jueves, 8 de octubre de 2020

Comentarios en el Block

 Hola a todos y todas, 

me gustaría recibir comentarios sobre lo que opinais de los textos que voy colgando. Me ayudaría a saber si los trabajos que voy subiendo al Block os parece interesantes y me animaría a seguir subiendo trabajos y reflexiones.

Gracias,

Jorge


Larra Sombra y Quimera

 Larra Sombra y Quimera

 

1.     Introducción. 2

2.      La obra de Larra. 4

2.1. Larra crítico. 7

3. Larra como precursor de la novela realista española. 8

4. La ironía en Larra. 13

5. Conclusión. 18

6. Bibliografía. 21

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.    Introducción

 

En el presente trabajo pretendemos acercarnos al análisis de la obra del articulista y periodista Mariano José de Larra. Los artículos de Larra, no podemos catalogarlos como catalogaríamos hoy día los artículos de cualquier diario. Podríamos decir que lo más parecido son las columnas de opinión de los diferentes periódicos, pero Larra es diferente, sus artículos son pequeñas historias que atraviesan todos los apartados o categorías de lo que conocemos como ensayo. Es cierto que este género literario también tiene su controversia, hay teóricos de la literatura que no lo consideran un género literario. Creemos que la división que hace Marc Angenot entre las dos grandes tipologías de ensayo, es decir: entre el ensayo-diagnóstico y el ensayo-meditación se resuelve esta cuestión[1]. Opinamos al igual que Carles Besa[2] que solo la segunda modalidad cumple el requisito de ser llamado literario. El ensayo de Mariano José de Larra, lo podríamos encuadrar en los llamados géneros existenciales[3] en tanto que, a nuestro parecer, algunos de los trabajos de nuestro autor se pueden en marcar dentro de la categoría escrituras del yo.

Como nos dice Carles Besa: “En su vertiente positiva, el ensayo es el género que utiliza todas las formas y modalidades de los demás géneros en una mezcla que da lugar a un resultado único y particular”[4], pero con una entidad propia. Lynch define sus propios ensayos que son, según él, más retóricos que teóricos como incursiones “erráticas” y “sin rumbo fijo” en una tierra de nadie”, “protocolos de una marcha”, “rastros borrosos de un tránsito permanente por regiones que siempre recuerdan a un espacio de frontera”.[5]Aquí es donde podemos encontrar a Mariano José de Larra, en sus escritos encontraremos de todo, influencias de la Encyclopedie de Diderot y D’Alembert –como buen afrancesado–, del folletín y partes autobiográficas, formando un gran mosaico de colores. Lo que no vamos a encontrar, según Umbral, son artículos tal como se concibió más tarde esta modalidad del ensayo, al estilo de Ganivet, los de la generación del 98, los de Ortega y Gasset o los que escribían diversos autores en la Revista de Occidente.[6]

Larra escribe ensayos sobre política, crítica literaria y costumbres, ensayos que “pisan” por así decirlo géneros como el cuento, la parodia o la autobiografía en totum revolutum a la vez que informa de los hecho acaecidos. Utilizando en mucho de estos ensayos la sátira y la ironía con un sentido de humor intemporal, el cual hoy día también nos hace sonreír, aunque es precisamente en el que podemos apreciar su amargura, su pesimismo, su desesperanza a  través de un sarcasmo que con frecuencia llega a la crueldad. Podemos concluir que estos ensayos son también cuentos o escrituras del yo como hemos apuntado más arriba, porque hay ficción en ellos. Porque sí tomamos como base de la escritura del yo a Agustín de Hipona en las Confesiones y las coincidencias que encontramos en el texto con su biografía, al igual que las encontramos en Les Essais con la Montaigne, podemos decir que Larra también se encuadra en este género.

No es solamente preciso que haya escritura y que esta escritura tenga como protagonista el yo –eso lo comparten la lírica, o la picaresca también– es así mismo sino indispensable, sí una forma de sus realizaciones históricas, que el yo sea un Autor, esto es, que pertenezca a una forma dada de unidad creativa que bien tenga carácter representativo previo, o lo obtenga como consecuencia de su propia obra autobiográfica, o confesional, o ensayística. La literatura del yo que nace cuando se funden los espacios del sujeto y del objeto de la representación, creando, con la invención, un espacio de creación imaginaria, que se sostiene en su propia verosimilitud.[7]Larra llena este espacio con su experiencia, con sus propias anécdotas, o con historias inventadas donde él también aparece como un personaje más. Al igual que Montaigne –como nos recuerda Bernat Padró (2020) en L’assaig com gènere literari. 5a part. p. 11–, Larra no pretende mostrar un modelo, pero sí un ejemplo de que de todo en la vida se aprende, que las experiencias de un individuo pueden servir de ejemplo para los otros, un ejemplo particular de conducta que también puede ofrecer un conocimiento al que lo lee.

Lukács al respecto nos dice:

 

[…] las ideas expresadas en la literatura no deben ser ideas de un “sujeto abstracto”. […] las generalizaciones conceptuales del escritor permanecerán dentro de la dimensión estética del arte literario solo si logra transformar la subjetividad en una figura concreta que puede funcionar como el “sujeto histórico” de una experiencia conceptual concreta.[8]

 

Larra recoge la tradición de articulistas como Addison y Steele (The Spectator) o Étienne de Jouy (Le Paquebot y L’hermite de la chauseé d’Auntin),[9] en lo que podríamos llamar el prólogo del artículo Casarse pronto y mal, nuestro autor nos hace una declaración de principios:

 

Nosotros, que creemos que el interés del hombre suele tener, por desgracia, alguna influencia en su modo de ver las cosas; nosotros, en fin, que no creemos en hipocresías de patriotismos, le excusamos en alguna manera, y juzgamos que opinión es, moralmente, sinónimo de situación. Así que, respetando, como respetamos, a los que no participan de nuestro modo de pensar, daremos, para agradar a todos, en la carrera que hemos emprendido, artículos de todas clases, sin otra sujeción que la de ponernos siempre de parte de lo que nos parezca verdad y razón, en prosa y verso, fútiles o importantes, humildes o audaces, alegres y aun a veces tristes, según la influencia del momento en que escribamos; y basta de exordio: vamos al artículo de hoy, que será de costumbres, por más que confesemos también no tener para este género el buen talento del Curioso Parlante [Ramón de Mesonero Romanos], ni la chispa de Jouy, ni el profundo conocimiento de Addison.[10]

 

Para Larra el compromiso del ensayista con la sociedad es la razón de ser, la justificación de la obra, su ethos. En todo ensayo hay un trasfondo didáctico, desde Montaigne a Joan Fuster, pasando por nuestro autor, todos cumplen con este cometido.

