vida de hoy –nos dice María.

Esa patria verdadera, que anida en su interior, se le manifiesta al exiliado como una “revelación.” Así, escribe María Zambrano:

 

El exilio es un lugar privilegiado para que la Patria se descubra, para que ella misma se descubra cuando ya el exiliado ha dejado de buscarla. […] Cuando ya se sabe sin ella, sin padecer alguno, cuando ya no se recibe nada, nada de la patria, entonces se le ha parece. No la puede definir, pues que tan siquiera la reconoce.[19]

 

Cuando la patria no es más que un horizonte lejano:

 

[…] horizonte sin realidad, horizonte en el que mira, pasa y repasa, desgrana la historia, sobretodo la historia de España. Además, a ello le han obligado: a pasar y repasar la historia de su patria, ya que de ella le han ido pidiendo cuentas por todos los caminos del mundo […].Y ha tenido que ir dando cuentas de todo, se ha visto investido de la categoría de representante de la historia de su patria. Y como sentía la patria, como no la podía dejar abandonada a las opiniones de la gentes, a los tópicos; como aceptaba su herencia, él, arrojado de la historia actual de España y de su realidad, ha tenido que adentrarse en las entrañas de esa historia, ha vivido en sus infiernos; una y otra vez ha descendido a ellos para salir con un poco de verdad, con una palabra de verdad arrancada de ellos. Ha tenido que ir transformándose, sin darse cuenta, en conciencia de la historia. Tal nos parece por distantes, que hayamos sido lanzados de España para que seamos su conciencia; para que, derramados por el mundo, hayamos de ir respondiendo de ella, por ella.[20]

 

Lo que sorprende de esta cita Zambraniana es que defiende no solo que en el exilio se alcanza el verdadero ser de la patria, sino que es la patria mismas como en la mitología griega el dios Kronos, se ve forzada a devorar a sus hijos y en este caso a crear exilio.

 

Tiene la patria verdadera por virtud crear exilio. Es un signo inequívoco. Y así, en cuanto aurorea [sic] en la historia, en cuanto se da a ver mínimamente, en verdad basta con que se anuncie, crea exilio de aquello que por haberla visto y servido aun mínimamente han de irse de ella.[21]

 

Es cierto que la dramática historia de España está plagada de episodios que han provocado el exilio de los españoles: anarquistas, liberales, afrancesados, monárquicos, republicanos, etc. Pero ninguno como la diáspora que produjo la Guerra Civil. Siempre que ha habido un intento de despertar la conciencia del pueblo, este intento ha provocado el exilio, de los que querían aportar savia nueva. Las estructuras encorsetadas de las instituciones no permitían cambios, romper con ideas fosilizadas y anacrónicas ha sido en España prácticamente siempre una quimera.

 

 

3. Asunción del exilio

 

La coherencia con su pensamiento y con sus actos hace que María Zambrano, asuma su situación desde una posición que podríamos llamar estoica y esta posición se manifiesta en todos los ámbitos de su vida, sea en el político o asumiendo su exilio como el destino que le ha tocado vivir, hasta el punto de llegar a afirmar en un artículo que escribió para el diario ABC, publicado el 28 de agosto de 1989, que amaba su exilio:

El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez se conoce, es irrenunciable […] Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana, pero al decirlo me muerdo los labios, porque yo querría que no volviese a haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que no se conociera el exilio.[22]

 

María nos dice que gracias al exilio ha vivido diversas vidas, que “el exilio es una dimensión esencial de la vida humana”. Aunque ella no querría que volviese haber exiliados, que no se conociera el exilio. Siente que tal vez se contradice cuando afirma que ama su exilio:

 

Será porque no lo busqué [el exilio], porque no fui persiguiéndolo. No, lo acepte; y cuando se acepta algo de corazón, porque sí, cuesta mucho trabajo renunciar a ello.

Yo he renunciado a mi exilio y estoy feliz, y estoy contenta, pero eso no me hace olvidarlo, sería como negar una parte una parte de nuestra historia y de mi historia. Los cuarenta años de exilio no me los puede devolver nadie, lo cual hace más hermoso la ausencia de rencor.

