jueves, 17 de septiembre de 2015

Ecos de un verano



Voy ha publicar un cuento por capítulos aquí para todo el mundo, es pero que os guste.



Aquel domingo de verano estaba sentado en la terraza del bar Plata, con mi amigo Juan, acabábamos de salir del cine de ver una de esas películas del oeste donde el protagonista era más rápido que nadie desenfundando el revólver y tiene un romance con una chica preciosa que trabaja en el saloon, pero su amor es imposible, él es un alma libre y no se quiere atar a ningún lugar y ella es una desheredada de la vida.
Estábamos allí y la vi pasar junto a otras dos amigas, fije mis ojos en su cuerpo, en su contoneo, ella se dio cuenta y me lanzó una mirada cortante, yo disimulé y miré a Juan­ – le comenté – la conoces­ – me miró con cara extrañado y me dijo –¿a quién?
A la morena tan guapa que acaba de pasar – advertí.
¡Ah! sí, es Marta, la amiga de mi hermana, pero todo lo que tiene de guapa lo tiene de tonta. Por qué dices que es tonta – pregunté – es muy infantil y no quiere “rollo” – me contestó haciendo una mueca.
Dejamos la conversación aquí y empecemos hablar de fútbol, del Madrid, del Barça, pero yo no podía quitarme de mis pensamientos aquellos ojos claros, grandes y su melena al viento, el contoneo de sus caderas. Imaginaba la textura de su piel, sería suave, carnes apretadas… No atendía a nada que me decía Juan, contestaba con monosílabos o vagamente, pues mi mente volaba tras ella.
Pasó más de tres semanas hasta que volví a verla, ella no me vio, la seguí a escondidas por las calles. No sabía cómo iba a conseguir hablar con ella, qué le iba a decir. Me di cuenta que me había enamorado perdidamente. Yo tenía diecisiete años y nunca había sentido algo igual.
Recordé que mi amigo me comentó que era amiga de su hermana y urgí un plan para poder acercarme a ella, organizaríamos una fiesta en casa de Juan e invitaríamos a algunos amigos, a su hermana y sus amigas. Pondríamos música en el tocadiscos, yo tenía discos de Bonny M, de Beatles, Mecano, en casa de mi amigo habían discos románticos como Miguel Bose y un sinfín de italianos que cantaban en español.
Mi idea era: cuando llevásemos un rato escuchando música y el ambiente fuera distendido, atacar con música romántica y pedirle a ella para bailar lento.
Cuando llegó el día estaba tan nervioso que ni dormí ni apenas comí. En la fiesta, Juan me decía “que no te comerás un rosco, hazme caso”. Cuando llegaron los lentos, trague saliva, sentí una sensación como de vacío en el estómago, me fui a buscarla y le pedí para bailar, para sorpresa mía me dijo que sí. Sentí una sensación como de cosquilleo que me corrió por todo el cuerpo, una alegría desmesurada, tanto que tuve que contenerme para no empezar a reírme como un loco.
Salimos a bailar y me presenté – me llamo Gonzalo, tu eres Marta ¿verdad? – ¿cómo lo sabes? – Me contestó – he preguntado a mis amigos si te conocían. ¿Por qué? – Me preguntó.

 Es que desde que te vi el otro día en frente del cine no puedo dejar de pensar en ti – respondí –. Eres un descarado y no veas como me mirabas, parecías un sapo con los ojos saltones.
No me sentí ofendido, le dije: “que era tan guapa, que tenía los ojos tan bonitos que no podía apartarla de mi mente”. Exagerado – me dijo – pero sonrió. La apreté más contra mí y su respiración se volvió más profunda y mis manos torpes bajaron a buscar por un instante sus glúteos para volver en seguida a su cintura… la besé y ella no huyó el beso. Fue una sensación extraña, maravillosa. La música después de varios bailes se acabó, nos fuimos a sentar en el sofá, hablemos unos minutos y decidí a acompañarla a su casa. Por el camino nos besábamos y nos reíamos de tonterías que decíamos el uno y el otro. Cuando lleguemos a trecientos metros de su casa nos despedimos – para que no nos viera nadie de su familia –, con un gran beso. Quedamos en vernos tres días más tarde, porque ella tenía que ir a ver una tía suya a Zaragoza con sus padres.
Cuando regresó me llamó por teléfono estuvimos tres cuartos de hora hablando de lo mucho que nos habíamos echado en falta, de las ganas de estar juntos. Quedamos en vernos a las seis de la tarde en la plaza del pueblo – un lugar alejado del barrio donde vivía ella, pues no quería que se enterara su madre –. La vi entrar por uno de los callejones de la plaza, estaba radiante, venía con un vestido blanco de falda con vuelo a media pierna, llevaba un poco de maquillaje que la hacía parecer mayor, me sonrió un cuando llegó a mi altura nos besamos tímidamente en los labios.