 

 

2.    La obra de Larra

 

La prosa literaria que se dio en España en la primera mitad del siglo XIX, no son producciones, en la mayoría de los casos de gran envergadura literaria, sino más bien cuadros de corta extensión que por lo general retrataban tipos, costumbres, circunstancias, vicios o virtudes, hechos copiados de la realidad circundante o sentimientos.

Su atención a lo folklórico e indígena muestran sin duda las indudables raíces románticas –en un país donde toda nueva corriente llega tarde, el Romanticismo no iba a ser menos–, pero su atención a la descripción y al detalle, a la circunstancia y al ambiente, a la captación intencionada, convierte este género costumbrista en el germen de la futura novela realista española que, en la segunda mitad del siglo tendrá en sus narraciones muchos aspectos a parecidos en estas producciones de Larra y otros destacados articulistas entre ellos al que podíamos llamar anti-Larra Mesonero Romanos, quizá más localista que Larra en sus escritos y más ortodoxo en cuanto a la forma del artículo que nuestro autor. Larra, rompe una lanza en favor de la ficción en sus artículos-cuentos, al no limitarse a describir las costumbres sino a cuestionarse  el orden social y satirizar todo lo que impide que la sociedad tienda a ser lo que los tiempos requiere. Larra politiza constantemente más que describe, porque hay artículos de costumbres escritos por nuestro autor encierran, con mucha frecuencia, una profunda intención político-social. En esta actitud de ariete, ¿no está Larra apuntándonos con su propia actitud? Porque literatura y política presentan un solo frente en esta apasionante autobiografía que despliegan a nuestros ojos sus artículos.

Larra viene de la Ilustración, de la Enciclopedia, como hemos dicho más arriba, de la Revolución francesa, de Voltaire, también de Quevedo en una mezcla sui géneris. Traduce a los autores de moda en París, se puede decir que es un introductor de estos. Quiere europeizar España, no españolizar Europa, como más tarde pretendía la generación del 98 que tanto revindico a Larra.[11]

Larra antes de ser Larra, es ya un “pisaverde”[12] de Madrid, en el Café del Príncipe, en El Parnasillo, porque es de esos autores que lanzan por delante su propia persona como creación. Van a ser ellos el principal tema de su obra. Una obra basada en un hombre. Su obra es también autobiográfica, Larra es un escritor del Yo, como sostenemos más arriba, Larra se retrata a si mismo continuamente en sus escritos. En el escritor autobiográfico, el verbo siempre se hace carne.[13]

En el periódico encuentra nuestro autor, su medio de expresión, su género, quizá sin saberlo nunca del todo, porque la narración directa de lo que le ha pasado, de lo que le ha ocurrido o se le ha ocurrido el día anterior, es su postura natural de escritor que no tolera los artefactos intermedios del género y sus convencionalismos. A esto habría que añadir la intención del autor a ser fiel a la verdad al retratar a los tipos como son. De ahí la denuncia que se muestra bajo la ironía y la burla de ciertas costumbres populares o de ciertos tipos del campo o la ciudad, o criticar la hipocresía del aparentar lo que no se es o no se siente.

Puesto a escribir lo que hace es desdoblarse, novelizar el artículo, llenarlo de conocidos, de parientes, de calaveras[14] o pisaverdes que se casan pronto y mal o caen en otras locuras que siempre son él mismo. Nuestro autor le otorga mucha importancia al diálogo que muestra la psicología y al lenguaje diferenciador de los personajes.

Larra parte de una idea, o de un tipo, o de un hecho, o de una noticia, y en seguida se enreda en otras cosas, pone en marcha una historia o nos cuenta sus propias entradas y salidas, hace apartes de sí mismo para aludir al Gobierno, cuenta unas anécdotas, sigue con su historieta, se pierde otra vez y solo al final queda redonda, formada, expresada, realizada la idea del comienzo.

Sobre un fondo de historias románticas y costumbristas, que van del carnaval a los empeños y desempeños de objetos, destaca la historia en primera persona de lo que realmente le ocurre y se puede y debe contar; su peripecia política, su aventura de escritor político con mil pseudónimos que le descubren y explican mucho más que lo que ocultan, detrás de estos pseudónimos está la situación personal de Larra sobre todo la psicológica; podemos ver en “Fígaro”, por ejemplo, una confrontación entre el mundo ideal y el mundo real, en sus escritos notamos un cierto desencanto por el mundo que le rodea.  Larra se esconde detrás  de yoes convencionales con antifaz: del yo fundamental, del yo real, del yo político literario, etc. Todo en nuestro autor  es Carnaval.

Por su escepticismo, que toma la forma literaria de la crítica y la forma vital baudeleriana del spleen, Larra es posterior así mismo es baudeleriano antes que Baudelaire, es un postromántico sin romanticismo. De antes o de después, pero sin duda de su tiempo como analista del mundo que le rodea, de ese entrecruzamiento fulgurante de épocas.

En definitiva, lo que da unidad a su obra es la presencia dolorida, constante, de sus amargas experiencias, que nos va trazando, entre líneas, a modo de apasionante confesión autobiográfica. El mismo advertirá: “En cada artículo encierro una esperanza o una ilusión”.[15]

 

2.1. Larra crítico

 

En las reseñas de Larra, en líneas generales, podemos decir que ética y estética forman un todo inseparable en la inteligencia del narrador crítico. Este solo entiende lo genérico en función de los temas. Incluso si la reseña no tiene que ver con un problema ético, nuestro autor hace lo posible por tratar de justificar que en ella se transparenta o no el compromiso del autor.

El valor docente de la obra depende del criterio moral, el cual Larra localiza en la presencia del autor en su obra. Para el Larra crítico el asunto de la obra es primordial. El separa el asunto de la obra de la ejecución de la misma. Su escala de valores va de un extremo negativo determinado por lo dilatado en exceso y estridente a un extremo positivo de concisión y sobriedad. Por lo común Larra está obsesionado por las ramificaciones extrínsecas de la literatura. Le preocupa sobre todo el teatro español con el que es severo.

