domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Qué es el Postmodernidad para Jean Braudillar?




Jean Baudrillard: Cultura y simulacro. (2016). [1978] Barcelona. Edit. Kairós. Traducción: Antoni Vicens y Pedro Rovira.


En su obra Cultura y simulacro, nos presenta una “realidad” diferida, que ya no existe socialmente, que no es realidad, sino un simulacro de esta, es decir fingir lo real. Este simulacro de lo real es lo que él llama hiperrealidad.
 Hay que diferenciar entre disimular que es  fingir no tener lo que se tiene y simular que es fingir tener lo que no se tiene, lo uno remite a una presencia (disimular), lo otro a una ausencia (simular). Claro que simular no es fingir, pues fingir deja, al igual que disimular, intacto el principio de realidad, con la que tiene una diferencia clara, pero enmascarada. La simulación cuestiona la diferencia de lo “verdadero” y lo “falso” de lo “real” y lo “imaginario” (pág. 14).
La sociedad actual capitalista, podríamos decir que es una sociedad decadente, donde la “La sociedad del espectáculo” como la llamó Guy Debor, ha triunfado. Baudrillard dice que en el mundo postmoderno no hay realidad, sino simulacro. Los Mass media crean su propia realidad, una realidad “mejorada” o acondicionada para servir de entretenimiento, de espectáculo para el público que se sitúa delante de los televisores prácticamente sin ninguna actitud crítica, a no cuestionar la información ni el mensaje que les llega. Este mensaje que emana del poder capitalista sirve para introducir la idea de que el consumo exagerado es beneficioso y necesario para alcanzar la felicidad, pero esto no crea más que sociedades insatisfechas de no poder ser como los personajes de sus series televisivas (guapos, con cuerpos perfectos, sonrisas Profiden y casas de ensueño) con los cuales se identifican. Esta estrategia publicitaria, narcotizante del público, consiste en bombardear con imágenes que impiden pensar en lo real, ofreciendo ese mundo hiperreal, ese glamur de la publicidad, espejo que nos devuelve nuestra imagen deformada, donde la moda acorta la vida de los objetos y crea clientes descontentos, porque los objetos que los rodea: ropa, electrodomésticos, etc. están pasados de moda. Moda que insiste en que hay que parecer más joven, tener más pelo, estar más moreno para alcanzar el éxito. Un mundo donde “la metafísica entera desaparece” (pág.10), donde un mundo hecho por encargo, que puede ser reproducido infinitamente, que no posee ninguna entidad racional, ya que no se pone a prueba en proceso alguno, lo ideal o lo negativo de este mundo (pág.11). Ya Walter Benjamin en su ensayo La obra de arte en la época de su reproducción mecánica nos advertía de esta estrategia de influencia sobre la sociedad por parte del capitalismo en el cine, al ser un arte de consumo de masas:
       El culto a las “estrellas”, fomentado por el capitalismo de los productores de películas,      conserva esa magia de la personalidad que, desde hace tiempo, no es más que el encanto          marchito de su carácter mercantil.[1]