Mi exilio está plenamente aceptado, pero yo, al mismo tiempo, no pido, ni le deseo a ningún joven que lo entienda, porque para entenderlo tendría que padecerlo y yo no puedo desear a nadie que sea crucificado.[23]

 

En todo exilio de “verdad”, nos dice María, hay algo de sacro, algo inefable, unas circunstancias vividas a la que ella no puede renunciar. También el sentimiento de pertenencia a un lugar, a una patria, según María Zambrano se acentúa con el exilio: “he sido exiliada para ser española de un modo más total”.[24]

La asunción por parte de María del exilio y de su destino de desterrada errante, no quita que no se mostrara crítica con el olvido a los exiliados por parte de los que se quedaron, y que además, según ella, algunos de estos estaban ocupando cátedras en las universidades españolas que debieran haber sido para muchos de los que se marcharon:

 

Cargarse de razón y de razones es cosa fácil para el exiliado, pues la vida de la justificación es la que inmediatamente se abre como salida de la ambigüedad. Y no solo una vía, sino propiamente una vía triunfal, esa por donde desfilan los justificados, que así se separan del resto de los mortales. Eran los que esperaban y temían de nosotros todos los aludidos y otros expresamente omitidos hasta ahora: los que ocasionaron nuestro exilio. […] Nuestro silencio, el silencio de los exiliados, que tan poco han hablado del exilio, habiéndolo podido hacer tanto, muestra que no se ha seguido la vía de la justificación, […] el exiliado, incluso habiendo cumplido acciones heroicas en una historia en la que se vio comprometido por ocasión o por vocación, no ha cristalizado en héroe. […] La historia, o más bien quienes, al parecer, la dirigen no lo han consentido en ningún caso.

[El exiliado] viene a ser casi invisible como el “Niño de Vallecas” de Velázquez, que cuando alguien repara en él procura no verlo o verlo como si no lo viera. […] Pero ahora ya apenas al exiliado se le pregunta nada. Desde los más diversos y aún encontrados lugares surge una voz que con diversos tonos […] le dice simplemente ¿Qué haces todavía ahí, qué estás haciendo? Lo que tendrías que hacer es volver, es decir, sal de ahí, de ese imposible lugar donde estás y vuelve. […] lo más importante en el ánimo de quienes lo dicen tan unánimemente, debe ser […] que deje el exiliado el lugar donde está, que deje de ser exiliado. Y para ello el único camino es volver a su patria, desexiliarse [Sic] no es lo mismo que si simplemente nos dijeran: “vuelvan” o “vengan”. Y más todavía si nos llamaran por nuestro nombre. Me refiero naturalmente a los que están allí, en España.

Pero aún más significativa es la variación que se advierte ahora […] respecto a lo que se nos decía en un primer momento, cuando se dieron cuenta, sobre todo los entonces jóvenes, de la ausencia del exiliado […] se nos veía en falta, como si fuera obstinación nuestra el no volver. Se trataba entonces de eso, de que regresáramos, y se nos sabía en un lugar determinado (no me refiero al país en que estuviese el exiliado en cuestión, sino en un lugar llamado exilio existía entonces para ellos, los que nos echaban de menos y creo que, desde luego, para todos los demás: los indiferentes y los que celebraban nuestra ausencia para ocupar su puesto sin más).[25]

 

Dice María Zambrano que se les llamaba “a salir el exilio” casi ignorándolo, olvidándolo. Parece que el exiliado ha dejado de existir, dice María “ahora ni siquiera  estamos en el exilio estamos por ahí”. Estas críticas eran vertidas en los años sesenta del siglo XX a los que habían permanecido en España y en los que en su mayoría, según ella, no reconocían el sufrimiento del exiliado. Ya en los años ochenta después de su regreso a Españas las críticas se dirigen a la sociedad democrática que mantiene un tupido velo sobre el exilio español, sin dar oportunidad al pensamiento ni a la acción: no se piensa, no se reflexiona sobre el exilio, parece que en la transición a la democracia que se dio en España después del franquismo, se hubiera perdido la reflexión sobre el pasado reciente, sobre la propia historia y que solo se quisiera ir hacia delante dejando atrás todo en ruinas. Esta reflexión nos recuerda a la tesis IX de la obra Sobre el concepte d’història de Walter Benjamin:

 

Hi ha un quadre de Klee anomenat Angelus Novus. S’hi veu un àngel que sembla a punt d’allunyar-se d’alguna cosa en la qual manté clavada la mirada. Té els ulls esbatanats, la boca oberta i les ales esteses. L’Àngel de la Història deu tenir aquest aspecte. Té la cara dirigida cap al passat. Allà on davant nostre apareix una cadena d’esdeveniments, ell hi veu una única catàstrofe que apila incessantment runes sobre runes i les llança davant dels peus. Prou voldria aturar-se, despertar els morts i reparar la destrucció. Però des del paradís ve un vent de tempesta que se li ha arrapat a les ales amb tanta força que ja no les pot tornar a tancar. Aquesta tempesta l’empeny de manera imparable cap al futur, al qual dona l’esquena, mentre davant seu la pila de runes s’enfila al cel. El que nosaltres anomenem progrés és aquesta tempesta.[26]

 

La experiencia de nuestra filósofa le da una mirada privilegiada, le permite tomar distancia de las cosas y reflexionar, y así poder criticar lo que percibe como un olvido de todos aquellos que tuvieron que salir en la diáspora española después de la cruenta Guerra Civil, el olvido también de todos aquellos que cayeron defendiendo la legalidad.

 

 

 

 

4. Visiones del exilio

 

Hay quien defiende el exilio como beneficioso para la humanidad, que el sufrimiento que provoca en el que lo padece ha posibilitado reflexiones de gran calado sobre la naturaleza humana; de hecho Stefan Zweig en el prefacio de su obra El mundo de ayer. Memorias de un europeo, nos dice en referencia al desterrado, al apátrida: “es precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; solo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia”.[27]

Para María Zambrano una afirmación como esta del autor austriaco, referente al desterrado se queda en la superficie de la situación, y afirma:

 

Si no se entiende esta situación [el exilio], la tentación de la existencia, de ser existente en medio de esa soledad dejada por el desamparo y aun simplemente por el abandono, por andar así, sin mediación, puede ser tomada por libertad.

La libertad así aceptada se establece como realidad que necesita ser constantemente verificada con la acción, una acción cualquiera, una pseudoacción correspondiente al a pseudolibertad.[28]

 

María piensa que: “Solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres”. [29] Para nuestra filósofa el hombre logrará ser- libre cuando logre ser-persona, que es “la suprema grandeza del hombre”.

Pensar que la libertad consiste en la ausencia de límites, o en la falta de mediaciones a las que acudir, para María es ilusorio. Aunque frecuentemente no solo en la vida cotidiana, sino incluso en el ámbito de la filosofía, para el desarrollo del individuo y de su pensamiento sea mejor estar en soledad, una soledad que no es escogida la más de las veces, pero sí de alguna manera necesaria, para el hombre.

También Edward W. Said, en su obra Reflexiones sobre el exilio, piensa que no se puede tolerar esta visión sobre el exilio como algo beneficioso:

 

[El exilio] no es ni estética y humanísticamente comprensible: como máximo, la literatura sobre el exilio objetiva una angustia y unos apuros que la mayoría de la gente rara vez experimenta de primera mano; pero pensar en el exilio como algo beneficioso para las humanidades que informa esta literatura es trivializar sus mutilaciones, pérdidas que infligen a aquellos que las sufren, el silencio con que responde a cualquier tentativa de entenderlo como algo bueno para nosotros.[30]

Y es así porque el arrancarte de tu tierra, el obligarte a irte de ella es equiparable con la muerte, pues ambas vivencias arrancan al protagonista de su vida. La muerte en un sentido literal y en el exilio, en el sentido figurado de la pérdida de identidad. Si se arranca, si se pierde la identidad, se niega la dignidad de las personas. Said mantiene la tesis de que en la cultura occidental moderna, tal como la conocemos, es en gran medida gracias a exiliados, refugiados o emigrados, lo cual no evita que el exilio: “es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza.”[31]