Su concepto del ensayo como género se cierne a los límites de la obra y en el proceso retórico utilizado en la misma, no trata de invocar forzosamente la presencia del autor en el ensayo, porque lo intuye la presencia en el tono personal del género. Sus juicios sobre el ensayo los expresa con una retórica comedida por la razón, sin ser superficial su conocimiento del ensayo, no alcanza ni la amplitud ni la profundidad de su conocimiento del teatro.

Cuando critica poesía de sus coetáneos, suele recurrir a la sátira, interpreta los textos poéticos de forma escrupulosa, pero se sale fuera de ellos para enarbolar razones que carecen de importancia. Es difícil separar sus reseñas de poesía de su concepto y ejercicio de la sátira.

 

Hace mucho tiempo que nos infestan autores insulsos; digo, ¡pues, la leccioncita de modestia…! Y, vamos, que siquiera allí hay gracias, hay sales de trecho en trecho; es verdad que, como dice Virgilio, sin que parezca gana de citar, apparent rari nantes in gurgite vasto. Sí, señor, pocas pero las hay; también hay majaderías; tan pronto dice que no vale nada la comedia, como que es buena; las decimas son poco mejores que las del antidiarista [sic]; y, sobre todo, señores, yo no puedo ver con serenidad que haya hombres tan faltos de sentido que se empeñen en hacer versos, como si no se pudiera hablar muy racionalmente en prosa; al menos una prosa mala se puede sufrir.[16]

 

De la novela apenas se ocupa en algún artículo teórico, alguna alusión a Cervantes o Balzac al que compara con Mesonero y lo pone a la misma altura[17]como si ambos escribiesen en un mismo molde genérico. A Larra le molesta lo que el percibe como morbosidad de Balzac, que pinta la sociedad básicamente corrupta. Dice que quiere literatura de verdad: de la mimesis de la actualidad surgirá el progreso del futuro. Es extraño este comentario indirecto sobre la novela – a la que nunca  critica o define, solo alude a la novela de paso, por ejemplo en  “Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra Su estado actual. Su porvenir. Profesión de fe.”[18] sea tan deficiente su evaluación de Balzac.

 

3. Larra como precursor de la novela realista española

 

Los ensayos de nuestro autor sobre costumbres, podemos decir que son precursores de la novela realista española que tanto éxito cosechó en la segunda mitad del siglo XIX. Los textos de Larra son un eslabón entre el costumbrismo y la novela realista, a este eslabón lo llamaremos cuento costumbrista, un eslabón que ilustra muy eficazmente el paso natural del subgénero de tipos, a la utilización de estos en la obra de ficción, con autores como Leopoldo Alas, Emilia Pardo Bazán o Galdós entre otros. A pesar  que “Hoy se ven claramente el artículo de costumbres y el cuento literario como dos géneros literarios distintos”,[19]no siempre fue así, e incluso algún sector de la crítica actual mantiene tesis poco esclarecedoras e insuficientemente desligadas de un género y del otro.

 El artículo de costumbres parte de un método de observación de la realidad circundante, por ello la contemporaneidad es un rasgo específico, procede de un interés documental, más propio del periodismo o de los pintores de costumbres que del artista, creador de ficciones. Su mundo es la realidad exterior. De ahí que su base sea la razón, ya que debe transmitir la lógica del mundo real. Opera con la inteligencia y esta tiende a pensar las cosas espacialmente –recordemos la importancia del espacio para los artículos de costumbres–; busca lo común de los distintos individuos para establecer unas analogías, tiende a fórmulas generalizadoras de representación de la realidad; el tiempo carece de importancia, salvo el que es medible por el reloj, el cronológico. El artículo de costumbres estructura el tiempo, lo detiene destruyendo la temporalidad. De ahí el paso del tiempo para el artículo de costumbres, su envejecimiento que no capta más que lo efímero, pero no la vida en su palpitación humana, tiende al estancamiento, a lo discontinuo como consecuencia de ese estancamiento del tiempo. Al no poder captar el vértigo de la modernidad que ha comportado el progreso técnico en la primera mitad del siglo XIX, renuncia a seguir el movimiento continuo del siglo y a pintarlo en sus aspectos cambiantes. La consecuencia es la fijación de un determinado momento como monumento del pasado; el autor actúa como observador-narrador que transmite en primera persona sus observaciones y a veces sus recuerdos de las costumbres y de los arquetipos que conoció y que están en proceso de desaparición.[20]

En oposición al artículo de costumbres el cuento costumbrista –situamos a Larra en este género– parte de la imaginación y crea un mundo autónomo aunque tome sus materiales del mundo real, podríamos decir que ficcionaliza la realidad dándole autonomía. Se trata de una realidad vivificada; aparece la figura del narrador ficticio –podíamos pensar en los diferentes pseudónimos utilizados por nuestro autor– que actúa como relator de una historia propia o ajena: de ahí que utilice como voces narradoras la primera o tercera personas, con mayor tendencia a la tercera –frente a la primera del artículo de costumbres–, con lo que se pretende una mayor objetividad; al partir de la vida de unos personajes adquiere importancia el tiempo como duración real: un tiempo unitario, no divisible como lo es el de la realidad vital. Solo la imaginación puede apresar la realidad que discurre, que es plástica, individual y temporal de la vida. La vida es siempre individual y esta es la que se muestra en el relato de ficción frente al artículo costumbrista, conceptual y generalizador. Ahora bien, en estos relatos de transición no se ha logrado la total individualidad y aunque son personajes singulares y concretos, al mismo tiempo los rasgos que los describen están siempre aludiendo a las notas que los configuran como tipos generalizados de una mismo estrato social y existencial. Estos tipos de personajes estarán aún presentes en las novelas realistas finiseculares. El fin último del autor del cuento costumbrista es artístico y ficticio, no documental.[21]

La diferencia fundamental entre el artículo de costumbres y el cuento costumbrista, pues en aquel interesa los modos de estar o vivir de tipos genéricos, de caracteres pintorescos; en este importan los modos de ser, o lo que es lo mismo, los individuos, aunque los relatos breves estén escasamente desarrollados y sean en general planos simples, a los que no hay que confundir siempre con los tipos.[22]Larra, rompe una lanza en favor del avance de sus textos hacia el cuento costumbrista, al no limitarse a describir solamente las costumbres sino a cuestionarse el orden social y satirizar todo lo que impide que la sociedad tienda a ser lo que los tiempos requiere.