Hoy en día podemos decir que esta labor divulgadora de los intereses mercantiles lo hace la televisión. La televisión “heroína ideal del American Way ot life, es escogida, como en los sacrificios antiguos, para ser exaltada y morir entre las llamas del médium. Pues el fuego del cielo ya no cae sobre las ciudades corrompidas, ahora es el objetivo el que recorta como un láser la realidad viva para matarla” (pág. 59-60). Cada vez las televisiones tienen cada vez más definición, “la alta definición” de la imagen, es decir, la perfección inútil de la imagen, donde a fuerza de ser real, a fuerza de emitir en tiempo real imágenes definidas al detalle, de colores hiperreales, hace que el poder de la ilusión y la imaginación vaya desapareciendo de esta sociedad  postmoderna, consumista, hipotecada y atrapada en los créditos al consumo, de casas estandarizadas y coches cada vez más lujosos y con más funciones que nada tienen que ver con la conducción, coche símbolo de poder fálico y refugio narcisista. Coches que las empresas transnacionales hermanadas con la moda hacen obsoletos en poco tiempo. Empresas multinacionales que fomentan gracias a la política capitalista neoliberal, una cultura de consumo y derroche.
Esta sociedad del simulacro que pretende tener más libertad, más democracia y más igualdad entre sus ciudadanos, desde unos principios neoliberales, es una sociedad controlada por el poder a modo de panóptico foucaultniano,  haciendo que nos hagamos un autocontrol, una autovigilancia. Pero el poder también funciona a modo de Big Brother, con cajeros con cámaras, calles con cámaras, semáforos con cámaras y satélites por doquier. También el poder en este mundo hiperreal nos quiere hacer sentir poderosos, que estamos por encima de los demás porque podemos espiarlos sin que nos vean y para ello nos muestra programas televisivos donde vemos: gente encerrada en una casa durante semanas con cámaras que les observan durante las 24 horas,  dos o tres personas desnudas en una isla paradisiaca que van a buscar pareja, o el turno de noche de las urgencias médicas de un hospital, o el control de la aduna por la policía. Esta idiotización de la sociedad es lo que busca el poder para eliminar la crítica y limitar  “la cultura”.
La cultura del simulacro es una operación de disuasión de todo proceso real (pág.11), al igual que en las centrales nucleares el verdadero peligro, “no es la inseguridad, la polución o la explosión, sino el sistema de seguridad máxima que bulle entorno a ellas” (págs. 83-84), qué importa lo nuclear, lo que importa es la oleada de control y disuasión que va ganando terreno. El modelo de control y seguridad de la central nuclear, es un modelo de seguridad absoluta, transportable a la sociedad, un modelo de disuasión idéntico al de las potencias atómicas, modelo que rige la coexistencia pacífica de la simulación del peligro atómico (pág.84). ¡Acatas la ley o el peso de ella caerá sobre ti!  El suspense nuclear no hace más que sellar el sistema banalizado de disuasión que se encuentra en el centro de los Mass media, en el centro de la violencia que campea por doquier en el mundo. Lo que no conocemos, lo que podría ser, es lo que hace de la simulación del arsenal atómico una forma hiperreal, un simulacro que nos domina a todos y que reduce cualquier evento a un episodio efímero (pág.  65)
Este espacio de disuasión que está articulado sobre la ideología de la visibilidad, se tiene que mostrar, tiene que ser visto, un espacio de consenso y contacto entre individuos, sancionado por el chantaje a la seguridad, es el espacio de todas las relaciones sociales (pág.85). Necesitamos ser para otros, la mirada del otro nos constituye y nos convierte en espectáculo.
Esta sociedad del progreso capitalista, del crecimiento, donde la riqueza debería repartirse entre todos para producir más bien estar, lo único que produce es más desequilibrio, más codicia y más corrupción en los políticos neoliberales. El socialismo campeón del valor de uso de lo social, cree que lo social puede ser gestionado colectivamente, lo cual a pesar de toda esperanza socialista algo insensato, lo social fabrica la distinción entre bien y mal para todo orden de lo cotidiano. Desde  las primeras “sociedades de la abundancia” descritas por Marsall Sahlins, en las que siempre hubo desequilibrio de clases, hubo una “rareza” del mal reparto. Los socialistas quieren abolir esta rareza, repartiendo esta riqueza. Pero lo social a muerto, ha sido liquidado, todo funciona inversamente a lo que Marx soñaba. Él soñaba con una simbiosis de lo económico y lo social. El mal uso de la riqueza es lo que salva la sociedad. El socialismo no puede hacer nada. Lo social muere  en el espacio de la simulación (pág. 186-187). Se destinan migajas de la riqueza producida, para simular una política social, donde las clases subalternas (y digo subalternas porque el proletariado a muerto), crean que realmente reciben atención por parte de los gobiernos, todo es un simulacro, todo es nada comparado con lo que se gastan los gobiernos en armamento militar.
 La hiperrealidad que vivimos, este mundo capitalista nos soborna con pequeños regalos para que no veamos el hambre en el Tercer Mundo o la explotación de mano de obra infantil (la misma expresión mano de obra cosifica a los individuos, convirtiéndolos en mercancía y como tal valorándola económicamente). El capitalismo formado por las empresas transnacionales, que controlan los Mass media y los gobiernos, nos hacen vivir la realidad que ellos quieren, una hiperrealidad que les permite controlar nuestros gustos: ya sean alimenticios, culturales (que libro leer, que película ver, etc.), nuestra manera de vestir ( modas que sustituyen otras modas) y nuestras relaciones sociales y sexuales. Es cierto que parece que tengamos en todas estas cuestiones y otras el “libre albedrío” de escoger, pero cuando nos salimos de estas normas sabemos que transgredimos “lo normal” y eso condiciona nuestro comportamiento.













[1] Benjamin W. (2017) [1939]. La obra de arte en la época de su reproducción mecánica. Madrid. Edit. Casimiro, trad. Wolfgang Erger. p. 36.