Contenido
2. La Barcelona postderribo de las murallas
1. Introducción
En
el presente trabajo pretendemos acercarnos a la Barcelona del último tercio del
siglo XIX, desde la mirada de Narcís Oller, el escritor naturalista y realista por
excelencia de la literatura catalana. La Barcelona que nos mostrará Oller es la
Barcelona de la posdesamortización y del posderrumbe de las antiguas murallas
que encorsetaban la ciudad. Es una ciudad, Barcelona, que ve como en este
último tercio de siglo XIX hay un sinfín de cambios a todos los niveles
comienza, por ejemplo, la primera década este último tercio, con varios hechos
importantes por ejemplo la revolución de 1868 que produjo la destitución de la
reina Isabel II, una gran primera caída de
la bolsa de Barcelona (1866) provocada por un banquero madrileño, el marqués de
Salamanca, la programación de la I República española (1873), el
pronunciamiento del general Martínez Campos y la restauración de los Borbones
(1874) o “la febre d’or” en la década
que va de 1876 a 1886, década en que podríamos decir Barcelona alcanzó su mayor
prosperidad económica, con mayor auge de esta fiebre mercantilista en los años
1881-1882–, donde la burguesía disfrutó de prosperidad económica.[1] También
la exposición universal de 1888 como hecho relevante que cambia la ciudad radicalmente hacia una
ciudad más europea que quiere mirarse como en un espejo en Paris capital del
mundo en esos momentos. Algunos de estos sucesos son reflejados por nuestro
autor en las obras literarias que vamos a utilizar como base de nuestro
trabajo. Estas obras son: La febre d’or
(publicada en tres volúmenes entre 1890 y 1892), y el cuento Lo trasplantat (1879). También
utilizaremos otros textos del autor como artículos periodísticos o cuentos y
otras narraciones, pero desde una vertiente más secundaria. Así mismo
utilizaremos literatura secundaria relacionada tanto con la obra de Narcís Oller,
como con la época en que se inspira este trabajo, la Catalunya de la
Restauración borbónica.
Aprendemos
a entender la ciudad desde múltiples perspectivas. Por una parte es un
laberinto incomprensible de características calidoscópicas; giramos el
calidoscopio y vemos innumerables composiciones y coloridos del paisaje urbano.
La ciudad del último tercio del siglo XIX se ilumina con el florecimiento de
espectáculos teatrales, la ópera, los bulevares, los cafés, los monumentos, los
parques y jardines, aparecen como puntos luminosos sobre el tejido de la ciudad
y que proyectan sobre la vida urbana una red de significados que de otra manera
quedarían apagados. El bullicio de los bulevares –en Barcelona la Rambla y el
passeig de Gràcia–, el tránsito que hacen los ciudadanos por ellos representan
el latido de la ciudad. Pasear por la Rambla –ramblejar– se convirtió en una
moda en la Barcelona del siglo XIX. Más que un paseo, la Rambla era un espacio
dispuesto a recoger todo lo que se cocía en la capital catalana: caravanas de
carnaval, procesiones religiosas, desfiles militares, protestas populares,
manifestaciones políticas y fiestas ciudadanas. Un lugar, también para
exhibirse en público, deambular, comprar y vender o simplemente pasar el rato.[2]
Aunque hay puntos y composiciones que en la
ciudad permanecen inmutables a todo avance: la prostitución, los barrios
obreros pobres e insalubres, la explotación de estos obreros en las fábricas y
talleres.
La
óptica de Oller está clara, la de un observador que pertenece a la clase social
dirigente y por eso es más remarcable su examen de las actitudes y la ideología
de la burguesía. Que hay una voluntad totalizadora en sus novelas lo confirma
algunos de sus procedimientos literarios, en especial la aparición de algunos
personajes en diferentes obras, a la manera de La Comédie humaine de Balzac, y la limitación del espacio
geográfico básicamente Barcelona y Vilaniu pequeña ciudad inspirada en su Valls
natal. Este afán totalizador se manifiesta, también, en los temas que trata en
sus obras, que viene a ser como una crónica general de la transformación de la
sociedad catalana durante el último tercio del siglo XIX y el impacto de los
cambios que se produjeron sobre la vida urbana y la rural. Oller pretende
reflejar la realidad de su tiempo. Por eso resulta curioso que algunos
fenómenos producidos por la industrialización, como por ejemplo la aparición
del proletariado o la lucha de clases, le pasen prácticamente desapercibidos.
El obrero y su mundo aparecen muy residualmente en la literatura de Oller y
cuando lo hace lo hace desde una perspectiva costumbrista.
Sin despreciar el realismo que representa las
costumbres locales y los trozos de la vida provinciana, con un amplio abanico
de matices que da una adaptación prácticamente mimética de la realidad, Oller
se nos muestra guiado por un criterio sólido y de alcance más teórico el
descubrimiento y la recepción del
humanismo como fuente de narración. No podemos negar que la obra de nuestro
autor es un paso de modernidad y que el vállense influye en el progreso de la
literatura catalana con la introducción de autores de teatro extranjeros
mediante traducciones y adaptaciones de sus obras.