El cuento costumbrista, presenta un dinamismo, tiende a reflejar lo individual y cambiante, lo singular, aunque un mínimo de tipicidad en los espacios o en los tipos no impide la ficción. El personaje es la pieza clave del verdadero cuento costumbrista. El artículo de costumbres no remite a un mundo creado y autónomo, sino a las vivencias de un mundo exterior al texto, que un autor-narrador trasmite y que son compartidas por el lector. Es un lector enterado quien deberá completar con su memoria y experiencia aquellos cabos sueltos que el observador- narrador deja sin aclaración.[23]Pero la relación autor-lector que se establece en el artículo de costumbres es la propia de la prensa, no del relato de ficción, pues se sostiene no en función de un mundo ficticio creado en el texto, sino a través de la realidad común a ambos tipos de textos.

Puesto que la narración costumbrista da prioridad al espacio frente al tiempo, se sirve de la descripción como modalidad narrativa prioritaria. Esa importancia que le da al espacio, produce en el lector la misma sensación que si observara una pintura costumbrista, una sensación de estancamiento del tiempo. El artículo de costumbres tiene una estructura abierta que pocas veces remite a la realidad del texto, sino más bien a la realidad exterior y el discurso narrativo se configura como signo de aquella, en oposición a la estructura cerrada y a la autonomía del cuento literario que solo se remite así mismo.[24]

El cuento costumbrista o relato de transición hacia el cuento literario comparte con el artículo de costumbres el ser un discurso mixto que integra una narración de un proceso contada por un narrador y una historia.

Como el artículo de costumbres, el cuento costumbrista abre una puerta al desarrollo del contexto, cuando opera sobre la distensión, lo cual lo separa del cuento que contiene una tensión única y autónoma frente al contexto.

El cuento costumbrista se adapta a una casualidad y lógica externas al texto como el artículo de costumbres, porque remite a un sistema histórico de referencias, a un contexto socio-cultural bien delimitado y desprende de él diversas referencias a costumbres, mentalidades y diferentes formas de comportamiento de la sociedad, que es necesario conocer para que el texto tenga sentido. Por otro lado el cuento costumbrista se aparta del artículo de costumbres y del cuento literario en la forma de sus personajes, ya que estos dejan de ser tipos o arquetipos respectivamente, según se trate de uno u otro género, para empezar a vivir su historia en el texto, muy marcado por el factor temporal, eje del relato y del cuento frente al espacio, que como hemos visto más arriba era el eje del artículo de costumbres.

El cuento literario será la culminación del cuento costumbrista desde el artículo de costumbres, por eliminación de algunos elementos de este y un refinamiento formal de los mismos.[25]Frente al cuento costumbrista que consiste en la narración de un proceso de acontecimientos en un orden temporal, el cuento literario se caracteriza por la narración de un suceso.[26]En contraste con la tensión distensión del artículo de costumbres y del cuento costumbrista, el cuento literario tiene una tensión única, según el Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga.[27]

Todos los elementos están interrelacionados en el cuento literario: personajes, tiempo, lugar y acción, y su funcionamiento es el estrictamente necesario a su objeto. La eficacia del cuento está precisamente en su sutil economía. Otro rasgo que lo distingue del artículo de costumbres y del cuento costumbrista, es que el móvil de la narración no es accidental o externo, sino que aparece en función de las exigencias que le impone el discurso narrativo.

No hay un alineamiento directo entre el artículo de costumbres y un cuento literario, en términos estructurales. Pero podemos decir que algunos textos de Larra, estarían acaballo entre el artículo de costumbres y el cuento literario, que ocupan ese espacio intermedio entre el uno y el otro, compartiendo algunos rasgos, es lo que hemos determinado llamar cuento costumbrista.[28]Este conserva unos rasgos mínimos de tipicidad del artículo de costumbres, en lo concerniente a ambientes y tipos que no dificultan su ficcionalidad. Hay un mayor interés por la narración, el personaje y sobretodo la temporalidad, que junto con el desarrollo de la figura del narrador, los elementos constitutivos del relato, que serán los que herede el cuento literario, eliminando los elementos que recibió del artículo de costumbres, que de haberlos conservado lastrarían y destruirían la narración breve, intensa y cargada de significado del cuento literario. Si el artículo de costumbres funciona por acumulación de elementos y por digresiones, el cuento costumbrista procede por la eliminación de digresiones y el cuento literario por depuración, para llegar a la máxima economía expresiva en la que nada falta ni sobra.[29]

 Como estamos viendo todo este proceso obedece a que los géneros literarios y en concreto el ensayo –al que podemos catalogar en el caso que nos ocupa de Archigénero didáctico- argumentativo[30]–, son como organismos vivos que se transforman o evolucionan. Todorov asegura que los géneros literarios nuevos surgen siempre de otros géneros ya existentes, lo que está haciendo –además de mostrar que de la literatura puede decirse lo mismo que decía Lavoissiere de la naturaleza en el siglo XVIII: que nada se crea ni se destruye, sino que todo se transforma– es justamente exorcizar “el demonio de las esencias universales y lógicas que están en la base de la poética tradicional”.[31]

Iuri Tynianov, en el “Hecho literario” nos comentará sobre este propósito:

 

Es imposible imaginarse el género como un sistema estático, porque la propia conciencia del género aparece como resultado del choque con el género tradicional, es decir, como consecuencia de la percibida sustitución, aunque parcial, del género tradicional por un género “nuevo”, que ocupa su lugar. El problema radica en  que el fenómeno nuevo sustituye al viejo, ocupa su lugar y, sin ser un desarrollo es al mismo tiempo sustituto. Si ninguna sustitución de este tipo tiene lugar, el género desaparece, se descompone.[32]

 

Para Hegel, un nuevo género nace y florece cuando su principio de estilización mimética coincide con la fase determinada en el desarrollo histórico de la humanidad[33]. Es decir se tienen que dar las condiciones ambientales –público, artistas, situación política– idóneas para esta instauración del nuevo género.

