2. Constituyentes de la condición humana
2.1. Primer constituyente: el carácter irreversible
del exilio
2.2. Segundo constituyente: el abandono
2.3. Tercer constituyente: la soledad
2.4. Cuarto constituyente: el hombre, un ser
desconocido
2.5. Quinto constituyente: el hombre, un ser devorado
1. Introducción
En este trabajo
pretendemos acércanos a la figura de María Zambrano, la filósofa veleña, que
fue discípula de Ortega y Gasset, de Xabier Zubiri y García Morente entre otros;
que vivió durante 45 años en el exilio, es decir, desde el final de la Guerra
Civil española en 1939 hasta su regreso el 20 de noviembre de 1984. Sabemos que
el exilio para María llegó a ser una experiencia fundamental, figura de un
desgarramiento radical, pues el exiliado asume sobre sí mismo toda la
ambigüedad humana. El pensamiento de María está estrechamente vinculado a la
realidad social y política que le tocó vivir. María Zambrano torna a España
tras la muerte del dictador Franco sucedida unos años antes de su regreso y de
haberse producido varias consultas electorales democráticas en España.
Siempre errante
María Zambrano vivió en diferentes ciudades y países tanto de Europa como de
América. Como un relato circular tradicional de viajes podríamos definir el
exilio María Zambrano, con una partida, un largo viaje por el mundo con
múltiples peripecias y un regreso, un volver a su patria, a su hogar. La figura
del exilio asoma con frecuencia en la obra Zambraniana. El exilio es entonces
metáfora de este deambular, muy presente a lo largo y ancho de las obras de
María.
María Zambrano,
sale de España hacia el exilio el 25 de enero de 1939 tras la conquista por
parte de las tropas franquistas de Catalunya. Sale hacia ese exilio, que como
hemos dicho, será un constitutivo fundamental de su propia estructura personal.
La experiencia vital del exilio de nuestra autora, empieza con el recuerdo del
viaje que hacía en brazos de su padre, “quizá ya por entonces hacia un viaje en
brazos de mi padre; un viaje que iba del suelo hasta la frente de mi padre. Eso
ha sido decisivo para mí. Yo no podía ir más arriba ni más abajo. Era mi viaje,
mi ir y venir”. Desde la infancia María Zambrano viajó a diferentes lugares de
la península, primero de Vélez-Málaga a Madrid y un año más tarde la familia
Zambrano Alarcón se traslada a Segovia, una especie de exilio Infantil que la
filósofa al igual que en la edad adulta no escogería. La experiencia del viaje,
el traslado de domicilio sin voluntad parece atisbar ya la idea de exilio y a
la idea de desgarro “esa separación de la comunidad propia que constituyen los
exilios y las emigraciones”.
Podría parecer
exagerada la analogía entre los cambios de domicilio a causa del trabajo del
padre y el exilio político, pero no la elección, la falta de voluntad del
individuo en estos viajes aproximan el sentido de ambas situaciones y su
significado. Pero lo interesante es el planteamiento de María Zambrano que
concibe el exilio como un proceso, como un verdadero camino, cuyo inicio está
representado por el sentimiento de abandono, en el que no hay acogida posible,
sentimiento siempre presidido por la tensión de vivir entre la vida y la muerte
para concluir en el angustioso rechazo de ambas. Nos dice María:
En
el abandono solo lo propio de que se está desposeído aparece, solo lo que no se
puede llegar a ser como ser propio. Lo propio es solamente que en tanto que
negación, imposibilidad. Imposibilidad de vivir que cuando se cae en la cuenta,
es imposible de morir. El filo entre la vida y la muerte que igualmente se
rechazan. Sostenerse en ese filo es la primera exigencia que el exiliado que al
exiliado se le presenta como ineludible.[1]
Este sentimiento
de abandono, nos dice María el desterrado y el refugiado no lo tienen.
María Zambrano
aporta una nueva dimensión al exilio, presentándolo de distinta manera,
diferenciándolo de la concepción y descripción que han hecho otros autores,
pues considera que este no empieza inmediatamente después de traspasar la
frontera de la patria, ni todo aquel que la traspasa es ya un exiliado, sino
que la persona que ha tenido que abandonar su país va travesando por diferentes
estadios: refugiado, desterrado y, finalmente, exiliado.
El exiliado se
siente devorado por la historia y se refugia en el silencio necesitando
refugiarse en algo, anda fuera de sí al andar sin casa ni patria. El exiliado
es el que más se asemeja al desconocido, ese ser desconocido, que hay en todo
hombre y que al poeta y el artista no llegan sino muy raramente a descubrir,
nos dice María.
Se halla en el exilio este ser abandonado y
este, el exilio, es una sucesión de fases, tres pasos claros hay en él: el
destierro,[2]
que es la pura expulsión del lugar del lugar al que se pertenece; el abandono,[3]
donde empieza el verdadero exilio y que define como el lugar donde “solo
aparece lo que no se puede llegar a ser como ser propio”, en donde se da la “imposibilidad
de vivir y de morir”, donde el exiliado se “sostiene en el filo” y en la
“identidad perdida que reclama rescate”. El tercer paso es aquel en el que el
exiliado toma conciencia de que no es más que eso, exiliado,[4] toma
su propio paso “sin camino” y es cuando se da la “revelación” del exilio, pues
“regala a su paso lento la visión prometida”, el exiliado vive ya “viéndose en
sus raíces sin haberse desprendido de ellas”. La distancia se vuelve
abrumadoramente significativa para el que está exiliado.
A medida que
aminora la agonía del desamparo y la esperanza se ha callado, nos dice María,
no hay lugar para la desesperación y menos para la exasperación. El exilio se
ve como la inmensidad del desierto y se va haciendo presente la inexistencia de
horizonte. De destierro en destierro el exiliado se va muriendo, desposeyéndose
y desenraizándose.
Sin embargo dice
María, el exilio es un “estado naciente”, es decir, te arrojan a la vida
desconocida, como un neonato. Para intentar sobrellevar el exilio, el exiliado
tiene que encerrar el desierto dentro de sí. Dice la filósofa veleña: “el
exiliado hace de sí una isla sin saberlo” y su voz es inaudible. La única
ventaja que le ve al exilio María es que desde este se descubre mejor la
patria, como un espectador que ve mejor las cosas tomando distancia del centro
de la acción.
Todas estas
afirmaciones de María Zambrano, me hacen plantearme las siguientes preguntas:
¿Es el exilio un proceso necesario para la constitución del Ser teniendo en
cuenta los diferentes significados que le podemos dar al concepto “exilio”? ¿Es el exilio un verdadero camino para encontrar,
como en el caso de los literatos y los artistas, una manera mejor de expresar
los sentimientos y el arte de estos, dado que hay ejemplos de sobras de dicha
cuestión en la Literatura Universal y en el Arte? La respuesta a estas cuestiones
pretendo extraerla de los textos mismos de la filósofa veleña, fundamentalmente
de sus obras Delirio y destino, Carta sobre el Exilio y Los bienaventurados,
amén de otras obras secundarias de la propia filósofa y de otros autores.