2. La Barcelona postderribo
de las murallas
En toda la Europa del
siglo XIX, el ascenso del liberalismo quedó especialmente marcado por la
transición de ciudades amuralladas en ciudades abiertas, lleno de deseo de
progreso el liberalismo fue derribando una detrás de otra las barreras históricas que impedían el
desarrollo de mercados unificados. En Barcelona, las murallas habían perdido su función defensiva el 1715,[3]pero
se mantuvieron en su lugar por voluntad gubernamental como freno a una posible
revuelta contra la autoridad real –hecho que se había producido dos veces
desde ese año–. Las murallas
convirtieron a Barcelona en una prisión donde fácilmente se podía reprimir a
una población enjaulada. Tampoco se podía construir en las inmediaciones
exteriores a las murallas, ya que tras esta se iniciaba un segundo problema
derivado de la consideración militar de la ciudad como plaza fuerte: la
prohibición de construir en el área de glacis, un radio de 150 varas [1,25
kilómetros] que quedaba en cambio reservados como zona de tiro para la
artillería.[4]
Las autoridades españolas, como estamos viendo, se reservaban con las murallas
la posibilidad de infringir castigo y terror a la población barcelonesa, esta
posibilidad la mantuvo el gobierno hasta la segunda mitad del siglo XIX. El
derribo de las murallas por tanto tuvo una importancia vital para los
barceloneses y por ende para Catalunya; fue un acontecimiento que marcó una
época no solo por la agregación de espacio urbano a Barcelona, sino también por
el cambio de conciencia que suponía este hecho.
En
1858 se acaba el derribo de las murallas que cercaban la “Ciutat Vella”, en
Barcelona, como en otras ciudades, la planificación en cuadricula convirtió las
calles y las islas de casas en unidades abstractas para comprar y vender, sin
respetar los usos históricos, las condiciones topográficas ni las necesidades
sociales.
La transformación de
las ciudades europeas se debió en gran parte al ferrocarril. La urbanización,
una idea original del siglo XIX, iba de la mano de la revolución del
transporte. Cerdà usó por primera vez la palabra “urbanización” en sentido
teórico en su obra Teoría general de la
urbanización (1867)[5].
Cerdà explica en su obra que quedó impresionado por la contemplación de los
primeros trenes durante un viaje que hizo al sur de Francia. Él sabía que el
tren ayudaría al movimiento de masas y la implicación urbana de los mismos. Con
el derribo de las murallas de Barcelona, seis años después de la circulación
del primer tren entre Barcelona y Mataró y el mismo año de inaugurarse la línea
Barcelona-Granollers, se pone en marcha
la ciudad sin límites gracias al tren que se había convertido en un aliado de
la burguesía que clamaba por espacio y visibilidad. El tren abría cada vez
vistas más amplias al llevar a los pasajeros por el mundo, los que quedaban
fuera del recorrido del ferrocarril, estaban atrapados en el pasado como sí aun
vivieran al estilo feudal con el cacique del pueblo controlándolo todo.
En
1863 se aprueba por el gobierno central el Pla Cerdà, que significaba la
ampliación de Barcelona – l’Eixample– fuera de lo que habían sido las murallas,
partiendo de la explanada que hoy es la plaza de Catalunya– que no empezará a
urbanizarse hasta 1902, bastante tiempo después del derribo de las murallas y
el comienzo de las obras de l’Eixample– hacia el norte primero, es decir hacia
la Vila de Gràcia y más tarde hacia el Este y el Oeste de la plaza de
Catalunya, es decir hacia Sans y hacia Sant Andreu de Palomar, municipios
independientes de Barcelona hasta su anexión en 1897.
Para
la burguesía, l’Eixample tenía su valor social al hecho que no se veía dentro
del campo visual de la ciudad vieja. Para Cerdà, contrariamente, el plano
cuadriculado del terreno era potencialmente la reproducción infinita de una
isla de casas en escuadra. Pero el principal motivo que hay detrás de la
construcción de las islas de casas repartiéndose uniformemente, era la
prioridad que el concedía a la circulación. Preveía una ciudad porosa,
comunicada rápidamente con el campo y abierta al mundo.
Avenidas
largas y amplias traviesan l’Eixample como torrentes de aire y luz. A través de
estos torrentes el tránsito fluye libremente por dentro y por fuera de la
ciudad liberándola de congestión y fomentando un intercambio con el campo. El
lema de Cerdà, “urbanitzar el que és rural i ruralitzar el que és urbà”[6],
convirtió la isla de casa en una especie de estación de tren. Mirando a la
ciudad por delante y a los jardines que representan lo rural por detrás. Estas
islas estaban pensadas como lugar de parada del flujo universal del tránsito.
Convencido que el movimiento y las comunicaciones, más que la arquitectura,
eran los principios de la ciudad del futuro.
Barcelona
en la segunda mitad del siglo XIX, es también una ciudad que ama la cultura y
el ocio, en las obras de Oller queda reflejado este interés por la cultura en
todos los estratos sociales, que convergen en los diversos teatros de la ciudad
–claro está que en espacios diferentes–, incluso en el gran “templo” de la
burguesía catalana, el Liceu, distribuido como los bloques de l’Eixample:
Platea y primer piso de palcos para la burguesía –bajos comerciales y principal
en los bloques–, y a medida que se va subiendo de piso baja el poder
adquisitivo de los que los ocupan. Las representaciones de ópera se alternan
con los encuentros en el Café Suís de la Rambla o la asistencia a conciertos,
algunos de ellos celebrados en la Sala Parés, una de las primeras galerías
comerciales de pintura.[7]Y
es que en Barcelona, como en otras ciudades europeas, comienza a ponerse de
moda entre la nueva burguesía la necesidad de ser mecenas de arte y consumirlo.