 

4. La ironía en Larra

 

Como hemos visto Larra es precursor de nuevos géneros literarios, o al menos sino, ha contribuido a la evolución de algunos géneros estancados en estructuras del siglo XVIII. Para ello ha utilizado la parodia y la ironía, como método natural de la evolución o regeneración del género. Así  Eikenbaum a este respecto dice:

 

En la evolución de cada género llega un momento en que después de haber sido utilizado con objetivos enteramente serios o “elevados”, degenera y adopta una forma cómica o paródica […]. Las condiciones locales o históricas crean, por supuesto, diferentes variaciones, pero el proceso conserva esta acción como ley evolutiva: la interpretación seria de una fabulación motivada cuidadosa y detalladamente, cede lugar a la ironía, a la broma, a la imitación; los vínculos que sirven para motivar la presencia de una escena se vuelven más débiles y perceptibles al ser puramente convencionales; el autor pasa al primer plano y destruye la ilusión de autenticidad y seriedad; la construcción del argumento se convierte en un juego que transforma la trama en adivinanza o en anécdota. Así se produce la regeneración del género: se hallan nuevas posibilidades y nuevas formas.[34]

 

 

Hablar de ironía en general y de ironía romántica en España en particular, requiere andar con tiento –hay autores que sostienen  que en España no existió la ironía romántica–. El término ironía es un término variable, un arma crítica que se aplica a diversos fenómenos literarios, el producto de las distintas interpretaciones dadas por las diferentes escuelas separadas en el tiempo y el espacio. Definir la ironía no puede ser pues otra cosa que describir la historia[35] y, a la inversa, trazar una historia supone acotar sus definiciones. La crítica literaria en su intento por de abarcarla suele perseguir su desarrollo desde los orígenes griegos hasta el presente, aislando momentos particularmente significativos.

Una historia ideal y un tanto simplificadora de la ironía distinguiría dos momentos fundamentales en la cristalización del concepto: de la Grecia clásica al siglo XVIII y desde el siglo XIX al presente. En el primero se perfila y concretiza la llamada ironía retórica, en el segundo, la ironía romántica.[36] Pero tenemos que tener claro que  no hay ruptura entre los dos periodos, sino que por el contrario se enriquecen y complementan. La ironía retórica se halla, aunque se niegue ocasionalmente, en la base de la romántica y esta, a su vez, aporta una profundidad desconocida algunos aspectos de aquella.

No cabe aquí ni siquiera sugerir los complejos problemas que plantea la ironía retórica en cuanto a su definición, clasificación, funcionamiento lingüístico o comportamiento social. Baste decir a modo de resumen histórico que, desde su aparición en algunos diálogos de Platón para designar la táctica argumentativa asignada a Sócrates –ironía socrática–, la palabra fue adquiriendo connotaciones más amplias gracias a los comentarios e intentos de ordenamiento realizados por filósofos, gramáticos y retóricos.[37]Hacia finales del Siglo XVIII, el concepto se halla bien delimitado y establecido como un mecanismo esencialmente retórico que contiene estos componentes:

 

a.       Como figura de lenguaje, consiste en engaño [en latín dissimulatio], esto es, un proceso verbal por el que se significa algo distinto a lo que se dice;

b.       Como tropo, implica cambio de sentido. Se asimila a la alegoría, de la que pasa a ser una clase.

Concepto muy popular en la Edad Media y el Renacimiento, aplicado a la interpretación de textos: lectura superficial frente a lectura profunda;

c.       Como estilo de vida y razonamiento, se encarna a Sócrates. Este posee la sabiduría bajo una apariencia tosca [imagen de Sileno] y argumenta fingiendo ignorancia para minar astutamente la seguridad del interlocutor;

d.       Como forma de ingenio, se acerca a la broma, al humor, a la simpatía o la sátira, Identificación frecuente en los siglos XVII y XVIII.

 

Conviene hacer hincapié en lo que todas estas variantes, salvo la última, tienen en común: la oposición entre la apariencia y la realidad. Porque es partiendo de aquí como Friedrich Schlegel iba asentar las bases para transformar un mecanismo retórico en algo transcendental, en un instrumento epistemológico y una técnica artística. Sus observaciones fundacionales sobre la ironía, contenidas en los “Fragmentos críticos” del Lyceum  y “Fragmentos” e “Ideas” en el Athenäum [publicados entre 1797 y 1800], El polémico ensayo “Sobre la incomprensibilidad” [1800], y el “Diálogo sobre la poesía”. Dieron origen a una serie de comentarios favorables y desfavorables que precisaron y añadieron profundidad al nuevo concepto.[38] La ironía se puso de moda dentro de ese contexto excepcional que representa la cultura alemana desde finales del siglo XVIII hasta bien mediados el XIX. Y desde ese entonces hasta el presente otros muchos han enriquecido lo que Schlegel bautizó como ironía romántica.

La ironía romántica aparece en un momento en que hay una crisis del viejo orden, sustentado en el clasicismo, la monarquía y la religión. Aparece justamente como resultado de unos nuevos valores que proclaman una ideología abierta, basada en la libertad individual, la pluralidad del universo y la problematicidad de la realidad. Su fundamento, con todas las matizaciones o limitaciones que sea preciso establecer, se halla en la dramática posición a que se vieron abocados algunos pensadores alemanes ante las tesis expuestas por Fichte en Wissenschaftsleher [1794].[39] De un lado, les seducía la prepotencia de un yo ilimitado, originador de la realidad y garante de la libertad; pero por otro lado, les perturbaba la negación de la existencia del no-yo con la inherente aniquilación de naturaleza e historia.[40] Fue Shelling  quien, en su System der Naturphilosophie [1798-1799], dio expresión a esfuerzos aislados de otros varios, entre ellos Friedrich Schlegel, para poder proclamar el poder de la naturaleza y su condición imperfecta, orgánica y evolutiva.