Pretendo acercarme
a los textos desde una mirada empática, pero critica a la vez, buscando
desentrañar el pensamiento filosófico de la autora e intentar descubrir a
través de sus obras, que reflejan su vivencia como exiliada, el porqué de su
vida errante por diferentes países. Y en el que al parecer en ninguno se sintió
acogida, no sé sí por las circunstancias que la rodearon o por qué como ella
decía a su regreso a España después de su largo exilio a preguntas de un
periodista:
Si yo no vuelvo, no puedo volver,
porque yo no me ido nunca; yo he llevado a España conmigo, detrás de mí, en
secreto y al par luminoso y dramático o visible simplemente del corazón. Nunca
se ha ido de mi corazón, ni de mi España.[5]
Es decir, ella
sentía la imposibilidad de estar en cualquier lugar que no fuera España, nunca
renunció a estar en su tierra y por eso la llevaba con ella.
María ve en
exilio, como hemos visto más arriba, que desde él se descubre mejor la patria
que ha quedado detrás, también piensa ella que el exilio ayuda a descubrirse
uno mismo mejor y por ello lo ve como un rito de iniciación para constituirse
en ser- humano, que se dividiría en varias fases que llamaremos Constituyentes de la condición humana.
Claro está que no todo ser humano ha de conocer el exilio como desterrado,
refugiado o emigrante. Hay que darle a el término, al concepto “exilio” una
amplitud de situaciones, puede haber un exilio interior, un desplazamiento del
individuo hacia los márgenes de la sociedad, incluso dentro de la propia
familia; puede haber un exiliado dentro de su propia comunidad convertido, como
dice María, en “una isla” y no interrelacionarse con los demás, ser claramente
un “Yo” y no sentirse un “Nosotros”.
2. Constituyentes de la
condición humana
La filosofía de
Nietzsche, Heidegger y Ortega y la creación literaria convergen en el
pensamiento de María Zambrano en una filosofía nueva, la razón poética, cuyo
objeto es el modo en que el ser humano se hace así mismo, se constituye y se
configura a través de la palabra y de la acción,[6]cómo
va constituyendo su ser en sus obras y de qué forma proyecta su propia
transformación en el movimiento paulatino de sus creaciones. La razón poética
contiene y da toda esta posibilidad al hombre, para que con su capacidad para
construirse y modificarse lo pueda hacer mediante su propia acción. El ser
humano se define, poéticamente, por este hacerse continuamente así mismo. El Ser
recibido al nacer, ha de seguir naciendo y alimentándose, es decir, se ha de ir
renovándose continuamente.
El ser humano
impregna la constitución de su ser, dejando su huella en sus obras, de este
modo constituyen el auténtico registro de la experiencia humana, su historia
verdadera, a menudo alejada de su historia inventada o construida entre uno
mismo y los demás. A pesar de ello podemos afirmar que al ser humano no se le
llega a conocer nunca por completo.
El exiliado al
quedarse desnudo de sus circunstancias más próximas, que son las necesarias
para su subsistir –familia, sociedad que lo rodea, trabajo, patria,
instituciones, costumbres, lengua, tradiciones, etc.–, se percata a través de
sus vivencias, del Ser, de su Ser. Con esta revelación el exiliado descubre los
constituyentes de la condición humana.
Ese sentirse
vulnerable, desnudo ante el mundo, como en el nacimiento, es una oportunidad
privilegiada que tiene el filósofo para el estudio de la constitución
espiritual del ser humano. Escribe María: “Pocas situaciones hay como el
exilio, para que se presenten como un rito iniciático las pruebas de la
condición humana. Tal si se estuviese cumpliendo la iniciación de ser hombre”.[7]
El exilio, en el
plano de la experiencia, conlleva un periodo inicial de pérdida y despojo que
luego es remplazado por otra fase de reapropiación. El intelectual exiliado no
responde a la lógica de lo convencional, sino a la osadía asociada al riesgo, a
lo que representa el cambio, a la invitación de ponerse en movimiento y no
quedarse quieto.
2.1. Primer constituyente: el carácter irreversible del exilio
El exilio es,
según María, un “acabamiento” del yo y podíamos decir que se produce una
“aniquilación progresiva” de este. Así es, al menos, como lo percibe el
exiliado al adquirir plena conciencia de su exilio. “Es –nos dice María– la
irreversibilidad del paso de la frontera”. Ya no se repasará más esta frontera
y sí se repasara, nunca se recuperará la situación que se perdió en su momento,
ya nunca habrá una patria. La patria es simplemente abolida. En ningún país extranjero se puede
recuperar la patria, María Zambrano está convencida de que no hay otra patria
en realidad, que la patria primera. Lo que ocurre es que el exiliado mantiene
un inquebrantable vínculo con su origen, el cual se manifiesta constantemente
en tensión con el nuevo territorio de residencia.
La exiliada
María Zambrano, no se “exilió” todo el tiempo, en el sentido de extrañamiento
cultural, sino que la mayor parte del mismo tuvo la suerte de sentirse dentro
de la órbita cultural española, aunque con la extraña sensación que le producía
vivir lejos de su origen tanto en el espacio como en el tiempo. En cuanto a lo
primero la inmensidad del océano que la distanciaba de su tierra natal. En
cuanto a lo segundo se sentía retroceder en la historia, al tiempo del Imperio
español, porque Latinoamérica de alguna manera seguía siendo España, y al igual
que en un espejo roto al mirarnos en
cada uno de sus pedazos nos reflejamos, de la misma manera al desmembrarse el
imperio español en cada uno de esos países que resultaron de dicho
desmembramiento veía María a España. Por ello no es de extrañar aquella
afirmación de la filósofa andaluza en tierras chilenas, cuando dijo que ella
descubrió España en aquellas tierras, porque allí encontró lo medular de lo
hispano. Aquello que nos hace coincidir a todas las Españas “su reverberante
sustancia”.[8]
La coexistencia
de determinados contextos culturales, instala al exiliado en un estado de
oscilación que determina para siempre su proceso de construcción subjetiva. Los
contextos culturales producen en el exiliado un proceso dialéctico que permite
germinar una cierta conciencia de lo propio a partir del contraste con lo Otro.
Ver el mundo entero como un “lugar extraño” permite adoptar una mirada original.
La mayoría de la gente tiene conciencia de una sola cultura, una tradición, un
escenario, un lugar propio; los exiliados son conscientes de al menos dos, y
esa pluralidad de miradas da paso a cierta consciencia de que hay dimensiones
coincidentes. Esta duplicidad de perspectivas que experimenta el exiliado no
solo le permiten establecer una dualidad en las bases de su construcción
subjetiva, sino que lo someten también a un estado de dialogo constante y esto
le ayuda a emitir un dictamen, un discurso sobre el conflicto que le ha
producido dicha dualidad cultural. El exilio no tiene que ver tanto con la
coexistencia de dos patrias, como con las maniobras de integración que el
individuo debe llevar a cabo para el resto de su vida. El exiliado debe
mantenerse en guardia, pues el confort y la seguridad excesivos significan una
amenaza. La noción de llegada, de conclusión y de descanso se anula y la única
posibilidad de fijeza a su condición corresponde al movimiento eterno.