El centro neurálgico de esta Barcelona de la apariencia es el passeig de
Gràcia, por donde pasean las clases adineradas. Y del Passeig de Gràcia, donde todos se exiben y se
saludan se acercan a la Rambla de les Flors que era como un centro comercial de
hoy en día.[8]
3. La ciudad de Narcís
Oller
Narcís Oller es el poeta moderno, que emulando
a Baudelaire, documenta desde un principio las transformaciones de Barcelona,
de su paisaje urbano entendido como aquella figura aleatoria de contingencia
que explica al hombre que pasa de estar vinculado a la ciudad antigua y
menestral a vivir los cambios que la convierten en metrópoli moderna
Como novelista, Oller
se planteó la escritura del paisaje urbano como un documento, dándole la función
de tableau que es lo que él quería
conseguir en sus obras. De la evocación elegíaca de la ciudad antigua y de sus
formas de vida que habían hecho los románticos y los costumbristas de mediados
de siglo, Oller pasaba a representar la nueva ciudad llena de fuerza,
desmesurada, incoherente, incierta, amenazadora, capaz de provocar la inquietud
y el desconcierto del individuo que se siente extraño; la ciudad pasa a ser un
objeto de deseo para todos aquellos jóvenes ambiciosos que llegan a ella con el
sueño de conquistar el mundo.
Oller, que siempre
buscaba la verdad en sus escritos, es decir ser lo más fiel a la realidad que
le envolvía, optó por una literatura que desde la percepción personal, fuera
testimonio real i objetivo de su tiempo. En la composición realista de sus
paisajes urbanos, transmite la impresión y las sensaciones íntimas que la
ciudad luminosa, populosa, multitudinaria, diversa y extraña sugiere a sus
personajes y a él mismo. A partir de modelos que él conoce bien –era lector de
Balzac–[9],
combina las dos maneras de narrar la ciudad para conseguir montar sus tableaux, es decir, combina su
percepción de ciudad con la ficción literaria.
Narcís Oller, al igual
que Zola en Francia o Pérez Galdós en la literatura castellana, cree que se ha
de reflejar en la literatura la problemática de las clases medias, teniendo en
cuenta que esta clase social en el marco de la ciudad es la protagonista de la
movilidad económica, social y cultural que caracteriza la modernidad. De hecho,
en el cuento de 1879 y Lo trasplantat,
ya se enmarca en la ciudad de Barcelona y a partir de aquí en un intento de
emular el camino trazado por Balzac y Zola, situará en esta ciudad algunas de
sus obras más carismáticas, entre ellas La
papallona (1882) y La febre d’or
En 1878, Narcís Oller,
acompañado de su primo el crítico literario Josep Yxart, hizo su primer viaje a
París, hacía poco que había comenzado a participar en la vida cultural de
Barcelona a raíz de entrar en contacto con el grupo de la Renaixensa. El motivo del viaje era visitar la Exposición
Internacional que se celebraba en esta ciudad, había recibido el encargo de
escribir para La Renaixensa una
crónica sobre este evento. Allí constataron el abismo urbanístico, económico y
cultural que separaba la capital catalana de la metrópoli francesa. A partir de
entonces, Oller se reafirmará en la convicción de la importancia del urbanismo
en la configuración de la ciudad moderna. La idea de la importancia del
urbanismo, ya le había llevado a escribir una serie de artículos sobre el mal
estado de este en Barcelona, estos artículos fueron publicados en el periódico La Bomba, entre los meses de julio y
agosto de 1876, con el seudónimo de “Espoleta” y continuarán en las páginas de La Renaixensa primero y en las de La Vanguardia a partir de 1888.[10]
París fue el modelo de
Oller para su idea de la Barcelona moderna que en aquellos años se estaba
transformando y desarrollando. A partir de entonces, el novelista asumirá una
doble tarea, regeneracionista y mistificadora, de construir Barcelona como la
capital de Catalunya, entendiéndola como un vehículo de expresión de su catalanidad.
Oller escogió la ciudad
de Barcelona para vivir, también como
tema de escritura, como hemos visto más arriba. Barcelona era una plataforma de
progreso técnico y científico, de libertad y modernidad. En ella, el escritor
construyó su imagen refinada y cosmopolita con la cual se le reconocía
públicamente. No exageramos si decimos que la ciudad es el epicentro de su
interés intelectual, describirla, vivirla, analizar sus efectos sobre los
personajes casi desde un punto sociológico.
Hechizado tanto por la
ciudad real como por la ciudad que soñaba, concibió una obra crítica y
periodística, desde donde trabajar por la modernización y la ampliación de la
capital catalana y, al mismo tiempo, una obra literaria que mitificaba aspectos
de la ciudad antigua y de la nueva, de sus costumbres y del progreso de esta.