 - ¿Cómo estás? – Me preguntó. 
 - Bien, muy bien – le dije y añadí – “Estas guapísima, cómo es posible que no me fijase en ti antes, ¿dónde estabas? ¿Quién te tenía secuestrada?”
- No me escondía eras tú el que no me veías – me contestó.
- Porqué voy al mismo instituto que tú desde hace un año y yo a ti  te he visto jugar a fútbol sala en el “insti” e incluso una vez fui a tu casa, hace un año, con unas amigas a buscar a tu hermana Sonia. 

- No me acuerdo, lo siento… ¿Eres amiga de mi hermana? – Le pregunté.
- Bueno… tanto como amiga no diría yo, conocida más bien. Después de unos cuantos reproches, la besé y dimos por zanjado el tema.
Salimos a pasear cogidos de la mano, yo tenía una sensación extraña como de angustia y alegría a la vez. No hacía más que mirarla sus gestos me parecían tan bonitos, tan graciosos, que empecé a sentir que no podía haber nada mejor que Marta en el mundo, ¡era tan perfecta! Nunca había soñado con una chica ideal, pero si la había sin duda era ella.
Fuimos a la bolera a jugar unas partidas de bolos, yo quería aprovechar que sabía jugar bastante para pavonearme y mostrar mi masculinidad y la verdad es que no fue una tarde afortunada, no hice ningún “stryke”, fallé una infinidad, no hacía más de siete u ocho puntos por tirada… ya digo un desastre.
Al rato de estar en la bolera llegaron algunos amigos, entre ellos Juan que me comentó: “que ya ha habido algo”. No seas bestia – le conteste.