2.2. Segundo constituyente: el abandono
El
segundo de los constituyentes que descubre el exiliado es el sentirse arrojado
a la vida, abandonado a la existencia. Dice María:
En el exilio verdadero pronto se
abre la inmensidad que puede no ser notada al principio. Es lo que queda, en lo
que se resuelve, si llega a suceder, el desamparo.
Sin desamparo la inmensidad no
aparece, sin el abandono a lo menos, sin haber sentido en modo suficiente, es decir en forma de
duración, el abandono. Del abandono llegan esos vacíos que en la vida de todos
los hombres, en cualquier situación, aparecen y desaparecen.[9]
Pero el abandono no es patrimonio
exclusivo del exiliado; cualquier hombre puede sentir esta sensación alguna vez
en su vida como nos dice María, también el desamparo, el sentirse desnudo ante
los elementos y es ahí donde el hombre muestra toda su fuerza. El hombre se
siente un ser arrojado a la vida, abandonado a la existencia. Nos dice María
Zambrano, que a la pregunta de ¿por qué del exiliado?, este tendrá que
responder con la misma sensación de aturdimiento cómo respondería si se le
preguntase ¿por qué ha sido arrojado a la vida?
La
respuesta –escribe María–, [es] la misma que tendría que dar a quien le
preguntase que por qué es hombre o por qué ha nacido, si fuera encontrado un
día sobre las aguas y arrojado por las ondas, ofrecido por ellas como un
extraño ser salvado de algún naufragio o superviviente de una isla sumergida:
algo que el abismo de la muerte se ha negado a tragar y la vida lleva y
sostiene. Así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica,
justificación que esa: tener que nacer como rechazo de la muerte, como
superviviente […] y el rito del nacimiento –presentación y ofrecimiento– se
cumple, al menos en el ánimo del exiliado, que se siente así ofrecido.[10]
El hombre nace protegido por una
serie de mediadores entre él y la sociedad que le rodea, esta medición
difícilmente la percibe cuando en ella se encuentra instalado. Son elementos
protectores que facilitan nuestro existir, la familia, la ciudad, nuestra casa
o el trabajo. Son puntos de apoyo para construir nuestra vida. El exiliado se
descubre como un ser abandonado, arrojado de su patria, perdido en un mundo
hostil, como un ciego que se ha quedado sin vista y ahora tiene que caminar
hacia no sabe a dónde y atientas.
Nos dice María que la primera
sensación que se siente en el exilio es la del desgarro. También la vida,
comienza con un desgarro, una ruptura la del cordón umbilical que nos une a
nuestra madre, eso es el nacer. También podríamos relacionar el nacimiento como
la expulsión del paraíso, donde a la pareja primigenia no les faltaba de nada
para subsistir, al igual que al feto en el seno materno no le falta este
sustento.
Como vemos María compara el
comienzo del exilio con el nacimiento, esto nos recuerda al mito platónico de
la caverna. Pero hay una diferencia que separa la concepción zambraniana del
mito platónico. Para Platón el hombre al nacer solo ve las imágenes que le
proporciona los sentidos, como sombras proyectadas al fondo de la caverna, pero
estas para Platón solo son copias de la verdadera realidad, que son las “Ideas
Absolutas”, que solo alcanzamos a ver con nuestra inteligencia cuando salimos a
la luz exterior donde descubrimos el mundo ideal platónico. Para la filósofa
andaluza por el contrario el hombre al nacer es arrojado al mundo de lo
contingente, desorientado y perdido, procura guarecerse en una gruta que es el
mundo de la ensoñación de las “Ideas Absolutas” como: bien, felicidad,
estabilidad, ser, etc., que le dan tranquilidad y seguridad.
Zambrano distingue en el abandono
del exiliado dos etapas: desgarramiento sangrante en una primera época, que el
exiliado se encuentra aferrado a la negatividad dolorida de su tierra y la
circunstancia que está viviendo, y una segunda época que el exiliado se siente
simplemente “algo” abandonado, como vestigio de un mundo que ya no es el suyo,
se torna un apátrida sin un lugar natural al que aferrarse, como “ánimas del
purgatorio”.
2.3. Tercer constituyente: la soledad
En este segundo momento del exilio,
este –exiliado–, alcanza la inmensidad del desamparo, no tiene nadie a su lado
para apoyarle, para cobijarle. Adquiere conciencia del hundimiento del
horizonte, de la desaparición de la medición el exiliado se enfrenta a pecho
descubierto contra los elementos y lo ha de hacer desde le soledad y el
desamparo. Es, sin duda, el descubrimiento del interior del hombre como ser
solitario, al que ninguna compañía le llena el vacío de la soledad. Nos dice
María Zambrano en su obra Los
bienaventurados:
[…] el
que se ha encontrado solo bajo la sombra inmensa del desamparo ante la
inmensidad de la vida, sin sentir siquiera que la vida ande en esa inmensidad,
se aquedado así, así simplemente, no podrá decir cómo ni por qué, ni punto de
partida en el forzado arranque de lo que fue patria, ciudad, casa, horizonte,
paisaje familiar. Deja propiamente de ser desterrado para entrar a ser un
exiliado.
[…] Una
desconocida confianza le gana, le ha ganado ya en cuanto cae en la cuenta de
ese calor, de ese acompañamiento desconocido que le deja así, que deja su
soledad intacta y todo él como estado naciente.[11]
Cuando aminora la agonía del
desamparo, cuando la esperanza casi se ha perdido, cuando ya no hay lugar a la
desesperación ni a la rabia. La inmensidad del exilio se va haciendo presente,
la inmensidad de ese ilimitado desierto, soledad vasta de un páramo sin vida,
sin agua, sin senderos que
lo
conduzcan alguna parte, soledad y sequedad. El exiliado ve difuminarse a su
alrededor los caminos de la esperanza,
absorto en su soledad, aun rodeado de gente se siente solo y perdido.
Los caminos ya no son caminos, sino tortuosas veredas que conducen a cualquier
parte, que es como decir a ningún sitio.
La tentación que sufre el exiliado
con esta situación es confundir la soledad con la libertad: “Si no se entiende
esta situación, la tentación de la existencia, de ser el existente en medio de
la soledad dejada por el desamparo y aun simplemente por el abandono, por andar
así, sin mediación, puede ser tomado por libertad”.[12]
Cuando el exiliado ha entrado en el
desierto se realiza en su plenitud el exilio, solo cuando se desdibuja la
imagen de su patria, perdida definitivamente en la lejanía, se consuma en
propiedad el exilio. “La existencia del ser humano a quien esto acontece ha
entrado ya en el exilio, como un océano sin isla alguna a la vista, sin norte
real, punto de llegada, meta”.[13]
El peligro para el exiliado es querer arrancarse su historia, borrarla y como Adán
expulsado del paraíso, empezar una nueva vida sin las reglas del paraíso y esto
lo sintiera como una libertad, pero hay un peligro mayor aún, que el exiliado
encerrado en sí mismo convierta en sombras todo lo que lo rodea, sombras que se
convierten en fantasmas enemigos. Y entonces la soledad se convierte en
distancia, se hace distancia entre el Yo y los Otros, insalvable distancia, y
el exiliado se deprime en un mundo sin contenido para él.
