Jean
Baudrillard: Cultura y simulacro.
(2016). [1978] Barcelona. Edit. Kairós. Traducción: Antoni Vicens y Pedro
Rovira.
En
su obra Cultura y simulacro, nos
presenta una “realidad” diferida, que ya no existe socialmente, que no es
realidad, sino un simulacro de esta, es decir fingir lo real. Este simulacro de
lo real es lo que él llama hiperrealidad.
Hay que diferenciar entre disimular que
es fingir no tener lo que se tiene y simular
que es fingir tener lo que no se tiene, lo uno remite a una presencia
(disimular), lo otro a una ausencia (simular). Claro que simular no es fingir,
pues fingir deja, al igual que disimular, intacto el principio de realidad, con
la que tiene una diferencia clara, pero enmascarada. La simulación cuestiona la
diferencia de lo “verdadero” y lo “falso” de lo “real” y lo “imaginario” (pág.
14).
La
sociedad actual capitalista, podríamos decir que es una sociedad decadente,
donde la “La sociedad del espectáculo” como la llamó Guy Debor, ha triunfado.
Baudrillard dice que en el mundo postmoderno no hay realidad, sino simulacro.
Los Mass media crean su propia
realidad, una realidad “mejorada” o acondicionada para servir de
entretenimiento, de espectáculo para el público que se sitúa delante de los
televisores prácticamente sin ninguna actitud crítica, a no cuestionar la
información ni el mensaje que les llega. Este mensaje que emana del poder
capitalista sirve para introducir la idea de que el consumo exagerado es
beneficioso y necesario para alcanzar la felicidad, pero esto no crea más que
sociedades insatisfechas de no poder ser como los personajes de sus series
televisivas (guapos, con cuerpos perfectos, sonrisas Profiden y casas de ensueño) con los cuales se identifican. Esta
estrategia publicitaria, narcotizante del público, consiste en bombardear con
imágenes que impiden pensar en lo real, ofreciendo ese mundo hiperreal, ese
glamur de la publicidad, espejo que nos devuelve nuestra imagen deformada,
donde la moda acorta la vida de los objetos y crea clientes descontentos,
porque los objetos que los rodea: ropa, electrodomésticos, etc. están pasados
de moda. Moda que insiste en que hay que parecer más joven, tener más pelo, estar
más moreno para alcanzar el éxito. Un mundo donde “la metafísica entera
desaparece” (pág.10), donde un mundo hecho por encargo, que puede ser
reproducido infinitamente, que no posee ninguna entidad racional, ya que no se
pone a prueba en proceso alguno, lo ideal o lo negativo de este mundo (pág.11).
Ya Walter Benjamin en su ensayo La obra
de arte en la época de su reproducción mecánica nos advertía de esta
estrategia de influencia sobre la sociedad por parte del capitalismo en el
cine, al ser un arte de consumo de masas:
El culto a las “estrellas”, fomentado por
el capitalismo de los productores de películas, conserva esa magia de la personalidad que, desde hace tiempo, no
es más que el encanto marchito de
su carácter mercantil.[1]
Hoy
en día podemos decir que esta labor divulgadora de los intereses mercantiles lo
hace la televisión. La televisión “heroína ideal del American Way ot life, es escogida, como en los sacrificios
antiguos, para ser exaltada y morir entre las llamas del médium. Pues el fuego
del cielo ya no cae sobre las ciudades corrompidas, ahora es el objetivo el que
recorta como un láser la realidad viva para matarla” (pág. 59-60). Cada vez las
televisiones tienen cada vez más definición, “la alta definición” de la imagen,
es decir, la perfección inútil de la imagen, donde a fuerza de ser real, a
fuerza de emitir en tiempo real imágenes definidas al detalle, de colores
hiperreales, hace que el poder de la ilusión y la imaginación vaya
desapareciendo de esta sociedad postmoderna, consumista, hipotecada y atrapada
en los créditos al consumo, de casas estandarizadas y coches cada vez más lujosos
y con más funciones que nada tienen que ver con la conducción, coche símbolo de
poder fálico y refugio narcisista. Coches que las empresas transnacionales
hermanadas con la moda hacen obsoletos en poco tiempo. Empresas multinacionales
que fomentan gracias a la política capitalista neoliberal, una cultura de consumo
y derroche.