Una y otra encontraron en la prensa periódica el medio más adecuado de
comunicación con el lector, aunque podemos encontrar dos estilos diferenciados,
uno cuando actuaba como literato y otro como periodista, distinguió entre la
lenta creatividad imaginativa de la obra narrativa y la prontitud de la
explicación del concepto y el saber improvisar la forma que reclama el
periodismo. Nada más la frase directa y viva del periodista puede comunicar con
claridad y contundencia el pensamiento del intelectual. Por eso la prensa
actuara de verdadero motor de construcción de la ciudad y de las posibles
relaciones urbanas de sus habitantes. En este sentido, Zola que a lo largo de
su vida se dedicó al periodismo, se ayudó de este para difundir su pensamiento
ideológico, moral y estético, escribía en 1866: Je compte bien ne jamais
déserter entierement le journalisme, qui est le plus grand levier que je
connaise.” También Narcís Oller, cuando traducía el artículo de Léon Gozlan,[11]
“Periodics i Periodistes” para La
Ilustració Catalana del 10 de junio de 1881, se hacía eco de su opinión de
este de que la prensa, y más en concreto la diaria, era el medio más adecuado
para “assentar minut per minut, segon per segon, la fulminant precipitació del
pensament d’aquella época de febre” que vivía el París regenerado, que necesitaba
saberlo todo, decirlo todo[12];
Oller piensa que este pensamiento es extrapolable a Barcelona, en su obra Lo trasplantat hace un elogio al
periodismo como motor de progreso por boca del hijo del protagonista del cuento[Miquelet],
que es un joven que abandona su pueblo para abrir una peluquería en Barcelona.
A la inauguración del local asiste la prensa:
“la
premsa, la veu de l’opinió pública, la gran palanca del progres i de l’avenç”
quedaba col·locada per sobre totes les potetats de la terra; “perquè –deia el
perruquer– nigú com vosaltres s’associa i protegeix a totes les empreses per
humils que sigan.” La premsa, lo mateix assisteix als convits de Palacio que als de un modest industrial
com jo; jamai desdenya a ningú i la mateixa confraternitat que guarda entre
tots sos representants sens distinció de partit, dispensa a totes les clases
socials.[13]
Como estamos viendo,
nuestro autor sabe de la importancia de la prensa para un intelectual moderno
que no renuncie a una regeneración de la sociedad en los distintos ámbitos, también
de su peso e influencia en el espacio público. Por ello Oller hace propuestas
urbanísticas al gobierno municipal desde los diferentes periódicos en los que
colaboraba. También su personaje Gil Foix, protagonista de La febre d’or, no se resiste a opinar sobre el urbanismo barcelonés
y también hace propuestas al consistorio. Barcelona era cada día una ciudad más
populosa y se habla incluso de hacer trasvases de agua para resolver el
problema del agua potable[14],
Foix para solucionarlo dice que traerá medio Segre a Barcelona. La administración de la ciudad con el
concurso de la burguesía proyecta grandes reformas urbanas. Así pues, Gil Foix
propone trasladar el hospital de la Santa Creu fuera de la ciudad, el mercado
de Sant Josep al lugar que el hospital dejaría, y culminaría la obra de la
plaza que ocupa dicho el mercado colocando en el centro una estatua ecuestre, y
a los pies de esta, jardines y candelabros. Gil opina que de esta forma
enseñorearía la Rambla de las Flors, y proveería a Barcelona de una nueva plaza
monumental, proporcionando por otro lado un hospital y un mercado más
higiénicos, más espaciosos y más acordes con las necesidades del día a día de
la ciudad. Estas reformas coinciden con las que defensa Oller en sus artículos
periodísticos.
Si los proyectos de Gil
Foix chocaron con el silencio administrativo, también las propuestas que
nuestro autor había hecho desde los periódicos parece que tuvieron la misma
escasa repercusión.
Para Oller, como para
Cerdà, el ferrocarril es básico para el progreso social y económico de la
ciudad. En La febre d’or las fortuna
tanto política como financiera de los personajes están moduladas por las
subidas o caídas de las acciones del ferrocarril, en resumen, por la confianza
de la gente en el valor futuro de la inversión. Los dos viajes de Foix uno a
París y otro a Madrid muestran que las fluctuaciones de las acciones del
ferrocarril de terminan el destino de los hombres, de ciudades y regiones
enteras.
Oller compartía la fe
de la burguesía catalana en el progreso, creía en la evolución de la economía a
través historia, pero le atribuía la
mano oculta del mercado. Para él la ambición activa la sociedad y produce el
cambio y eso es bueno independientemente de los resultados personales. En La febre d’or, Oller valora las manos
que saben hacer trabajar el dinero. Por eso su héroe tiene que ser un personaje
activo, de hecho Gil Foix muestra las cualidades que Oller y su clase valoraban
más: el poder de la voluntad, la osadía, la determinación hacia los negocios y
el sentido de juego limpio. La febre d’or
trata del poder y las limitaciones de una burguesía que cambió la imagen de la
ciudad de Barcelona en pocas décadas.