A este nivel el exiliado se asemeja
a un desconocido, en un doble horizonte: como desconocido para los demás, entre
los demás, sin un nombre propio, sin referencias de la circunstancia que vive,
y en una vertiente más dramática es un desconocido para sí mismo.
2.4. Cuarto
constituyente: el hombre, un ser desconocido
Aquí
aparece este otro constituyente del ser humano, pues el exiliado desvela su
condición de desconocido que anida en todo hombre. De hecho no solo el exiliado
si reflexionamos nos damos cuenta que pasamos prácticamente por la vida de
incognito, sin que apenas unas cuantas personas reparen en nosotros y sin que
nos demos cuenta de quien somos y lo que significamos para los otros en
realidad.
Es
el descubrimiento de del interior del hombre como ser solitario, como hemos
visto más arriba, que ninguna compañía puede saciar su sed de compañía, hasta
el punto de ni siquiera sentirse acompañado por sí mismo, y al no saber ni tan
siquiera quien es, por haber perdido sus puntos de referencia, las coordenadas
de su existir, la primera piedra del muro que levanta el exiliado para evitar
ser conocido profundamente. Es sin duda la evidencia de que todo Ser tiene en
su interior una especie de santuario inaccesible, en el que no consigue
penetrar ninguna mirada humana, donde nos encontramos solos, realmente solos.
Es la imposibilidad de darnos a conocer del todo.
En
el desconocido no hay pasión, la aceptación no de las circunstancias ni de su
situación, sino de la orfandad, de no tener lugar en el mundo ni geográfico, ni
político, ni social, ni ontológico. No ser nadie, ni un mendigo, no ser nada.[14]Ser
tan solo algo vivo, mantenerse en un lugar sin apoyo ninguno. Perderse en la
historia, ser un número más. Pero un día el exiliado por un instante ve a la
historia como un río, como un flujo que corre, no la ve como “un océano que
pide ser surcado”, sino como agua a punto de ser tragada y entonces ya empieza
a superar el exilio.
El
exiliado siente la necesidad de buscar la reconstrucción de una identidad,
partiendo de esa herida del exilio, de la pérdida de un suelo firme que le produce
distorsiones en su psique y una especial tristeza, casi irremediable al perder
el contacto con la tierra que ha dejado atrás, con aquellos pequeños detalles y
gestos que dibujaban su verdadero hogar.
La
causa radical del desconocimiento del exiliado es su continuo peregrinar en un
desgarramiento continuo de los posibles lazos afectivos:
De
destierro en destierro, en cada uno de ellos el exiliado va muriendo,
desposeyéndose, desenraizándose. Y así se encamina, se reitera su salida del
lugar inicial, de su patria y de cada posible patria, dejándose a veces la capa
al huir de la seducción de una patria que se le ofrece, corriendo delante de su
sombra tentadora; entonces inevitablemente es acusado de eso, de irse, de irse
sin tener ni siquiera adónde. Pues de lo que huye el prometido al exilio,
marcado por él desde antes, es de un dónde, de un lugar que sea el suyo. Y
puede quedarse tan solo allí donde pueda agonizar libremente, ir meciéndose al
mar que se revive.[15]
A pesar de ello el exiliado se nos
manifiesta como un árbol que muestra sus raíces al aire y con ello revela su
interior, su principio, su origen, con lo que da a conocer algo muy íntimo, tan
adentro que el no exiliado, el que está en su casa, lo sentía sin verlo. Aquel que
lo vea –al exiliado– acaba viéndose a sí mismo, porque en su desnudez
existencial descubre su interior.
2.5. Quinto constituyente:
el hombre, un ser devorado
El exiliado, nos dirá
María, es un ser devorado, devorado por la historia. El hombre como ser
histórico es un ser devorado por el tiempo. Alcanzamos la imagen del hombre que
se borra como sin alma, una imagen desangrada en ese abandono, en esa imagen
negativa y aniquiladora, pero se le abre un horizonte de esperanza, porque debe
haber algún lugar –nos dice nuestra filósofa– “donde todas las posibilidades
habidas y perdidas de ser hombre de verdad, hombre de verdad, queden intactas y
como a la espera”.[16]
En su aniquilación el
exiliado manifiesta de un modo espontaneo esa historia que le devora. Camina el
exiliado entre escombros –dirá nuestra filósofa– entre estos escombros los de
la historia. La patria es una categoría histórica, política, no así la tierra
donde esta historia se realizó que se lleva dentro en las entrañas.
Para María Zambrano la historia va
dejando ruinas y para ella, es precisamente, lo más viviente de la historia,
“pues solo vive históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción, lo que
ha quedado en ruinas.”[17]
Las ruinas para nuestra filósofa no son simplemente los restos arquitectónicos,
sino el residuo histórico que aún perdura en nuestro presente. María dedica un
amplio análisis a las ruinas, nos muestra esa dualidad que se produce en esos
lugares, las ruinas reliquias donde habitaron seres vivos, permanecen
desalojadas como testimonio material de una vida pasada, “simple tumbas vacías”,
nos dirá, los seres vivos que en ellas vivieron perduran como sombras
encerradas en nuestras propias vidas. La filósofa veleña comenta:
La sepultura sin cadáver es una
de las “arquitecturas” de la historia, mientras que los cadáveres vivientes,
sombras animadas por la sangre, vagan unas, quedándose otras en inverosímiles
emparedamientos, palpitando todavía –y si es, todavía lo es de por siempre
mientras haya historia–, reapareciendo un día extrañamente puras, cuanto pueda
ser pura una figura humana de la historia.[18]
El exiliado al haber
alcanzado el desprendimiento de su tierra, del el lugar en que en la patria se
encuentra enclaustrado, consigue la realidad pura de la propia patria, que lleva
consigo, que le constituye como hombre. Con ello asoma el “tiempo real” del ser
humano, pues el tiempo real de la vida no es el que se hunde en la arena de los
relojes, ni disminuye en la memoria, sino el que contiene ese tesoro, las
raíces de nuestra propia vida de hoy –nos dice María.
Esa patria verdadera,
que anida en su interior, se le manifiesta al exiliado como una “revelación.”
Así, escribe María Zambrano:
El exilio es un lugar
privilegiado para que la Patria se descubra, para que ella misma se descubra
cuando ya el exiliado ha dejado de buscarla. […] Cuando ya se sabe sin ella,
sin padecer alguno, cuando ya no se recibe nada, nada de la patria, entonces se
le ha parece. No la puede definir, pues que tan siquiera la reconoce.[19]
Cuando la patria no es
más que un horizonte lejano:
[…] horizonte sin realidad,
horizonte en el que mira, pasa y repasa, desgrana la historia, sobretodo la
historia de España. Además, a ello le han obligado: a pasar y repasar la
historia de su patria, ya que de ella le han ido pidiendo cuentas por todos los
caminos del mundo […].Y ha tenido que ir dando cuentas de todo, se ha visto
investido de la categoría de representante de la historia de su patria. Y como
sentía la patria, como no la podía dejar abandonada a las opiniones de la
gentes, a los tópicos; como aceptaba su herencia, él, arrojado de la historia
actual de España y de su realidad, ha tenido que adentrarse en las entrañas de
esa historia, ha vivido en sus infiernos; una y otra vez ha descendido a ellos
para salir con un poco de verdad, con una palabra de verdad arrancada de ellos.