Para Claudio Guillen el hecho de estar desterrado produce literatura de más calidad, además cree que el exilio conduce a verdades universales. Citando a Plutarco nos dice Guillen:

 

El ser humano, pues, conforme se muda de lugar y de sociedad, se encuentra en condiciones de descubrir o comprender más profundamente todo cuanto tiene en común con los demás hombres, uniéndose a ellos más allá de las fronteras de lo local y de lo particular.[32]

 

Artistas e intelectuales, quienes siempre conforman una parte importante dentro de la masa exiliada, puesto que el exilio corresponde a un método de “limpieza ideológica”, al verse en la necesidad de generar un nuevo escenario que le sirva de impulso para sus discursos y creaciones, encuentran en la subversión su terreno de acción y en la transgresión la canalización de su iniciativa se resistencia y permanente situación de inestabilidad. El intelectual exiliado adopta la resistencia y la alteración como principio discursivo y forma de vida. “El exilio no es nunca un estado satisfecho, plácido o seguro del ser […] es la vida sacada de su orden habitual. Es nómada, descentrada, contrapuntística; pero en cuanto uno se acostumbra a ella su fuerza desestabilizadora emerge de nuevo”.[33]

Claudio Guillen refiere en su obra El sol de los desterrados: literatura y exilio, a las diferentes referencias que se le puede dar a la palabra exilio y la diversidad de circunstancias que la denotan:

 

Lo propio de nuestro tiempo es la variedad referencial a la palabra exilio, quiero decir, la diversidad de realidades que denota, y aún más, los grados diferentes de realidad que lleva implícitos, entre las metáfora pura y la experiencia directa.[34] […] Es de sobra evidente, en suma, pese a la multiplicidad del tema, la continuidad multisecular del destierro, en el sentido tradicional de la palabra, que no disminuyen sino intensifican desde hace dos siglos ciertas circunstancias de la modernidad, como la función rectora del escritor, la concepción nacional de la cultura, y la opresión totalitaria.[35]

 

Guillen nos habla por ejemplo de la visión que tiene del exilio el poeta y novelista Józef Wittlin, que como exiliado después de la II Guerra Mundial, y como polaco –nacido en la Galitzia austro-húngara– según él, entendido en la materia. El autor de Mi Lvov, nos dice Guillen, tiene un ensayo brillante sobre todo cuanto comparten la mirada del artista y del exiliado. Los dos son, según Wittlin, indivisibles, que en el exilio hay un exceso de retrospección y de memoria, que es inevitable; la palabra que solo se recuerda, sin oírla, no es la voz directa de la vida, sino su eco; el desterrado vive simultáneamente en varios niveles de temporalidad, presente y pretéritos, sin distinguirlos siempre bien.[36]

Hay autores que señalan una relación entre exilio y nacionalismo, dado que este último es una afirmación contundente de pertenencia a un pueblo, a un lugar, una tradición y un legado especial, que afirma un hogar creado por una comunidad determinada, pero al establecer este hogar obvia el exilio.

 A juicio de Edward Said, “la interacción entre nacionalismo y exilio es como la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, según la cual los contrarios se informan y constituyen mutuamente” y todos “los nacionalismos nacen en sus primeras etapas de una condición de extrañamiento”.[37]Ante la lógica fronteriza de “nosotros los de adentro”, y “ellos los de fuera”, el exilio, en oposición a la idea de “integración”, a la cual recurren los nacionalismos, también cumple un papel fundamental en cuanto a la construcción de la idea de nación, pero como un relato “Otro” configurado en la experiencia de la expulsión, de la lejanía, de la marginación y desde la fragmentación identitaria individual, que exige una nueva formulación del sujeto desde la disidencia.[38]

Para Claudio Guillen, la nacionalización de la cultura, el crecimiento de una conciencia de lo específicamente local o regional, que todo lo absorbe, devora el pensamiento, los usos, la literatura, las artes, según vamos observando, producen las tensiones del exilio. Esta unicidad de una cultura nacional se vuelve condición insustituible. Ahora bien, es cierto que el nacionalismo exaspera el exilio, también es verdad que estimula actitudes opuestas, y que algunos de los escritores más notables se han alejado de sus orígenes y no han encontrado, sino que han buscado el desarraigo, la soledad y el cambio de lugar.