4. Lo trasplantat
He escogido este cuento
de Narcís Oller en particular porqué creo que refleja el pensamiento que tenía
la burguesía y la clase acomodada barcelonesa de lo rural y que en gran parte
nuestro autor compartía. Oller piensa que el campo y los árboles no le pueden
enseñar nada nuevo y que nada más existe el progreso en la ciudad, en la
sociedad de hombres.[15]En
Lo trasplantat, pone en boca del
“sapientísimo” doctor Andreu una máxima:
“en lo poble curt, l’home savi estorna ruc”[16]
que recita Daniel [el panadero protagonista del cuento], este al visitar a su
hijo en Barcelona y abrumado por todo lo que ve en la ciudad y en la fiesta de
inauguración de la peluquería de su hijo, nos dice el narrador que sus
pensamientos se van hacia su pueblo:
Tots los veïns de son poble li
semblaren dignes de la major compasió. Viure a Barcelona era viure. Lo que
havia vist de dia, lo que veía ara, era un somni que convidava a fer-ne una
realitat perpètua. Estava resolt; a ses velleses havia d’esser barceloní: Li
entrà l’afainy de viure entre persones
i, sentir-se com superior a si mateix.[17]
“Vivir entre personas”,
“ser superior”, nos dice el protagonista de la historia, es decir, los
habitantes del campo son como animales y el progreso “solo” se puede dar en la
ciudad, vivir en el medio rural es vivir en el pasado.
Daniel, llega en tren de
noche a Barcelona y queda impresionado por la iluminación de la ciudad, su hijo
le va dando referencias de todo lo que ve: passeig de Gràcia, l’Eixample, Montjuït,
el camí de Sans y el mar está resplandeciente por luna que se refleja en él.
Pero lo que le causa más impresión es la Rambla:
Los fanalets de color dels cotxos
que es movien en direció diverses, la gen que ocupava la banca dels tranvies,
los rius de claror que sortien de les botigues, los grupos de persones deturats
davant de certs aparadors, la multitud pasejava per sota els arbres, los fanals
d’anunci; tot oferia a sos ulls estranya novetat i acabava de marejar-lo.[18]
El vértigo de la ciudad
que atrapa al hombre de campo, que le hace sentirse una pequeña pieza sumergida
en un mar de ellas que es la multitud.
Al día siguiente, y sin
estar todavía recuperado de esta sensación shock, como la llama Benjamin[19],
que le ha producido la ciudad, nuestro protagonista se va a pasear mañana y
tarde por Barcelona, se para a ver los escaparates y pararse delante de ellos,
respetando la distancias con los coches que él veía venir, sumergido en la
multitud, al igual que nos relata Baudelaire y cita Benjamín en Sobre algunos motivos en Baudelaire[20],
se ha convertido en masa, no podemos llamarlo flâneur, porque es
“victima” del embelesamiento, se le podría catalogar de transeúnte.[21] Daniel ve el puerto y los mástiles de
los barcos le parecen un bosque, los coches de lujo que se cruzan con él llevan
troncos de caballos arrogantes, con galoneados lacayos, nos dice Oller;
continúa más adelante nuestro escritor describiéndonos el paseo y los
sentimientos de “lo trasplantat”: “La plaça Rial amb s’agradable simetría, i la
netedat; la Rambla amb son alegre brogit i el passeig de Gràcia ple també de
moviment i vida, tenien a Daniel embadait.[22]
La historia de Lo trasplantat es la de dos personajes
que van desde una pequeña población a Barcelona, que se “trasplantan”: padre e
hijo. Aunque solo el primero no se adapta a la ciudad, después de haber tenido
una primera impresión de asombro y quedar cautivado por la infinidad de
estímulos que le ofrece la ciudad, esto hace que regrese a su pueblo, que está
en las montañas, y alquile su horno de pan –es panadero emblemático en su
pueblo–, que había sido su sustento y su vida hasta ese momento. Lo curioso es
que si analizamos la trama desde un punto de vista sociológico, y observamos
que el no adaptarse conlleva una grave consecuencia social, podríamos decir que
se desclasifica, es decir, pierde su clase. El personaje, que tiene dinero y es
respetado en su trabajo, que está colocado entre lo que es un trabajo artesano
y lo que gracias a su buen hacer se
diría que es un industrial en ciernes. Pero al alquilar su negocio para irse a
Barcelona con su hijo, se convierte en un viejo casi sin recursos que depende
de su hijo. La ciudad que ya no le ofrece cosas nuevas cada día, llega a
producir en él lo que podríamos llamar tedio, regresa a las montañas para morir
descolocado, pues ahora el pueblo para él tampoco es el mismo. Lo extraño de
esta obra de Oller, es que cuando analizamos la situación del hijo vemos que
este no ha pasado a mejor situación social, pues de panadero ha pasado a
barbero o peluquero, como hemos visto más arriba, que por muy hábil que sea en
su oficio no significa una escalada en lo social. Así lo que podría haber sido
una evolución a industrial en el pueblo, ha reculado a una condición de tendero
en la capital.