Ha tenido que ir transformándose, sin darse cuenta, en conciencia de la
historia. Tal nos parece por distantes, que hayamos sido lanzados de España
para que seamos su conciencia; para que, derramados por el mundo, hayamos de ir
respondiendo de ella, por ella.[20]
Lo que sorprende de
esta cita Zambraniana es que defiende no solo que en el exilio se alcanza el
verdadero ser de la patria, sino que es la patria mismas como en la mitología
griega el dios Kronos, se ve forzada a devorar a sus hijos y en este caso a
crear exilio.
Tiene la patria verdadera por
virtud crear exilio. Es un signo inequívoco. Y así, en cuanto aurorea [sic] en
la historia, en cuanto se da a ver mínimamente, en verdad basta con que se
anuncie, crea exilio de aquello que por haberla visto y servido aun mínimamente
han de irse de ella.[21]
Es
cierto que la dramática historia de España está plagada de episodios que han
provocado el exilio de los españoles: anarquistas, liberales, afrancesados,
monárquicos, republicanos, etc. Pero ninguno como la diáspora que produjo la
Guerra Civil. Siempre que ha habido un intento de despertar la conciencia del
pueblo, este intento ha provocado el exilio, de los que querían aportar savia nueva.
Las estructuras encorsetadas de las instituciones no permitían cambios, romper
con ideas fosilizadas y anacrónicas ha sido en España prácticamente siempre una
quimera.
3. Asunción del exilio
La
coherencia con su pensamiento y con sus actos hace que María Zambrano, asuma su
situación desde una posición que podríamos llamar estoica y esta posición se
manifiesta en todos los ámbitos de su vida, sea en el político o asumiendo su exilio
como el destino que le ha tocado vivir, hasta el punto de llegar a afirmar en
un artículo que escribió para el diario ABC, publicado el 28 de agosto de 1989,
que amaba su exilio:
El exilio ha sido como mi patria,
o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez se conoce, es
irrenunciable […] Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida
humana, pero al decirlo me muerdo los labios, porque yo querría que no volviese
a haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que
no se conociera el exilio.[22]
María nos dice que gracias
al exilio ha vivido diversas vidas, que “el exilio es una dimensión esencial de
la vida humana”. Aunque ella no querría que volviese haber exiliados, que no se
conociera el exilio. Siente que tal vez se contradice cuando afirma que ama su
exilio:
Será porque no lo busqué [el
exilio], porque no fui persiguiéndolo. No, lo acepte; y cuando se acepta algo
de corazón, porque sí, cuesta mucho trabajo renunciar a ello.
Yo he renunciado a mi exilio y
estoy feliz, y estoy contenta, pero eso no me hace olvidarlo, sería como negar
una parte una parte de nuestra historia y de mi historia. Los cuarenta años de
exilio no me los puede devolver nadie, lo cual hace más hermoso la ausencia de
rencor.
Mi exilio está plenamente
aceptado, pero yo, al mismo tiempo, no pido, ni le deseo a ningún joven que lo
entienda, porque para entenderlo tendría que padecerlo y yo no puedo desear a
nadie que sea crucificado.[23]
En todo exilio de
“verdad”, nos dice María, hay algo de sacro, algo inefable, unas circunstancias
vividas a la que ella no puede renunciar. También el sentimiento de pertenencia
a un lugar, a una patria, según María Zambrano se acentúa con el exilio: “he
sido exiliada para ser española de un modo más total”.[24]
La asunción por parte
de María del exilio y de su destino de desterrada errante, no quita que no se
mostrara crítica con el olvido a los exiliados por parte de los que se quedaron,
y que además, según ella, algunos de estos estaban ocupando cátedras en las
universidades españolas que debieran haber sido para muchos de los que se
marcharon:
Cargarse de razón y de razones es
cosa fácil para el exiliado, pues la vida de la justificación es la que
inmediatamente se abre como salida de la ambigüedad. Y no solo una vía, sino
propiamente una vía triunfal, esa por donde desfilan los justificados, que así
se separan del resto de los mortales. Eran los que esperaban y temían de
nosotros todos los aludidos y otros expresamente omitidos hasta ahora: los que
ocasionaron nuestro exilio. […] Nuestro silencio, el silencio de los exiliados,
que tan poco han hablado del exilio, habiéndolo podido hacer tanto, muestra que
no se ha seguido la vía de la justificación, […] el exiliado, incluso habiendo
cumplido acciones heroicas en una historia en la que se vio comprometido por
ocasión o por vocación, no ha cristalizado en héroe. […] La historia, o más
bien quienes, al parecer, la dirigen no lo han consentido en ningún caso.
[El exiliado] viene a ser casi
invisible como el “Niño de Vallecas” de Velázquez, que cuando alguien repara en
él procura no verlo o verlo como si no lo viera. […] Pero ahora ya apenas al
exiliado se le pregunta nada. Desde los más diversos y aún encontrados lugares
surge una voz que con diversos tonos […] le dice simplemente ¿Qué haces todavía
ahí, qué estás haciendo? Lo que tendrías que hacer es volver, es decir, sal de
ahí, de ese imposible lugar donde estás y vuelve. […] lo más importante en el
ánimo de quienes lo dicen tan unánimemente, debe ser […] que deje el exiliado
el lugar donde está, que deje de ser
exiliado. Y para ello el único camino es volver a su patria, desexiliarse
[Sic] no es lo mismo que si simplemente nos dijeran: “vuelvan” o “vengan”. Y
más todavía si nos llamaran por nuestro nombre. Me refiero naturalmente a los
que están allí, en España.
Pero aún más significativa es la
variación que se advierte ahora […] respecto a lo que se nos decía en un primer
momento, cuando se dieron cuenta, sobre todo los entonces jóvenes, de la
ausencia del exiliado […] se nos veía en falta, como si fuera obstinación
nuestra el no volver. Se trataba entonces de eso, de que regresáramos, y se nos
sabía en un lugar determinado (no me refiero al país en que estuviese el
exiliado en cuestión, sino en un lugar llamado exilio existía entonces para
ellos, los que nos echaban de menos y creo que, desde luego, para todos los
demás: los indiferentes y los que celebraban nuestra ausencia para ocupar su
puesto sin más).[25]
Dice María Zambrano que
se les llamaba “a salir el exilio” casi ignorándolo, olvidándolo. Parece que el
exiliado ha dejado de existir, dice María “ahora ni siquiera estamos en el exilio estamos por ahí”. Estas
críticas eran vertidas en los años sesenta del siglo XX a los que habían
permanecido en España y en los que en su mayoría, según ella, no reconocían el
sufrimiento del exiliado. Ya en los años ochenta después de su regreso a
Españas las críticas se dirigen a la sociedad democrática que mantiene un
tupido velo sobre el exilio español, sin dar oportunidad al pensamiento ni a la
acción: no se piensa, no se reflexiona sobre el exilio, parece que en la transición
a la democracia que se dio en España después del franquismo, se hubiera perdido
la reflexión sobre el pasado reciente, sobre la propia historia y que solo se
quisiera ir hacia delante dejando atrás todo en ruinas. Esta reflexión nos
recuerda a la tesis IX de la obra Sobre
el concepte d’història de Walter Benjamin:
Hi
ha un quadre de Klee anomenat Angelus
Novus. S’hi veu un àngel que sembla a punt d’allunyar-se d’alguna cosa en
la qual manté
clavada la mirada. Té els ulls esbatanats, la boca oberta i les ales esteses.