Leyendo, en efecto, los “Fragmentos” de Schlegel o su “Diálogo sobre poesía”, se descubren términos como paradoja, contradicción, ambigüedad, síntesis de antítesis, libertad del yo creador, combinación de contrarios, en relación con la ironía romántica, y otros como progresivo, universal, espejos múltiples, juego, parábasis, caos, en relación con la poesía del presente, en lo que cabe reconocer respuestas a los dos supuestos señalados más arriba. Sobre ese fondo, comentado y enriquecido, se ha elaborado la teoría de la ironía romántica en cuanto técnica artística e instrumento de análisis estético. [41]

Mediante la ironía, con su juego de seriedad y broma, verdad y mentira, de unión momentánea de contrarios, el artista refleja la naturaleza múltiple y contradictoria de la realidad. El autor, dueño en todo momento de su producto, puede juzgarlo, comentarlo, problematizarlo, o puede igualmente manipularlo, invirtiendo en él, destacando su condición de ficción y juego, estableciendo diferentes niveles de realidad, permitiendo finales abiertos. Con ello se rompe la llamada falacia artística, esto es, la idea de autonomía y autoexistencia de la creación, enfatizando en su total dependencia de la voluntad creadora. Se acaba de esta manera con la idea de obra cerrada, compacta, coherente con unas normas rígidas.

En España, la penetración paulatina de las ideas de August Schlegel desde las traducciones y comentarios de Böll de Faber en 1814[42]abrió el camino a nuevas orientaciones que poco apoco hicieron eco de las nuevas tendencias del juicio estético, algunas de las cuales ya implican la penetración de la ironía romántica: la relatividad de las reglas, la especificidad  nacional del arte, la justificación de géneros mixtos como el drama. Pero en nadie parce reflejarse el conocimiento directo y exacto de algo llamado ironía romántica. En este sentido, aunque no en otros, Friedrich Schlegel era un desconocido en España.

Si algún escritor encarna en el romanticismo español la ironía romántica en su vida y en su obra, ese es Mariano José de Larra. En su temprano “El café” [1828][43]establece ya algunos postulados inconfundibles de la misma, sin mencionarla, por supuesto: el escritor se define como un observador distanciado de su objeto. Lo ve, lo busca, lo examina; pero en todo momento se siente fuera de él, sin pertenecer, espectador y no actor. Ello permite la búsqueda sin compromisos de la verdad, aun a sabiendas que el resultado último es el desengaño. Este distanciamiento puede ser documentado a lo largo de casi todos sus artículos. En “El día de difuntos de 1836” [1836],[44]por ejemplo, Larra camina en la dirección opuesta a los otros, no hacia fuera, sino hacia dentro. Por eso puede ver desapasionadamente lo que ellos no ven: la ruina de España, su propia ruina.

La búsqueda de la verdad, por su parte, lleva a Larra a escoger entre sus imágenes favoritas para la caracterización de la existencia la del carnaval o la máscara. En “El mundo todo es máscaras” [1833],[45]el baile de disfraces proporciona ocasión al escritor para una reflexión filosófica sobre las varias caretas que adopta la gente en tanto que el fingido viaje con Asmodeo – héroe del El diablo cojuelo[46] por Madrid le descubre muchas mentiras. Todo es máscaras, concluye, el carnaval es una constante social, un estado permanente de ocultación e hipocresía, no un mecanismo liberador, como se supone. Esta duplicidad esencial de la vida en todas sus formas constituye el fondo de sus mejores ensayos. Por ejemplo en “La Nochebuena de 1836” [1836],[47]basado precisamente en la costumbre de las saturnales de permitir decir la verdad a un criado, contrasta amargamente apariencias y realidades: la fiesta de espiritualidad que debía ser la Noche Buena, con la pura orgía en que se ha convertido, el espíritu con la materia a través de la cual se expresa, la felicidad externa con el desasosiego íntimo.

 Lo que Larra descubre en definitiva es la maldad radical y las contradicciones del ser humano. En “La vida en Madrid” [1834][48]ofrece en esta dirección una visión que cualquier ironista romántico suscribiría como propia no solo por su contenido, sino por la asombrosa capacidad irónica que revela. Porque no es tanto la denuncia del sin sentido metafísico de la vida, de sus paradojas, de las incoherencias de la civilización y del aburrimiento de la sociedad madrileña, lo que importan, cuanto esa sutil sonrisa que van dejando al descubierto los absurdos de Dios y de los hombres, la inconsistencia de sus supuestos órdenes. Si la ironía nace en épocas de crisis, Larra representa en España la crisis general de valores de Occidente y la crisis especifica del país en su circunstancia político-social.

La ironía romántica ofrece a nuestro autor otras representaciones. No escasa importancia tiene el desdoblamiento del yo mediante una serie de pseudónimos, cada uno de los cuales lo identifica bajo una luz determinada a la vez que le permite observar la realidad bajo condiciones específicas. No es lo mismo ser Duende, o explorador curioso, que Pobrecito Hablador, o denunciante habilidoso de la censura, ni mucho menos Fígaro, dueño del oficio y consciente de una obligación histórica. Con alguna reserva, dada la larga tradición, podría entrar también en la técnica su predilección por la carta, género abierto y capaz de acoger las más diversas materias.

Pero, no hay duda, es la actitud de Larra ante el código lingüístico lo que lo sitúa más decididamente dentro de las preocupaciones de los ironistas románticos. En “Las palabras” [1834],[49]y “Cuasi” [1835],[50]denuncia la ambigüedad del signo lingüístico y su incapacidad para reflejar inequívocamente la realidad. Larra reduce el lenguaje a la condición humana: el hombre y la mujer son fundamentalmente palabras; pero no las usa para la función primaria que es la comunicación, sino que las manipula a su capricho. Todo esto es posible porque no existe un código inalterable, las palabras carecen de referido fijo e identificable, pueden significar las cosas más diversas, contribuyen a la ceremonia de la confusión. En otros términos, tras la palabra no hay otra referencialidad que la que asigna el sujeto o lo que es lo mismo, no hay un objeto.[51]Ello equivale a admitir la autorreferencialidad: ante el hombre, que es palabra, ante las palabras que emplea, se abre el vacío, un mundo modelado por su propia conciencia.

En Larra también encontramos la sátira –un “monólogo satírico” es la fórmula definidora que le ha aplicado José Luís Varela[52]– que, como el lenguaje poético de los grandes románticos, se significa en su propia recursividad y por tanto, se rescribe así misma al tiempo que el escritor viaja en búsqueda de su risa personal.