Sobre este tema de las
proyecciones sociales, Honore de Balzac en su obra Historia de los trece nos dice: “Cada esfera social proyecta su
semillas sobre la esfera que tiene por encima”, de manera que “el hijo del
tendero rico llega a notario, el hijo del comerciante de madera a magistrado”.[23]
A la manera de Balzac,
Oller sacrifica al protagonista de la historia porque ha transgredido lo que
podríamos llamar el modelo espacial, es decir, nuestro protagonista se ha
movido en un espacio equivocado, la ciudad, cuando su espacio era el rural. Los
personajes fuera de lugar perturban la armonía del entorno, contaminan el orden
moral y deben pagar el precio.[24] También
podíamos catalogar en esta categoría de desplazados de su clase social a Gil
Foix de La febre d’or, que siendo
carpintero en Sant Cugat dejará este oficio para irse a Cuba a buscar fortuna,
no lo consigue y además tiene que volver precipitadamente por las refriegas
constantes entre los lugareños y las tropas españolas de ocupación. A su
regreso prácticamente arruinado se casa con Catalina y gracias a que esta
recibe una herencia de su tío, el mossen
de Vilaniu, Gil Foix empieza a invertir en bolsa y ganar grandes sumas de
dinero, pero cegado por el dinero y engañado por burgueses de abolengo invierte
en negocios, como el ferrocarril que serán ruinosos para él. Oller cerrando el
círculo hará que Gil Foix regrese a su pueblo y a su carpintería.
Oller no se identifica
con el “trasplantat”, sino con su hijo de clase media y de origen rural, una
clase social que incorporada a la ciudad desde los años de su juventud, se
convertirá en la nueva burguesía de la ciudad con ambiciones individuales y
colectivas suficientes para adaptarse e incluso transformar su entorno.
5. La febre d’or
En esta novela Oller
imaginó una trama en donde la interacción entre la ciudad y los personajes se
hiciera manifiesta con el fin de analizar la relación entre el aspecto moral y
el social. Este relato, iniciado en julio de 1886 y publicado entre 1890 y 1892[25],
quiere reflejar la fiebre bursátil de 1880 y la crisis de 1882 y, al mismo
tiempo, los movimientos sociales de la nueva burguesía enriquecida durante los
años anteriores, que ahora se despliega en un espectáculo cosmopolita. En La febre d’or, Oller pinta escenas de la
Barcelona finisecular, centrándose en las transformaciones y las conmociones
sociales producidas por la ampliación de la red ferroviaria. Los personajes
centrales de la obra son la familia de Gil Foix y, a su lado, hermanos, cuñadas
y cuñado, sobrinos y hasta el personal de servicio. Oller en esta obra recrea
la historia de Barcelona en el periodo posterior a la muerte de Cerdà. En esos
momentos en Barcelona se estaban construyendo el enchanche proyectado por Cerdà
y se ocupaban masivamente las viviendas construidas ya de dicho enchanche.
Oller dibuja la Barcelona de los primeros años de la década de los 80, poniendo
en primer plano al lado del estudio de los personajes, el estudio social de
estos personajes: sus relaciones profesionales, amorosas, artísticas, sociales
y de poder, su relación con la ciudad, entendiendo que la ciudad son tanto las
plazas y calles de esta como el interior de las casas y la manera de vivir de
los ciudadanos. En cuanto al espacio urbano, ofrece el espectáculo de la ciudad
nueva, que se está construyendo durante esos años, como hemos visto más arriba.
La novela que tiene
como telón de fondo la bolsa, eleva a esta como epicentro de las grandes
transformaciones sociales. La descripción en el primer capítulo del mercado de
valores ya nos sitúa en una Barcelona en ebullición donde en poco rato se puede
ganar o perder grandes cantidades de dinero. Un ámbito en el que el protagonista Gil Foix se
encuentra como en casa y conoce los resortes de su funcionamiento. Pronto el
éxito de su gestión hará que, pase de vivir con su familia en el carrer de
Gíriti, de la ciudad vieja, al carrer Ample en una casa de dos pisos, uno para
vivienda y el otro para la oficina, que comparten la misma dirección, pero
están separadas funcionalmente por una doble entrada. Esta vivienda la ha
adquirido Gil Foix de un aristócrata venido a menos. Para Gil es importante dar
una imagen pública y privada de bienestar económico. Como una máscara más, Gil
Foix tiene un criado negro y a pesar de que no hizo fortuna en Cuba, el criado
negro –Panxito– le da cierto estatus de “americano”. Necesitamos ser para otros
y nos proyectamos, la mirada del otro nos constituye y nos convierte en
espectáculo.
Gil Foix, es instigador
de todo tipo de gasto suntuoso suyo y de la familia, consciente de su
importancia dentro del nuevo papel que juega en el teatro ciudadano. Las
mujeres de la novela tienen entre sus principales ocupaciones el ir de compras,
de prepararse para el espectáculo social. También este gasto excesivo
repercutía en la casa nueva de los Foix, que incluso disponiendo de un espacio
generoso “la familia se ahogaba” por falta de aire, con tantos tapices,
cortinajes, alfombras, y, sobre todo ese exceso inútil peluche extendido por
las paredes, por encima de las camas, mesas y sillas. Además todo el piso
recargado de mobiliario, con pedestales que interrumpen el paso y donde Caterina
[la mujer de Foix] se tropieza constantemente, con infinidad de flores de
porcelana dentro de floreros que decoran los muebles, cuadros repartidos por
todas las paredes de la casa y figuritas frágiles que reprimen los movimientos
naturales y que cada día son motivo de disgusto para todos y además de regaños
y lágrimas para el servicio.