L’Àngel de la Història deu tenir aquest aspecte. Té la cara dirigida cap al
passat. Allà on davant nostre apareix
una cadena d’esdeveniments, ell hi
veu una única catàstrofe que apila incessantment runes sobre runes i les llança
davant dels peus. Prou voldria aturar-se, despertar els morts i reparar la
destrucció. Però des del paradís ve un vent de tempesta que se li ha arrapat a
les ales amb tanta força que ja no les pot tornar a tancar. Aquesta tempesta
l’empeny de manera imparable cap al futur, al qual dona l’esquena, mentre
davant seu la pila de runes s’enfila al cel. El que nosaltres anomenem progrés
és aquesta tempesta.[26]
La experiencia de nuestra
filósofa le da una mirada privilegiada, le permite tomar distancia de las cosas
y reflexionar, y así poder criticar lo que percibe como un olvido de todos
aquellos que tuvieron que salir en la diáspora española después de la cruenta
Guerra Civil, el olvido también de todos aquellos que cayeron defendiendo la
legalidad.
4. Visiones del exilio
Hay quien defiende el
exilio como beneficioso para la humanidad, que el sufrimiento que provoca en el
que lo padece ha posibilitado reflexiones de gran calado sobre la naturaleza
humana; de hecho Stefan Zweig en el prefacio de su obra El mundo de ayer. Memorias de un europeo, nos dice en referencia al
desterrado, al apátrida: “es precisamente el apátrida el que se convierte en un
hombre libre, libre en un sentido nuevo; solo aquel que a nada está ligado, a
nada debe reverencia”.[27]
Para María Zambrano una
afirmación como esta del autor austriaco, referente al desterrado se queda en
la superficie de la situación, y afirma:
Si no se entiende esta situación
[el exilio], la tentación de la existencia, de ser existente en medio de esa
soledad dejada por el desamparo y aun simplemente por el abandono, por andar
así, sin mediación, puede ser tomada por libertad.
La libertad así aceptada se
establece como realidad que necesita ser constantemente verificada con la
acción, una acción cualquiera, una pseudoacción correspondiente al a
pseudolibertad.[28]
María piensa que: “Solamente se es de verdad libre
cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre
están todos los hombres”. [29]
Para nuestra filósofa el hombre logrará ser- libre cuando logre ser-persona,
que es “la suprema grandeza del hombre”.
Pensar que la libertad consiste en la
ausencia de límites, o en la falta de mediaciones a las que acudir, para María
es ilusorio. Aunque frecuentemente no solo en la vida cotidiana, sino incluso
en el ámbito de la filosofía, para el desarrollo del individuo y de su
pensamiento sea mejor estar en soledad, una soledad que no es escogida la más
de las veces, pero sí de alguna manera necesaria, para el hombre.
También Edward W. Said,
en su obra Reflexiones sobre el exilio,
piensa que no se puede tolerar esta visión sobre el exilio como algo
beneficioso:
[El exilio] no es ni estética y
humanísticamente comprensible: como máximo, la literatura sobre el exilio
objetiva una angustia y unos apuros que la mayoría de la gente rara vez
experimenta de primera mano; pero pensar en el exilio como algo beneficioso
para las humanidades que informa esta literatura es trivializar sus
mutilaciones, pérdidas que infligen a aquellos que las sufren, el silencio con
que responde a cualquier tentativa de entenderlo como algo bueno para nosotros.[30]
Y es así porque el
arrancarte de tu tierra, el obligarte a irte de ella es equiparable con la
muerte, pues ambas vivencias arrancan al protagonista de su vida. La muerte en
un sentido literal y en el exilio, en el sentido figurado de la pérdida de
identidad. Si se arranca, si se pierde la identidad, se niega la dignidad de
las personas. Said mantiene la tesis de que en la cultura occidental moderna,
tal como la conocemos, es en gran medida gracias a exiliados, refugiados o
emigrados, lo cual no evita que el exilio: “es la grieta imposible de
cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su
verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza.”[31]
Para Claudio Guillen el
hecho de estar desterrado produce literatura de más calidad, además cree que el
exilio conduce a verdades universales. Citando a Plutarco nos dice Guillen:
El ser humano, pues, conforme se
muda de lugar y de sociedad, se encuentra en condiciones de descubrir o
comprender más profundamente todo cuanto tiene en común con los demás hombres,
uniéndose a ellos más allá de las fronteras de lo local y de lo particular.[32]
Artistas e
intelectuales, quienes siempre conforman una parte importante dentro de la masa
exiliada, puesto que el exilio corresponde a un método de “limpieza
ideológica”, al verse en la necesidad de generar un nuevo escenario que le
sirva de impulso para sus discursos y creaciones, encuentran en la subversión
su terreno de acción y en la transgresión la canalización de su iniciativa se
resistencia y permanente situación de inestabilidad. El intelectual exiliado
adopta la resistencia y la alteración como principio discursivo y forma de
vida. “El exilio no es nunca un estado satisfecho, plácido o seguro del ser […]
es la vida sacada de su orden habitual. Es nómada, descentrada,
contrapuntística; pero en cuanto uno se acostumbra a ella su fuerza
desestabilizadora emerge de nuevo”.[33]
Claudio Guillen refiere
en su obra El sol de los desterrados:
literatura y exilio, a las diferentes referencias que se le puede dar a la
palabra exilio y la diversidad de circunstancias que la denotan:
Lo propio de nuestro tiempo es la
variedad referencial a la palabra exilio, quiero decir, la diversidad de
realidades que denota, y aún más, los grados diferentes de realidad que lleva
implícitos, entre las metáfora pura y la experiencia directa.[34]
[…] Es de sobra evidente, en suma, pese a la multiplicidad del tema, la
continuidad multisecular del destierro, en el sentido tradicional de la
palabra, que no disminuyen sino intensifican desde hace dos siglos ciertas
circunstancias de la modernidad, como la función rectora del escritor, la
concepción nacional de la cultura, y la opresión totalitaria.[35]
Guillen nos habla por
ejemplo de la visión que tiene del exilio el poeta y novelista Józef Wittlin,
que como exiliado después de la II Guerra Mundial, y como polaco –nacido en la
Galitzia austro-húngara– según él, entendido en la materia. El autor de Mi Lvov, nos dice Guillen, tiene un
ensayo brillante sobre todo cuanto comparten la mirada del artista y del
exiliado. Los dos son, según Wittlin, indivisibles, que en el exilio hay un exceso
de retrospección y de memoria, que es inevitable; la palabra que solo se
recuerda, sin oírla, no es la voz directa de la vida, sino su eco; el
desterrado vive simultáneamente en varios niveles de temporalidad, presente y
pretéritos, sin distinguirlos siempre bien.[36]
Hay autores que señalan
una relación entre exilio y nacionalismo, dado que este último es una
afirmación contundente de pertenencia a un pueblo, a un lugar, una tradición y
un legado especial, que afirma un hogar creado por una comunidad determinada,
pero al establecer este hogar obvia el exilio.