 

5. Conclusiones

 

Amadeu Cuito en su obra Memòries d’un somni comenta:

 

L’exageració no sé si és pròpia de l’exiliat, que atrapat entre el passat que enyora i el futur al qual no renuncia, no viu en el present i es condemna a recrear el món que ha perdut amb idees fermentades en vas clos, o és en canvi el present d’una frustració secular que només podem superar amb l’embraviment.[39]

 

A mi parecer durante mucho tiempo de su largo exilio a María Zambrano se la podría definir con estas palabras de Cuito. También María para superar el exilio que durante muchos años fue frustrante para ella y que le provocaba un cierto estancamiento en su pasado anterior a la Guerra Civil, tuvo que encorajarse para superar su exilio, hasta llegar a definir a este como esencial como constituyente de su ser. También en María Zambrano el exilio opera como una experiencia que tiene como consecuencia un reforzamiento identitario, ya que el distanciamiento de España impulsa en ella un proceso consciente de construcción subjetiva.   

Como hemos visto más arriba María Zambrano está estrechamente vinculada a la realidad que la rodea y comprometida  en la tarea de explicar intelectualmente unos hechos que le toco vivir. Zambrano desarrolla la ida que en la noción misma de historia está el origen de los desastres que han ocurrido en Europa, al tiempo que entiende que no es posible, ni mucho menos deseable, olvidar la historia, cosa que sería una imprudencia i fuente de nuevos desastres.  El pensamiento de Zambrano es eminentemente crítico, es necesario investigar el pasado, reconocer las raíces de nuestra cultura, dar claridad sobre la historia, que esta proyecte una luz que produzca sombras y matices para poder distinguir nuestra realidad. Porque la desvelación del pasado, que diría María, lo redime y lo transforma guía de nuestro caminar, “lo pasado condenado –condenado a no pasar, a desvanecerse como si no hubiera existido– se convierte en un fantasma. Y  los fantasmas ya se sabe vuelven.”[40]

El pasado del exiliado ha de ser asimilado, asimilado y no eliminado, pero para asimilarlo debemos reconocerlo antes y aceptarlo en toda su verdad, para que desaparezcan esos fantasmas.

Con este fin María Zambrano quiere recuperar el lenguaje poético, como el que es capaz de expresar el mundo y de abrir una luz sobre las cosas, quiere María que la razón se haga poética sin dejar de ser razón. Con ella podemos hallar uno de esos referentes necesarios para poder pensar quiénes somos, para descubrir los elementos constituyentes de la cultura española y para observar desde nuestra perspectiva el contexto de los países que nos rodean.

María Zambrano, en lo que al exilio se refiere, es un ejemplo claro de lo que el siglo XX ha supuesto para numerosos pensadores. La diáspora, pensar sobre su tierra en “tierra extraña”, pensar en sus costumbres y descubrir nuevas, pensar en su lengua y utilizar otra, llevar su patria a cualquier lugar y hacer del exilio su patria. Nuestra época es por excelencia la de las grandes migraciones, de refugiados y de exiliados, de expatriados y repatriados. Muchos realizan estos movimientos en condiciones infrahumanas y a nosotros al verlo se nos tendría que despertar conciencia y no admitir comportamientos insolidarios. El problema es que seguimos viendo al refugiado, al expatriado, al emigrante o al exiliado como “el otro”, no “uno de los nuestros”.

La experiencia del exilio conduce a nuestra filósofa  hacer una profunda interiorización existencial, que paulatinamente le va distanciando de las causas históricas y políticas que lo habían motivado.