Toda una Barcelona
burguesa brilla, se exhibe y se divierte tanto en las reuniones privadas, como
en la cena de navidad en el piso nuevo de los Foix que aparece en el capítulo
III de la primera parte[26],
donde el propietario se da cuenta “allò sí que era ser ric” y ninguna navidad
como aquella donde invita a toda la familia y puede lucir el lujo y la riqueza
de la nueva casa. También en la fiesta semiprivada de la inauguración de la
torre de un nuevo rico, Giró, que aparece en el capítulo XII de la primera
parte[27]–donde
se describe, por cierto, desde las vistas de la torre la ciudad de Barcelona al estilo de Víctor Hugo en Nuestra señora de París–, es una muestra
de la ostentación del nuevo burgués.
El paradigma de la
ostentación, el exhibicionismo y el afán por parecerse a las grandes ciudades
europeas lo encontramos en la inauguración del Hipódromo, que organiza el
Círculo Ecuestre en el capítulo XVI de la primera parte,[28]hipódromo
situado como en un gesto Kitsch con
vista al cementerio del suroeste.
En esta novela, Narcís
Oller nos presenta una Barcelona que trabaja en el comercio y en las sociedades
anónimas, que crea empresas nuevas, que gestiona la banca, la bolsa y la
industria, que construye la red de ferrocarriles, que será locomotora de
progreso. El tren tiene la doble función de transportar pasajeros de las
comarcas a la capital y trasladar a la burguesía barcelonesa a los lugares de
veraneo, como podría ser Donostia, o las grandes capitales en las cuales han de
hacer negocios. Barcelona es una ciudad moderna que dispone de telégrafo para
comunicarse con las principales capitales del mundo, donde las principales
casas comerciales, como la Banca Foix, tienen corresponsales.
También el tren, como
hemos visto, es la modernidad, un valor económico bursátil en alza, es un
excelente medio de comunicación entre pueblos y culturas. Gil Foix se lanza de
pleno a la aventura del ferrocarril y suscribe la sexta parte de las acciones
del “carril” a Vilaniu, un doble gesto que indica seguridad de negocio en la
operación y voluntad de mejora social, tal como declara en su discurso
pronunciado durante el banquete celebrado en Vilaniu para buscar inversores
para dicha línea de ferrocarril.
El optimismo de la
burguesía catalana en la febre d’or era ilimitado, pero esta clase estaba falta
de un marco político adecuado para llevar acabo su ambición. Gil Foix descubre
esta realidad durante su estancia en París donde adivinando la magnitud del
comercio mundial toma conciencia de su propio tamaño y de la escala de
Barcelona en la red internacional de comercio. Pero no saca provecho de esta
revelación y vuelve a Barcelona nada más para sucumbir a la vanagloria del
ennoblecimiento y a las estrategias de un agente de bolsa más “vivo” que él.
Foix el hombre que se
había hecho así mismo queda hipnotizado fatalmente por el oropel de la
monarquía y abandona sus intereses reales y su misión histórica para perseguir
falsos honores. Su destino comporta un fracaso estético y ético al mismo
tiempo. Por tanto, está bien que su última aparición, quede reducida a su
humilde condición de carpintero, como hemos visto más arriba, dedicado a
construir marcos para su cuñado Francecs, pintor de escenas modernas.
6. Conclusión
Transformada
y retransformada por la semiología en innumerables ocasiones, la ciudad no se
ofrece como un referente neutral sino como una resistencia que marca la
presencia de un significado ajeno. La literatura es una manera extraordinaria
de representar la ciudad, la literatura genera formas de autoconciencia urbana
y ha estado fuente principal de comprensión de la ciudad moderna.
La
ciudad se la ha considerado por muchos autores como fetiche, desde Balzac a
Oller pasando por Baudelaire o Dickens, en el siglo XIX, representaban a la
ciudad como un ser vivo, con poderes mágicos, misteriosos y normalmente ocultos
que dan forma y transforman el mundo que nos rodea y que por ello intervienen
directamente o incluso determinan nuestras vidas. En algunas novelas de Oller,
las características del medio urbano parecen funcionar exactamente de esa
manera. Por el contrario, para Marx el término fetiche en su análisis de las
mercancías desvela un significado más profundo; el fetiche tiene una base real,
no meramente imaginaria. Establecemos relaciones sociales por medio de objetos
y cosas que producimos y hacemos circular; las relaciones sociales están
mediatizadas por cosas materiales. Del mismo modo, los objetos y las cosas se
cargan de significados sociales y de una actuación del hombre intencionada.
Para Marx, bajo el capitalismo es imposible escapar del fetichismo de las
mercancías porque es parte del funcionamiento del mercado[29].
El dinero confiere un poder social a su dueño y todo el mundo se encuentra por
ello en cierto grado cautivo de sus poderes fetichistas; la persecución del
dinero y del reconocimiento que vemos por parte de algunos los personajes de La febre d’or se convierte en algo
básico para comprender el comportamiento de estos con los demás.