A juicio de Edward Said, “la interacción entre
nacionalismo y exilio es como la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel,
según la cual los contrarios se informan y constituyen mutuamente” y todos “los
nacionalismos nacen en sus primeras etapas de una condición de extrañamiento”.[37]Ante
la lógica fronteriza de “nosotros los de adentro”, y “ellos los de fuera”, el
exilio, en oposición a la idea de “integración”, a la cual recurren los
nacionalismos, también cumple un papel fundamental en cuanto a la construcción
de la idea de nación, pero como un relato “Otro” configurado en la experiencia
de la expulsión, de la lejanía, de la marginación y desde la fragmentación
identitaria individual, que exige una nueva formulación del sujeto desde la disidencia.[38]
Para Claudio Guillen, la
nacionalización de la cultura, el crecimiento de una conciencia de lo
específicamente local o regional, que todo lo absorbe, devora el pensamiento,
los usos, la literatura, las artes, según vamos observando, producen las
tensiones del exilio. Esta unicidad de una cultura nacional se vuelve condición
insustituible. Ahora bien, es cierto que el nacionalismo exaspera el exilio,
también es verdad que estimula actitudes opuestas, y que algunos de los
escritores más notables se han alejado de sus orígenes y no han encontrado,
sino que han buscado el desarraigo, la soledad y el cambio de lugar.
5. Conclusiones
Amadeu Cuito en su obra Memòries d’un somni comenta:
L’exageració no sé si és pròpia de l’exiliat, que atrapat entre el passat
que enyora i el futur al qual no renuncia, no viu en el present i es condemna a
recrear el món que ha perdut amb idees fermentades en vas clos, o és en canvi
el present d’una frustració secular que només podem superar amb l’embraviment.[39]
A
mi parecer durante mucho tiempo de su largo exilio a María Zambrano se la
podría definir con estas palabras de Cuito. También María para superar el
exilio que durante muchos años fue frustrante para ella y que le provocaba un
cierto estancamiento en su pasado anterior a la Guerra Civil, tuvo que
encorajarse para superar su exilio, hasta llegar a definir a este como esencial
como constituyente de su ser. También en María Zambrano el exilio opera como
una experiencia que tiene como consecuencia un reforzamiento identitario, ya que el distanciamiento
de España impulsa en ella un proceso consciente de construcción subjetiva.
Como
hemos visto más arriba María Zambrano está estrechamente vinculada a la
realidad que la rodea y comprometida en
la tarea de explicar intelectualmente unos hechos que le toco vivir. Zambrano
desarrolla la ida que en la noción misma de historia está el origen de los
desastres que han ocurrido en Europa, al tiempo que entiende que no es posible,
ni mucho menos deseable, olvidar la historia, cosa que sería una imprudencia i
fuente de nuevos desastres. El
pensamiento de Zambrano es eminentemente crítico, es necesario investigar el
pasado, reconocer las raíces de nuestra cultura, dar claridad sobre la
historia, que esta proyecte una luz que produzca sombras y matices para poder
distinguir nuestra realidad. Porque la desvelación
del pasado, que diría María, lo redime y lo transforma guía de nuestro caminar,
“lo pasado condenado –condenado a no pasar, a desvanecerse como si no hubiera
existido– se convierte en un fantasma. Y
los fantasmas ya se sabe vuelven.”[40]
El
pasado del exiliado ha de ser asimilado, asimilado y no eliminado, pero para
asimilarlo debemos reconocerlo antes y aceptarlo en toda su verdad, para que
desaparezcan esos fantasmas.
Con
este fin María Zambrano quiere recuperar el lenguaje poético, como el que es
capaz de expresar el mundo y de abrir una luz sobre las cosas, quiere María que
la razón se haga poética sin dejar de ser razón. Con ella podemos hallar uno de
esos referentes necesarios para poder pensar quiénes somos, para descubrir los
elementos constituyentes de la cultura española y para observar desde nuestra
perspectiva el contexto de los países que nos rodean.
María
Zambrano, en lo que al exilio se refiere, es un ejemplo claro de lo que el
siglo XX ha supuesto para numerosos pensadores. La diáspora, pensar sobre su
tierra en “tierra extraña”, pensar en sus costumbres y descubrir nuevas, pensar
en su lengua y utilizar otra, llevar su patria a cualquier lugar y hacer del
exilio su patria. Nuestra época es por excelencia la de las grandes migraciones,
de refugiados y de exiliados, de expatriados y repatriados. Muchos realizan
estos movimientos en condiciones infrahumanas y a nosotros al verlo se nos
tendría que despertar conciencia y no admitir comportamientos insolidarios. El
problema es que seguimos viendo al refugiado, al expatriado, al emigrante o al
exiliado como “el otro”, no “uno de los nuestros”.
La
experiencia del exilio conduce a nuestra filósofa hacer una profunda interiorización
existencial, que paulatinamente le va distanciando de las causas históricas y
políticas que lo habían motivado.
La
experiencia del exilio, se podría decir muchas cosas sobre esa experiencia. Hay
cientos de miles de exiliados que han vivido dicha experiencia y cada uno tiene
una historia que contar, historias diferentes, pero todas ellas con un
denominador común, la nostalgia de la patria, de sus hogares, de su tierra. Hay
una voz que les grita dentro de su ser ¡Volver! ¡Volver! Algunos lo consiguen,
otros no. Los que consiguieron volver como María y los que se quedaron, siempre
se harán preguntas a las que intentaran dar respuestas, respuestas
particulares, individuales de porqué tomaron una opción o bien la otra.
En
los apartados de los constituyentes de la
condición humana María Zambrano nos responde a las preguntas formuladas en
la introducción del presente trabajo. Como hemos visto en ellos, María nos
habla de la construcción del Ser, de como el hombre se hace así mismo a través
de su propia acción, de como el hombre va dejando huellas en sus obras. También
nos muestra como el exilio ayuda al hombre a conocerse mejor y conocer mejor a
los que lo rodean, como la distancia física de la patria y la ausencia de
mediadores, provoca que se aprecien mejor estos y aquella, obligando al
exiliado a tener que afrontar las circunstancias de cara y en solitud, sin
nadie que le respalde. Así mismo hemos podido a preciar como María Zambrano y
distintos autores le conceden al exilio una importancia vital en el desarrollo
de la obra de literatos y artista, hasta tal punto que sin este, dichos autores
creen que no se habría producido este salto adelante en la obra de dichos
literatos y artistas. Como hemos visto, estos autores afirman que el exilio
“produce mejores obras artísticas y conceptos y verdades universales”.