Cuando llegaron sus amigas se besaron con ella en la mejillas para saludarse. Luego empezaron a reír sin aparente motivo y a dar saltitos a coro. A mí me pareció un poco infantil, pero a la vez sentí un poco de celos – la quería sólo para mí.
Pasamos un par de horas en la bolera, hablando de planes para el verano que comenzaba: cine playa, excursiones, bañarnos en alguna poza del río y hacer alguna merendola en el campo.
Algunos de los chicos marcharon. Cuando Marta y yo decidimos marcharnos, nadie dijo de acompañarnos, imagino que sería para dejarnos solos.
De regreso a su casa dimos un rodeo y pasamos por un parque poco iluminado, no sentamos en un banco de madera, puse mi brazo por encima de su hombro, ella puso sus piernas sobre las mías, acerque mi boca a su boca, su pecho ascendía y descendía lentamente, su respiración se volvió profunda, como si le costara coger aire.
La besé y mi mano izquierda se posó sobre su muslo, no me atreví a buscar más arriba y me fui con mi mano a su vientre de ahí a su pecho derecho, me apartó la mano, la bajé de nuevo a su vientre.
Pasé a besarle el cuello y decirle en el oído que la amaba, le besé los labios y mi mano buscó de nuevo sus pechos, esta vez no opuso resistencia, los acaricie suavemente, se notaban la juventud en ellos. No estuve mucho tiempo, aparte mi mano, le di un beso intenso en su boca que se entre abrió.
Sentía un calor que me subía desde mis entrañas, poniéndome la cara y las orejas rojas como un tomate maduro.
Decidimos marcharnos, cuando estábamos cerca de su casa, nos despedimos y quedemos en vernos al día siguiente para ir al cine.
Quedamos en la puerta, también vinieron otros amigos entre ellos Juan y mi hermana Sonia.
Mi hermana tenía dos años menos que yo igual que Marta. Ella se sentía atraída por Juan, también Juan por mi hermana aunque lo intentaba disimular y no me comentaba nada por respeto a nuestra amistad.
Entremos en el cine hacían “Ecos de un verano”, con Jodie Foster y Richard Harris. Jodie Foster interpretaba una niña con un cáncer terminal y Richard Harris hacía de padre de la niña.
Una película muy dramática y lacrimógena, aunque yo no me enteré de mucho.
Marta esteba radiante, no podía apartar mis ojos de ella, pensaba que como era posible que no me enterase de su existencia, como se me había pasado por alto, hasta que la vi el día del Plata. Dentro del cine nos sentemos en el lugar más oscuro del cine, en un rincón en la parte de atrás.
Cuando empezó la película le puse mi mano en su muslo, ella no la apartó, la dejé durante un par de minutos y luego busqué su mano y se la cogí, me miró y le di un beso, acerqué mi boca a su oreja y le dije bajito: “te quiero”, ella – me contestó – yo a ti también. Nos besamos en un largo beso con nuestras bocas entre abiertas, pasionalmente.
Por otro lado, Juan pasó por alto el respeto hacia mí y decidió acometer a mi hermana y a ella no parecía que le molestara mucho, estaban besándose, me alegre por los dos. Yo había tenido mis diferencias con mi hermana en el pasado – imagino que como todos los hermanos que tienen una hermana menor, que creen que es repelente, solo por el hecho de ser niña –, aunque ahora tengo una gran amistad con ella y la quiero muchísimo.
Marta puso su cabeza en mi hombro, buscaba mi complicidad, yo me sentía un superhombre, con aquella preciosidad buscando mi protección bajo mi ala, como un cachorrito perdido – el perdido era yo, que estaba calado hasta los huesos por ella.
Después de una hora y media de película – de la cual no me enteré mucho, por estar más pendiente de Marta y de mis pensamientos –, salimos a tomar algo en una terraza. Juan iba de la mano con mi hermana, los dos parecían acalorados, sus ojos mostraban ese brillo particular que tienen los ojos de enamorados, mostrando la felicidad del momento. Di una palmada de aprobación en la espalda de Juan, que me devolvió una leve sonrisa que parecía más una disculpa que otra cosa.
En la terraza del bar hablamos de nuestros planes de futuro, Juan decía que cuando acabara el instituto, dejaría de estudiar para ponerse a trabajar en el negocio de su padre, una pequeña empresa familiar de mantenimiento industrial, donde empezaría por abajo a aprender el oficio de mecánico, para en el futuro hacerse cargo de la empresa.
Yo comenté que quería estudiar historia en la universidad, porque me apasionaba y quería ser profesor de instituto.
Marta decía que quería estudiar turismo y viajar, la miré, con una mirada inquisidora – cómo podía pensar en irse por el mundo y estar separada de mi –, ella se dio cuenta de mi reacción y me comentó:” ¿Qué te pasa?” Le contesté:” que respetaba mucho su idea pero que sería mejor que estudiara enfermería o magisterio que es más apropiado para las mujeres”. Estalló en cólera, me dijo: “¿Qué te has pensado?, ¿Quién eres tú para para decidir qué le conviene más a una mujer? Yo le contesté: “que el irse por ahí de viaje es más propio de busconas y solteronas, que ella estaría mejor en casa cuidando de su marido y sus hijos”. Se levantó como una posesa, me dio un bofetón y salió corriendo…Me quedé perplejo, no supe reaccionar y no salí tras ella.
Juan y mi hermana me miraban boquiabierto. Juan me dijo: “cómo puedes ser tan bestia”, mi hermana añadió: “machista”, gritándome con todo su alma.
Se despidieron de mí, yo me quedé allí de rotado, hundido, sentía que el mundo se me hachaba encima, que tiraba por la borda una relación que acababa de empezar con una chica perfecta y todo por mi mala boca, por hablar sin pensar, por mis celos de querer sólo para mí aquella maravilla de la naturaleza.
Cuando llegué a mi casa la llamé, pero no quiso ponerse al teléfono. Yo tenía un peso en el estómago, cuando mi madre me llamó para la cena, le dije que no tenía hambre, que había comido algo por ahí. Me tumbé en la cama y empecé a llorar y a maldecir mi boca. Al rato me dormí derrotado por el llanto, me desperté de madrugada y no pude conciliar el sueño en lo que quedaba de noche.
Por la mañana vino a buscarme Juan para ir a ver una prueba de atletismo, a los dos nos apasiona y Juan me hacía comentarios apasionados, pero yo no prestaba ninguna atención a las pruebas no podía dejar de pensar en Marta.
En un momento Juan parecía que quería comentar el episodio sucedido con Marta, pero no le dejé, le dije que no quería hablar del asunto, que sentía mucho dolor y el respetó mi silencio.
Cuando volví a mi casa me encontré con mi hermana que me miró como si fuera un bicho raro, la saludé y le pedí perdón, le supliqué que llamará Marta y que le dijera que yo lo sentía mucho, que no pensaba lo que decía, que hablara conmigo, que si no me iba a morir, que mi vida se había acabado – tenía esa pasión de adolescente donde todo es tan terrible.