Esta
sociedad del simulacro que pretende tener más libertad, más democracia y más
igualdad entre sus ciudadanos, desde unos principios neoliberales, es una
sociedad controlada por el poder a modo de panóptico foucaultniano, haciendo que nos hagamos un autocontrol, una
autovigilancia. Pero el poder también funciona a modo de Big Brother, con cajeros con cámaras, calles con cámaras, semáforos
con cámaras y satélites por doquier. También el poder en este mundo hiperreal
nos quiere hacer sentir poderosos, que estamos por encima de los demás porque
podemos espiarlos sin que nos vean y para ello nos muestra programas
televisivos donde vemos: gente encerrada en una casa durante semanas con
cámaras que les observan durante las 24 horas,
dos o tres personas desnudas en una isla paradisiaca que van a buscar
pareja, o el turno de noche de las urgencias médicas de un hospital, o el control
de la aduna por la policía. Esta idiotización de la sociedad es lo que busca el
poder para eliminar la crítica y limitar “la cultura”.
La
cultura del simulacro es una operación de disuasión de todo proceso real (pág.11),
al igual que en las centrales nucleares el verdadero peligro, “no es la
inseguridad, la polución o la explosión, sino el sistema de seguridad máxima
que bulle entorno a ellas” (págs. 83-84), qué importa lo nuclear, lo que
importa es la oleada de control y disuasión que va ganando terreno. El modelo
de control y seguridad de la central nuclear, es un modelo de seguridad
absoluta, transportable a la sociedad, un modelo de disuasión idéntico al de
las potencias atómicas, modelo que rige la coexistencia pacífica de la
simulación del peligro atómico (pág.84). ¡Acatas la ley o el peso de ella caerá
sobre ti! El suspense nuclear no hace
más que sellar el sistema banalizado de disuasión que se encuentra en el centro
de los Mass media, en el centro de la
violencia que campea por doquier en el mundo. Lo que no conocemos, lo que
podría ser, es lo que hace de la simulación del arsenal atómico una forma
hiperreal, un simulacro que nos domina a todos y que reduce cualquier evento a
un episodio efímero (pág. 65)
Este
espacio de disuasión que está articulado sobre la ideología de la visibilidad,
se tiene que mostrar, tiene que ser visto, un espacio de consenso y contacto
entre individuos, sancionado por el chantaje a la seguridad, es el espacio de
todas las relaciones sociales (pág.85). Necesitamos ser para otros, la mirada
del otro nos constituye y nos convierte en espectáculo.
Esta
sociedad del progreso capitalista, del crecimiento, donde la riqueza debería
repartirse entre todos para producir más bien estar, lo único que produce es
más desequilibrio, más codicia y más corrupción en los políticos neoliberales.
El socialismo campeón del valor de uso de lo social, cree que lo social puede
ser gestionado colectivamente, lo cual a pesar de toda esperanza socialista algo
insensato, lo social fabrica la distinción entre bien y mal para todo orden de
lo cotidiano. Desde las primeras
“sociedades de la abundancia” descritas por Marsall Sahlins, en las que siempre
hubo desequilibrio de clases, hubo una “rareza” del mal reparto. Los
socialistas quieren abolir esta rareza, repartiendo esta riqueza. Pero lo
social a muerto, ha sido liquidado, todo funciona inversamente a lo que Marx soñaba.
Él soñaba con una simbiosis de lo económico y lo social. El mal uso de la
riqueza es lo que salva la sociedad. El socialismo no puede hacer nada. Lo
social muere en el espacio de la
simulación (pág. 186-187). Se destinan migajas de la riqueza producida, para
simular una política social, donde las clases subalternas (y digo subalternas
porque el proletariado a muerto), crean que realmente reciben atención por
parte de los gobiernos, todo es un simulacro, todo es nada comparado con lo que
se gastan los gobiernos en armamento militar.
La hiperrealidad que vivimos, este mundo
capitalista nos soborna con pequeños regalos para que no veamos el hambre en el
Tercer Mundo o la explotación de mano de obra infantil (la misma expresión mano
de obra cosifica a los individuos, convirtiéndolos en mercancía y como tal
valorándola económicamente). El capitalismo formado por las empresas
transnacionales, que controlan los Mass
media y los gobiernos, nos hacen vivir la realidad que ellos quieren, una
hiperrealidad que les permite controlar nuestros gustos: ya sean alimenticios,
culturales (que libro leer, que película ver, etc.), nuestra manera de vestir (
modas que sustituyen otras modas) y nuestras relaciones sociales y sexuales. Es
cierto que parece que tengamos en todas estas cuestiones y otras el “libre albedrío”
de escoger, pero cuando nos salimos de estas normas sabemos que transgredimos
“lo normal” y eso condiciona nuestro comportamiento.
[1] Benjamin W.
(2017) [1939]. La obra de arte en la
época de su reproducción mecánica. Madrid. Edit. Casimiro, trad. Wolfgang
Erger. p. 36.