Un ejemplo de este último párrafo lo
encontramos en la propia filósofa veleña objeto de nuestro estudio. Si
comparamos el pensamiento de María Zambrano con el de los filósofos no
exiliados de nuestro país, que se creían los legítimos continuadores del
pensamiento español, podemos apreciar el carácter mimético, fosilizado y pobre
de estos pensadores que creen conservar la tradición filosófica porque la
congelan. María Zambrano, desde fuera de España, liberada del enclaustramiento
académico de un pensamiento paralítico, supo conservar la tradición filosófica
española de la única manera que se conserva todo ser vivo, en continuo proceso
de transformación.
6. Nota
Los
manuscritos citados a pie de página se encuentran en la sede de la Fundación
María Zambrano sita en la ciudad de Vélez-Málaga.
7. Bibliografía
ABC, Madrid, 28/8/1989
Benjamin, W. (2019) Sobre el concepte d’història. Barcelona: Flâneur, S.L. Trad: Marc
Jimenez Buzzi i Arnau Pons
Cuito,
A. (2011) Memòries d’un somni.
Barcelona: Quaderns Crema, S.A.
Exilio, (2002) Libro editado con motivo
de la exposición Exilio, que tuvo
lugar en Madrid en setiembre y octubre de 2002. Fundación Pablo Iglesias.
Elizalde
Frez, Mª. Isabel. (2012) Significados del exilio en María Zambrano, dentro de Bajo la palabra. Revista de filosofía,
Época 2, nº 7 pp. 485-494.
Fernández
Martorell, C. (2004) María Zambrano,
entre la razón, la poesía y el exilio. Mataró: Ediciones de Intervención Cultural.
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Madrid: Ediciones Siruela.
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Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A.
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M. (2014) El exilio como patria.
Edición, introducción y notas de Juan Fernando Ortega Muñoz. Barcelona:
Anthropos Editorial.
Zweig,
S. (2008) El mundo de ayer, memorias de
un europeo. Barcelona: Quaderns Crema, S.A.
[1] María Zambrano,
(1991). Los Bienaventurados, p. 32.
Madrid: Ediciones Siruela.
[2] Ibídem, p. 37.
[3] Ibídem, p. 31.
[4] Ibídem,
p. 40.
[5] M. Zambrano (2014), El exilio como patria, p.55. Barcelona: Anthropos Editorial. La
cita ha sido extraída del artículo publicado por María Zambrano en la revista Turia de Teruel, nº 9 (1988) pp. 85-86.
[6] Vid: Concha
Fernández Martorell (2004), María
Zambrano, entre la razón, la poesía y el exilio, pp.82-83. Mataró: Ediciones de Intervención Cultural.
[7] M. Zambrano
(2014), Carta sobre el exilio
(Escritos sobre el exilio), dentro de la obra El exilio como patria, p.4. Barcelona: Anthropos Editorial.
[8] Juan Fernando
Ortega Muñoz, (2014). Introducción a El
exilio como patria, óp. cit. p. XLV.
[9] María Zambrano,
(1991). Los Bienaventurados, óp.
cit. p. 38.
[10] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito 157,
p. 66. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. XLVI.
[11] María Zambrano,
(1991). Los Bienaventurados, óp.
cit. pp. 40-41.
[12] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito
157, p. 50. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. L.
[13]
María Zambrano, (1991). Los
Bienaventurados, óp. cit. p. 39.
[14] Ibídem, p. 36.
[15] Ibídem, pp.
37-38
[16] María Zambrano, Carta sobre el exilio en Manuscrito 157,
p. 37. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. LV
[17] María
Zambrano, (1966) El hombre y lo divino, p.
231. México: F.C.E. Citada por Juan Fernando Ortega Muñoz en la Introducción a El exilio como patria, óp. cit. p. LV.
[18]
María
Zambrano, (1991). Los Bienaventurados, óp.
cit. p. 42.
[19] [19] Ibídem,
pp. 42-43
[20] M. Zambrano
(2014), Carta sobre el exilio
(Escritos sobre el exilio), dentro de la obra El exilio como patria, p. 11
[21] María Zambrano,
(1991). Los Bienaventurados, óp.
cit. p. 43.
[22] Las palabras del
artículo del ABC fueron recogidas posteriormente en: María Zambrano, (1995) Amo
mi exilio, dentro de Las palabras del
regreso, p.14. Salamanca: Amarú Ediciones
[23] María Zambrano
(2014). La otra cara del exilio, dentro de El
exilio como patria, óp. cit. pp.58-59.
La cita está extraída del texto inaugural para el Curso de Verano de la
Universidad Complutense de Madrid en El Escorial.
[24] María Zambrano
(2014). El exilio, alba interrumpida,
dentro de El exilio como patria, óp. cit.
p.55. la cita está extraída del artículo publicado por María en la revista Turia, nº 9 (Teruel, 1988) pp. 85-86.
[25] María Zambrano
(2014). Carta sobre el exilio, dentro de El
exilio como patria, op. cit. pp.
4-8. Esta carta se publicó por primera vez en Cuadernos del congreso por la libertad de la Cultura, nº 49 (París,
1961), pp. 65-70.
[26] Walter Benjamin
(2019). Sobre el concepte d’història,
p. 47. Barcelona: Editorial Flâneur, S.L. Trad. Marc Jiménez Buzzi.
[27] Stefan Zweig,
(2008). El mundo de ayer. Memorias de un
europeo, p.10. Barcelona: Acantilado. Trad. J. Fontcuberta y A. Orzeszek.
[28] María Zambrano, (1991). Los
Bienaventurados, óp. cit. pp. 39-40.
[29] Frase escogida
por María Zambrano para la placa que se fijó en la casa de Madrid donde vivió
sus últimos años. Vide: A. Sánchez Cuervo, A. Sánchez Andrés y G. Sánchez Díaz
(coords.) (2010). María Zambrano,
pensamiento y exilio, p. 25. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, S.L.
[30] Edward W. Said,
(2005). Reflexiones sobre el exilio,
p.180. Barcelona: Ed. Debate.
[31] Ibídem, p. 179.
[32] Claudio Guillen,
(1995). El sol de los desterrados:
literatura y exilio, p. 22. Barcelona: Quaderns Crema, S.A.
[33] Edward W. Said,
(2005). Reflexiones sobre el exilio,
p. 195.
[34] Claudio Guillen,
(1995). El sol de los desterrados:
literatura y exilio, op. cit. p.
145.
[35] Ibídem,
p.161.
[36] Ibídem, p.153.
[37] Edward W. Said, (2005). Reflexiones sobre el exilio, op. cit. p.
183.
[38] Ibídem, p. 184.
[39] Amadeu Cuito
(2011). Memòries d’un Somni, p. 47.
Barcelona: Quaderns Crema.
[40] María Zambrano
(2014). Carta sobre el exilio, dentro de El
exilio como patria, óp. cit. p.
12.