La experiencia del exilio, se podría decir muchas cosas sobre esa experiencia. Hay cientos de miles de exiliados que han vivido dicha experiencia y cada uno tiene una historia que contar, historias diferentes, pero todas ellas con un denominador común, la nostalgia de la patria, de sus hogares, de su tierra. Hay una voz que les grita dentro de su ser ¡Volver! ¡Volver! Algunos lo consiguen, otros no. Los que consiguieron volver como María y los que se quedaron, siempre se harán preguntas a las que intentaran dar respuestas, respuestas particulares, individuales de porqué tomaron una opción o bien la otra.

En los apartados de los constituyentes de la condición humana María Zambrano nos responde a las preguntas formuladas en la introducción del presente trabajo. Como hemos visto en ellos, María nos habla de la construcción del Ser, de como el hombre se hace así mismo a través de su propia acción, de como el hombre va dejando huellas en sus obras. También nos muestra como el exilio ayuda al hombre a conocerse mejor y conocer mejor a los que lo rodean, como la distancia física de la patria y la ausencia de mediadores, provoca que se aprecien mejor estos y aquella, obligando al exiliado a tener que afrontar las circunstancias de cara y en solitud, sin nadie que le respalde. Así mismo hemos podido a preciar como María Zambrano y distintos autores le conceden al exilio una importancia vital en el desarrollo de la obra de literatos y artista, hasta tal punto que sin este, dichos autores creen que no se habría producido este salto adelante en la obra de dichos literatos y artistas. Como hemos visto, estos autores afirman que el exilio “produce mejores obras artísticas y conceptos y verdades universales”.

 Un ejemplo de este último párrafo lo encontramos en la propia filósofa veleña objeto de nuestro estudio. Si comparamos el pensamiento de María Zambrano con el de los filósofos no exiliados de nuestro país, que se creían los legítimos continuadores del pensamiento español, podemos apreciar el carácter mimético, fosilizado y pobre de estos pensadores que creen conservar la tradición filosófica porque la congelan. María Zambrano, desde fuera de España, liberada del enclaustramiento académico de un pensamiento paralítico, supo conservar la tradición filosófica española de la única manera que se conserva todo ser vivo, en continuo proceso de transformación.

 

 

6. Nota

 

Los manuscritos citados a pie de página se encuentran en la sede de la Fundación María Zambrano sita en la ciudad de Vélez-Málaga.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7. Bibliografía

 

ABC, Madrid, 28/8/1989

Benjamin, W. (2019) Sobre el concepte d’història. Barcelona: Flâneur, S.L. Trad: Marc Jimenez Buzzi i Arnau Pons

Cuito, A. (2011) Memòries d’un somni. Barcelona: Quaderns Crema, S.A.

Exilio, (2002) Libro editado con motivo de la exposición Exilio, que tuvo lugar en Madrid en setiembre y octubre de 2002. Fundación Pablo Iglesias.

Elizalde Frez, Mª. Isabel. (2012) Significados del exilio en María Zambrano, dentro de Bajo la palabra. Revista de filosofía, Época 2, nº 7 pp. 485-494.

Fernández Martorell, C. (2004) María Zambrano, entre la razón, la poesía y el exilio. Mataró: Ediciones de Intervención Cultural.

Gillen, C. (1995) El sol de los desterrados: literatura y exilio. Barcelona: Quaderns Crema, S. A.

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Sánchez Cuervo, A., Sánchez Andrés, A., Sánchez Díaz, G. (Coords.) (2010) María Zambrano, pensamiento y exilio. Madrid: Biblioteca Nueva, S.L.

Zambrano, M. (1991) Los Bienaventurados. Madrid: Ediciones Siruela.

Zambrano, M. (1998) Delirio y destino. Madrid: Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A.

Zambrano, M. (2014) El exilio como patria. Edición, introducción y notas de Juan Fernando Ortega Muñoz. Barcelona: Anthropos Editorial.

Zweig, S. (2008) El mundo de ayer, memorias de un europeo. Barcelona: Quaderns Crema, S.A.

 

 



[1] María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  p. 32. Madrid: Ediciones Siruela.

[2] Ibídem, p. 37.

[3] Ibídem, p. 31.

[4] Ibídem, p. 40.