La
gran ciudad es un invento del siglo XIX, la calle como espacio de significación
y creación toma tanta importancia como el espacio privado de la casa. El
aparentar del nuevo rico en una voluntad de parecer diferente de las clases
populares, se representa más lo que se quiere ser que lo que se es, como Gil
Fox quiere distanciarse de su origen menestral. La misma ciudad se convierte en
un decorado, una escenografía donde los ciudadanos representan su papel
histórico, la novela La febre d’or
pone en primer plano la idea de la ciudad como ciudad-espectáculo.
Oller
no se inhibe de mostrar los aspectos deshumanizantes de la ciudad, que detecta
por ejemplo el protagonista de Lo
trasplantat con su mirada crítica. Sus preocupaciones sociales muestran una
diversidad de temas con la distancia que separan a los pobres de los ricos.
Muestra como la miseria material y moral engendra más miseria. La ciudad ofrece
sus triunfadores y sus víctimas, los dominadores y los estafados, los
mentirosos y los engañados.
7. Bibliografía
Harvey, D. (2008). París capital de la modernidad. Madrid: Ediciones Akal, S.A.
Oller, N. La papallona. Biblioteca Selecta.
Oller, N. (1984). La Bogeria (prólogo de Sergi Beser). Barcelona: Editorial Laia, S.A
Oller, N. (1992). Lo trasplantat, dentro de Isabel
de Galceran i altres narracions (estudio introductorio Giuseppe Grilli).
Barcelona: Edicions 62, S.A.
Oller, N. (2012) La febre d’or. Barcelona: Edicions 62, S.A.
Resina, J. Ramon (2008) La vocació de Modernitat de Barcelona, auge
i declivi d’una imatge urbana. Barcelona: Cercle de Lectors/ Galàxia
Gutenberg.
Ramon, A. y Perrone, R. (2013). Teatres de Barcelona un recorregut urbà.
Barcelona: Albertí, Editors S.L.
Dossier y otras fotocopias de la
asignatura: Ciutat, Pensament Crític i Modernitat Artística.
https://es.wikipedia.org/wiki/Glacis_(tecnología_militar)
https://fr.wikipedia.org/wiki/Léon_Gozlan
[1] Joan Ramon
Resina (2008). La vocació de modernitat
de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, p.25. Barcelona: Cercle
de Lectors/ Galàxia Gutenberg.
[2] Vide: Antoni
Ramon y Raffaella Perrone, (2013). Teatres
de Barcelona, un recorregut urbà, pp. 17-20. Barcelona: Albertí, Editors
S.L.
[3]Joan Ramon Resina
(2008). La vocació de modernitat de
Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, p. 14.
[4] Un glacis en
tecnología militar es una pendiente suave y despejada que precede al foso de
una fortaleza, y que está dominada por los baluartes y otras fortificaciones,
desde los que se puede hacer fuego sobre él. Vide: https://es.wikipedia.org/wiki/Glacis_(tecnología_militar)
[5] Vide: Joan Ramon
Resina (2008). La vocació de modernitat
de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, pp. 28-29
[6] Ibídem, p. 30
[7] Vide: Rosa
Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís
Oller, realitat i somni de la ciutat, p.73. Valls: Cossetània Edicions.
[8] Ibídem, p. 73
[9] Ibídem, pp.52-54.
[10] Ibídem, p. 43.
[11] Léon Gozlan
(1803-1866), escritor, periodista y dramaturgo francés, autor muy prolífico
conocido sobre todo por su libro de recuerdos basado en Honoré de Balzac, Balzac en pantoufles (1856). Vide: https://fr.wikipedia.org/wiki/Léon_Gozlan
[12] Vide: Rosa
Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís
Oller, realitat i somni de la ciutat, op. cit. p. 46.
[13] Narcís Oller,
(1992) [1879] Lo trasplantat, pp.
77-78, dentro de la obra Isabel de
Galceran i altres narracions. Barcelona: Edicions 62 S.A.
[14] Vide: Rosa
Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís
Oller, realitat i somni de la ciutat, op. cit. p. 70
[15] Ibídem, p.25.
[16] Narcís Oller,
(1992) [1879] Lo trasplantat, p. 72,
dentro de la obra Isabel de Galceran i
altres narracions.
[17] Ibidem, p. 79.
[18] Ibidem, p. 75.
[19] Vide: Dossier de
la asignatura de Ciutat, Pensamen Crític i Modernitat Artística, p.27. W.
Benjamin, Sobre algunos motivos en
Baudelaire, pp. 217-242
[20] Ibídem, p. 234.
[21] Ibídem, p. 230.
[22]
Narcís
Oller, (1992) [1879] Lo trasplantat, p.
76, dentro de la obra Isabel de Galceran
i altres narracions.
[23] Honore de
Balzac, Historia de los Trece. Citado
por: David Harvey, (2008). París, capital
de la modernidad, p. 53. Madrid: Ediciones Akal, S.A.
[24] David Harvey,
(2008). París, capital de la modernidad, p.
55
[25] Vide:
Rosa Cabré, (2004). La Barcelona de
Narcís Oller, realitat i somni de la ciutat, op. ct. p. 64
[26] Narcís Oller,
(2012) [1890-92]. La febre d’or, pp.
47-66. Barcelona: Edicions 62, S.A.
[27] Ibídem, pp.
152-160
[29] Vide: David
Harvey, (2008). París, capital de la
modernidad, p. 73.