En esta búsqueda, creo que la palabra más pertinente es de sonrisa, en la medida que su aparición en el discurso de Larra implica la existencia de un complejo estado de ánimo en que se entremezclan la percepción inteligente, el distanciamiento, el desengaño y la auto-parodia; la ironía romántica en una palabra.

 

 

5. Conclusión

 

La genialidad de Larra, no consiste en la innovación, que también, sino en un genio expresivo, en la manipulación genial de la palabra, en su empeño suicida de pasar todo por la frontera de su temperamento personal, en su romántico autobiografismo. La agudeza de nuestro autor rebasa siempre lo meramente circunstancial, para incidir en la médula permanente, de aquí que su crítica siga siendo asombrosamente actual casi  dos siglos después de su publicación –ahí están las páginas de “Vuelva usted Mañana” [1833],[53]”En este país” [1833],[54]”¿Entre qué gente estamos?”[1834][55]etc. –. Larra es un hombre que supo poner el dedo en la llaga, y que no vaciló en ponerlo, a veces contra viento y marea. Larra es un romántico, dándole a este término su sentido más vulgar, es un desordenado. Un aparente desordenado, claro, un virtuoso del desorden, un compositor del desorden. Su escritura como tics, va como saltando de unas cosas a otras, pero conservando la importancia de todas mientras va tejiendo su artículo. Efectivamente Larra no quiere centrarse solamente en un tema. Larra,  Flânneur y pisaverde, ilustrado, quiere estar en todo y con todos al mismo tiempo, meter todo Madrid en un artículo, meter el mundo entero en Madrid.

De nuestro autor escribió Domingo Faustino Sarmiento:

 

El justamente llorado Larra no ha escrito un libro, como Cervantes; atento a las necesidades de su época, ha escrito artículos en los periódicos. Sabia mui bien que el diario es la voz que resuena siempre, la palabra viva i mordaz, el pregón alto i sonoro con que el escritor denuncia lo malo i resuelve incontinenti sobre cada problema, con facilidad i acierto convenientes. Sabio sin ostentación, profundo sin pedantismo i elocuente sin énfasis, Larra, arrojando diariamente sobre la sociedad los dardos de su sátira punzante, enérjica i correccional, irritado de corazón contra los males de la sociedad, riéndose de rabia i de vergüenza al contemplar su país aherrojado por las preocupaciones, cuyo peso no acierta a sacudir, aunque haya tenido valor suficiente para arrostra a los campos de batalla, en las breñas de los cerros i en la emboscada de los caminos, la rabiosa sed de sangre de los partidarios del despotismo; Larra, en fin, realizando el tipo de Fígaro, a quien hace decir Beaumarchais [creador de Fígaro, protagonista de la trilogía:  Barbero de Sevilla, Las Bodas de Fígaro y La madre culpable],[56]”fastidiado de mí mismo, disgustado de los otros, superior a los sucesos, elojiado por los unos, vituperado por los otros, aprovechando el buen tiempo, soportando el malo, burlándome de los tontos desafiando a los malvados… Usted me ve en fin…”Larra, por último presente en todas partes, vituperándolo todo, combatiendo los ministerios que se suceden, más por hacer que nazca la oposición i oponer trabas a los prestijios del poder a un pueblo acostumbrado al despotismo, que por verdadera malevolencia; arrojado su nombre a los enemigos como un guante de reto, cuando más irritado se muestra con su Fígaro; Larra, decimos, ha introducido en su país i creado un tiempo un jénero de literatura que, por todas partes se esfuerzan a imitar, i que hace de sus escritos un legado i un patrimonio para los pueblos que hablan la lengua castellana, a cuyas costumbres i necesidades se adaptan maravillosamente[sic].[57]

 

Como vemos, nuestro autor atravesó fronteras e incluso el Atlántico en muy corto espacio de tiempo, a pesar de su corta vida y por consiguiente corta carrera. En su vida trepidante todo lo hizo demasiado pronto y todo le llegó demasiado pronto. También como vemos cambiaba de periódico –algunos los fundó él– y de revistas muy a menudo, aunque tenemos que pensar que en todo el siglo XIX esto fue una constante, se fundaban y desaparecían publicaciones constantemente por diversos motivos, entre estos motivos los más comunes los ideológicos  y los económicos. En el terreno ideológico Larra tuvo que lidiar con la censura de la que salió bastante bien parado –según algunos expertos debido a ciertas circunstancias en las que ahora no entraremos.

Dice Sarmiento, que Larra crea un nuevo género, esto no es del todo cierto, lo que sí como hemos visto es una evolución de la manera de escribir artículos, un estilo más de lo que podemos encuadrar dentro de lo que sí es un género o mejor dicho archigéneroR, por el amplio abanico de estilos y formas que lo componen. Como hemos dicho más arriba, Larra cultiva este género del ensayo ampliamente, mezclando diferentes tipos, como el cuento, la autobiografía, las cartas –las que escribe por ejemplo a Andrés Niporesas y escritura confesional como escrituras del yo –con un punto de ficción, como a mi parecer tienen todas las llamadas escrituras del yo–. También utiliza, como hemos visto, la ironía y la sátira. Necesarias para la evolución de los géneros como nos recordaba Eikembaum, y que a nuestro parecer sirvieron para revolucionar el género discursivo de la primera mitad del siglo XIX en España.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6. Bibliografía

 

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[1] Citado por Carles Besa en: El ensayo en la teoría de los géneros, p. 107. Castilla. Estudios de Literatura, 5 (2014). Universidad de Valladolid.

[2] Ibídem, p. 107.

[3] Käte Hamburger (1957). La lógica de la literatura. Madrid: Visor, 1995. Citada por Bernat Padró (2020) L’assaig com gènere literari. 1a part.

[4] Carles Besa en: El ensayo en la teoría de los géneros, óp. cit. p. 107.

[5] Enrique Lynch (1990). El merodeador. Tentativas sobre filosofía y literatura, p. 15. Barcelona: Anagrama. Citado por Carles Besa en: El ensayo en la teoría de los géneros, óp. cit. p.111.

[6] Vide: Prólogo a la Obra Antología Fugaz de Mariano José de Larra (1984), escrito por Francisco Umbral (abril de 1979) pp. 20-21. La selección de los artículos también los ha hecho Umbral. Madrid: Club Internacional del Libro S.A.