[5]  M. Zambrano (2014), El exilio como patria, p.55. Barcelona: Anthropos Editorial. La cita ha sido extraída del artículo publicado por María Zambrano en la revista Turia de Teruel, nº  9 (1988) pp. 85-86.

[6] Vid: Concha Fernández Martorell (2004), María Zambrano, entre la razón, la poesía y el exilio, pp.82-83. Mataró: Ediciones de Intervención Cultural.

[7] M. Zambrano (2014), Carta sobre el exilio (Escritos sobre el exilio), dentro de la obra El exilio como patria, p.4. Barcelona: Anthropos Editorial.

[8] Juan Fernando Ortega Muñoz, (2014). Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. XLV.

[9] María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. p. 38.

[10] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito 157, p. 66. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. XLVI.

[11] María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. pp. 40-41.

[12] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito 157, p. 50. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. L.

[13]  María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. p. 39.

[14]  Ibídem, p. 36.

[15] Ibídem, pp. 37-38

[16] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito 157, p. 37. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. LV

[17] María Zambrano, (1966) El hombre y lo divino, p. 231. México: F.C.E. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. LV.

[18] María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. p. 42.

[19] [19] Ibídem, pp. 42-43

[20] M. Zambrano (2014), Carta sobre el exilio (Escritos sobre el exilio), dentro de la obra El exilio como patria, p. 11

[21] María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. p. 43.

[22] Las palabras del artículo del ABC fueron recogidas posteriormente en: María Zambrano, (1995) Amo mi exilio, dentro de Las palabras del regreso, p.14. Salamanca: Amarú Ediciones

[23] María Zambrano (2014). La otra cara del exilio, dentro de  El exilio como patria, óp. cit. pp.58-59. La cita está extraída del texto inaugural para el Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid en El Escorial.

[24] María Zambrano (2014). El exilio, alba interrumpida,  dentro de  El exilio como patria, óp. cit. p.55. la cita está extraída del artículo publicado por María en la revista Turia, nº 9 (Teruel, 1988) pp. 85-86.

[25] María Zambrano (2014). Carta sobre el exilio, dentro de El exilio como patria, op. cit. pp. 4-8. Esta carta se publicó por primera vez en Cuadernos del congreso por la libertad de la Cultura, nº 49 (París, 1961), pp. 65-70.

[26] Walter Benjamin (2019). Sobre el concepte d’història, p. 47. Barcelona: Editorial Flâneur, S.L. Trad. Marc Jiménez Buzzi. 

[27] Stefan Zweig, (2008). El mundo de ayer. Memorias de un europeo, p.10. Barcelona: Acantilado. Trad. J. Fontcuberta y A. Orzeszek.

[28]  María Zambrano, (1991).  Los Bienaventurados,  óp. cit. pp. 39-40.

[29] Frase escogida por María Zambrano para la placa que se fijó en la casa de Madrid donde vivió sus últimos años. Vide: A. Sánchez Cuervo, A. Sánchez Andrés y G. Sánchez Díaz (coords.) (2010). María Zambrano, pensamiento y exilio, p. 25. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, S.L.

[30] Edward W. Said, (2005). Reflexiones sobre el exilio, p.180. Barcelona: Ed. Debate.

[31] Ibídem, p. 179.

[32] Claudio Guillen, (1995). El sol de los desterrados: literatura y exilio, p. 22. Barcelona: Quaderns Crema, S.A.

[33] Edward W. Said, (2005). Reflexiones sobre el exilio, p. 195.

[34] Claudio Guillen, (1995). El sol de los desterrados: literatura y exilio, op. cit.  p. 145.

[35] Ibídem, p.161. 

[36] Ibídem, p.153.

[37] Edward W. Said, (2005). Reflexiones sobre el exilio, op. cit. p. 183.

[38] Ibídem, p. 184.

[39] Amadeu Cuito (2011). Memòries d’un Somni, p. 47. Barcelona: Quaderns Crema.

[40] María Zambrano (2014). Carta sobre el exilio, dentro de  El exilio como patria, óp. cit. p. 12.