[7] José María Pozuelo Yvancos, (2007). Desafíos de la teoría, Literatura y Géneros, p. 242. Mérida, Venezuela: Ediciones El otro el mismo.

[8] G. Lukács citado por Paul Henardi, (1978) en Teoría de los géneros literarios, p. 101. Barcelona: A. Bosch, Casa Editorial, S.A.

[9] Victor-Joseph Étienne, llamado Étienne de Jouy (1764-1846) Dramaturgo, libretista, periodista y escritor costumbrista Francés. Vide: https://es.wikipedia.org/wiki/Étienne_de_Jouy

[10] Mariano José de Larra, (1982) Artículos. Casarse pronto y mal, pp. 62-63. Barcelona: Editorial Planeta, S.A. Edición, introducción y notas de Carlos Seco Serrano. Artículo publicado en El Pobrecito Hablador con el pseudónimo Bachiller, el 30 de noviembre de 1832.

[11] Vide: Prólogo a la Obra Antología Fugaz de Mariano José de Larra (1984), escrito por Francisco Umbral (abril de 1979) óp. cit. p. 16. También  Mariano José de Larra (1986). Artículos de costumbres, p. 15. Madrid: Club Internacional  del Libro, S.A. Introducción de Ramón Esquer Torres.

[12] Pisaverde: hombre presumido y afeminado, que no se le conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos (RAE). El dandy español.

[13] Vide: Prólogo a la Obra Antología Fugaz de Mariano José de Larra (1984), escrito por Francisco Umbral (abril de 1979) óp. cit. p.12.

[14] Calavera: hombre disipado, juerguista e irresponsable (RAE)

[15] Mariano José de Larra, (1836). La Nochebuena de 1836. Vide: Mariano José de Larra, (1982) Artículos, óp. cit. p. 571.

[16] Mariano José de Larra, (1982) Artículos, óp. cit. El Café, p. 8.

[17] Nicolás Hernández jr. (1991) La teoría de los géneros en el ensayo de Larra, pp. 105-117 Dentro de EstudiosAlfonsinos y otros escritos. New York: National Endowment for the Humanities. National Hispanic Foundation for the Humanities.

[18] Mariano José de Larra, El Español, 18 de enero de 1836.

[19] Magdalena Aguinaga. El cuento costumbrista como género de transición entre el artículo de costumbres y el cuento literario. www.cervantesvirtual.com, p.2

[20] Vide: Ibídem, p. 2

[21] Ibídem, p. 3.

[22] Ibídem, p. 5.

[23] Vide: Wolfgang Iser, (1987). El proceso de lectura: enfoque fenomenológico, pp. 215-243. En Estética de la recepción. Madrid: Arco. José A. Mayoral (comp.)

[24] Magdalena Aguinaga. El cuento costumbrista como género de transición entre el artículo de costumbres y el cuento literario, óp. cit. p. 8.

[25] Ibídem. P. 9.

[26] R. Barthes, (1983). Estructura del suceso, pp.225-237. Ensayos críticos. Barcelona: Seix-Barral.

[27] H. Quiroga, (1970). Obras inéditas y desconocidas. Montevideo: Arca

[28] Magdalena Aguinaga. El cuento costumbrista como género de transición entre el artículo de costumbres y el cuento literario, óp. cit. p. 9.

[29] Ibídem, p.10.

[30] Vide: G. Genett. Generos, “tipos”, modos, pp. 228-229. Documentación extraída de los materiales de la asignatura Lògica dels Gèneres Literaris. Ver también B. Padró Nieto, (2020) L’assaig com a gènere literari, 3a part. pp. 1-8.

[31] Vide: David Viñas Piquer, (2015). Los géneros literarios, p. 294. Dentro de Teoría literaria y literatura comparada. Barcelona: Editorial Planeta, S.A.

[32] Iuri Tynianov, El hecho literario, p. 208. Dentro de: Emil Volek, Antología del Formalismo ruso y grupo de Bajtin. Documentación extraída de los materiales de la asignatura Lògica dels Gèneres Literaris.

[33] Citado por Paul Henardi, (1978) en Teoría de los géneros literarios, óp. cit. p.102.

[34] B. M. Eikenbaum, (1970). Sobre la teoría de la prosa, p.156. Dentro de Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Buenos Aires: Signos.

[35] Ricardo Navas Ruiz. El modo irónico y la literatura romántica española.  www.cervantesvirtual.com, p. 2

[36] Ibídem, p.3

[37] Ibídem, p.3

[38] Vide: Robert Caner-Liese, (2018). El primer Romanticisme alemany. Friedrich Schlegel i Novalis, pp.133-146. Barcelona; Edicions de la Universitat de Barcelona.

[39] Ibídem, p. 139.

[40] Ibídem, p. 35.

[41] Vide: Ricardo Navas Ruiz. El modo irónico y la literatura romántica española, óp. cit. p. 4

[42] Vide: Ibídem, p. 6.

[43] El Duende Satírico del Día, 26 de febrero de 1828.

[44] El Español, 2 de noviembre de 1836. Fígaro.

[45] El Pobrecito Hablador, 4 de marzo de 1833. El Bachiller.

[46] Obra popular de Luis Vélez de Guevara publicada en 1641. Vide: https://es.wikipedia.org/wiki/El_Diablo_Cojuelo

[47] El Redactor General, 26 de diciembre de 1836.

[48] El Observador, 12 de diciembre de 1834.

[49] La Revista Española, 8 de mayo de 1834.

[50] Revista Mensajero, 9 de agosto de 1835.

[51] Vide: Ricardo Navas Ruiz. El modo irónico y la literatura romántica española, óp. cit. p. 8.

[52] Vide: J. L. Varela, (1983) Larra  y España, pp. 99-143. Madrid: Espasa-Calpe.

[53] El Pobrecito Hablador, 14 de enero de 1833. El Bachiller.

[54] La Revista Española, 30 de abril de 1833.

[55] El Observador, 1 de noviembre de 1834.

[56] Apunte mío. Vide: https://ca.wikipedia.org/wiki/Pierre-Augustin_Caron_de_Beaumarchais

[57] D. F. Sarmiento, (1841). Las obras de Larra. Dentro de: Mercurio, 31 de agosto de 1841[pág.3 de la copia] Vide: www.cervantesvirtual.com