miércoles, 23 de septiembre de 2020

La Barcelona del último tercio del siglo XIX bajo la mirada de Narcís Oller

 

 Contenido

 

1. Introducción. 2

2. La Barcelona postderribo de las murallas. 4

3. La ciudad de Narcís Oller. 6

4. Lo trasplantat. 10

5. La febre d’or. 13

6. Conclusión. 15

7. Bibliografía. 17



 1. Introducción

 

En el presente trabajo pretendemos acercarnos a la Barcelona del último tercio del siglo XIX, desde la mirada de Narcís Oller, el escritor naturalista y realista por excelencia de la literatura catalana. La Barcelona que nos mostrará Oller es la Barcelona de la posdesamortización y del posderrumbe de las antiguas murallas que encorsetaban la ciudad. Es una ciudad, Barcelona, que ve como en este último tercio de siglo XIX hay un sinfín de cambios a todos los niveles comienza, por ejemplo, la primera década este último tercio, con varios hechos importantes por ejemplo la revolución de 1868 que produjo la destitución de la reina Isabel II,  una gran primera caída de la bolsa de Barcelona (1866) provocada por un banquero madrileño, el marqués de Salamanca, la programación de la I República española (1873), el pronunciamiento del general Martínez Campos y la restauración de los Borbones (1874) o “la febre d’or” en la década que va de 1876 a 1886, década en que podríamos decir Barcelona alcanzó su mayor prosperidad económica, con mayor auge de esta fiebre mercantilista en los años 1881-1882–, donde la burguesía disfrutó de prosperidad económica.[1] También la exposición universal de 1888 como hecho relevante  que cambia la ciudad radicalmente hacia una ciudad más europea que quiere mirarse como en un espejo en Paris capital del mundo en esos momentos. Algunos de estos sucesos son reflejados por nuestro autor en las obras literarias que vamos a utilizar como base de nuestro trabajo. Estas obras son: La febre d’or (publicada en tres volúmenes entre 1890 y 1892), y el cuento Lo trasplantat (1879). También utilizaremos otros textos del autor como artículos periodísticos o cuentos y otras narraciones, pero desde una vertiente más secundaria. Así mismo utilizaremos literatura secundaria relacionada tanto con la obra de Narcís Oller, como con la época en que se inspira este trabajo, la Catalunya de la Restauración borbónica.

Aprendemos a entender la ciudad desde múltiples perspectivas. Por una parte es un laberinto incomprensible de características calidoscópicas; giramos el calidoscopio y vemos innumerables composiciones y coloridos del paisaje urbano. La ciudad del último tercio del siglo XIX se ilumina con el florecimiento de espectáculos teatrales, la ópera, los bulevares, los cafés, los monumentos, los parques y jardines, aparecen como puntos luminosos sobre el tejido de la ciudad y que proyectan sobre la vida urbana una red de significados que de otra manera quedarían apagados. El bullicio de los bulevares –en Barcelona la Rambla y el passeig de Gràcia–, el tránsito que hacen los ciudadanos por ellos representan el latido de la ciudad. Pasear por la Rambla –ramblejar– se convirtió en una moda en la Barcelona del siglo XIX. Más que un paseo, la Rambla era un espacio dispuesto a recoger todo lo que se cocía en la capital catalana: caravanas de carnaval, procesiones religiosas, desfiles militares, protestas populares, manifestaciones políticas y fiestas ciudadanas. Un lugar, también para exhibirse en público, deambular, comprar y vender o simplemente pasar el rato.[2]

 Aunque hay puntos y composiciones que en la ciudad permanecen inmutables a todo avance: la prostitución, los barrios obreros pobres e insalubres, la explotación de estos obreros en las fábricas y talleres.

La óptica de Oller está clara, la de un observador que pertenece a la clase social dirigente y por eso es más remarcable su examen de las actitudes y la ideología de la burguesía. Que hay una voluntad totalizadora en sus novelas lo confirma algunos de sus procedimientos literarios, en especial la aparición de algunos personajes en diferentes obras, a la manera de La Comédie humaine de Balzac, y la limitación del espacio geográfico básicamente Barcelona y Vilaniu pequeña ciudad inspirada en su Valls natal. Este afán totalizador se manifiesta, también, en los temas que trata en sus obras, que viene a ser como una crónica general de la transformación de la sociedad catalana durante el último tercio del siglo XIX y el impacto de los cambios que se produjeron sobre la vida urbana y la rural. Oller pretende reflejar la realidad de su tiempo. Por eso resulta curioso que algunos fenómenos producidos por la industrialización, como por ejemplo la aparición del proletariado o la lucha de clases, le pasen prácticamente desapercibidos. El obrero y su mundo aparecen muy residualmente en la literatura de Oller y cuando lo hace lo hace desde una perspectiva costumbrista.

Sin despreciar el realismo que representa las costumbres locales y los trozos de la vida provinciana, con un amplio abanico de matices que da una adaptación prácticamente mimética de la realidad, Oller se nos muestra guiado por un criterio sólido y de alcance más teórico el descubrimiento y la recepción  del humanismo como fuente de narración. No podemos negar que la obra de nuestro autor es un paso de modernidad y que el vállense influye en el progreso de la literatura catalana con la introducción de autores de teatro extranjeros mediante traducciones y adaptaciones de sus obras.

 

2. La Barcelona postderribo de las murallas

 

En toda la Europa del siglo XIX, el ascenso del liberalismo quedó especialmente marcado por la transición de ciudades amuralladas en ciudades abiertas, lleno de deseo de progreso el liberalismo fue derribando una detrás de  otra las barreras históricas que impedían el desarrollo de mercados unificados. En Barcelona, las murallas habían perdido su función defensiva el 1715,[3]pero se mantuvieron en su lugar por voluntad gubernamental como freno a una posible revuelta contra la autoridad real –hecho que se había producido dos veces desde  ese año–. Las murallas convirtieron a Barcelona en una prisión donde fácilmente se podía reprimir a una población enjaulada. Tampoco se podía construir en las inmediaciones exteriores a las murallas, ya que tras esta se iniciaba un segundo problema derivado de la consideración militar de la ciudad como plaza fuerte: la prohibición de construir en el área de glacis, un radio de 150 varas [1,25 kilómetros] que quedaba en cambio reservados como zona de tiro para la artillería.[4] Las autoridades españolas, como estamos viendo, se reservaban con las murallas la posibilidad de infringir castigo y terror a la población barcelonesa, esta posibilidad la mantuvo el gobierno hasta la segunda mitad del siglo XIX. El derribo de las murallas por tanto tuvo una importancia vital para los barceloneses y por ende para Catalunya; fue un acontecimiento que marcó una época no solo por la agregación de espacio urbano a Barcelona, sino también por el cambio de conciencia que suponía este hecho.

En 1858 se acaba el derribo de las murallas que cercaban la “Ciutat Vella”, en Barcelona, como en otras ciudades, la planificación en cuadricula convirtió las calles y las islas de casas en unidades abstractas para comprar y vender, sin respetar los usos históricos, las condiciones topográficas ni las necesidades sociales.

La transformación de las ciudades europeas se debió en gran parte al ferrocarril. La urbanización, una idea original del siglo XIX, iba de la mano de la revolución del transporte. Cerdà usó por primera vez la palabra “urbanización” en sentido teórico en su obra Teoría general de la urbanización (1867)[5]. Cerdà explica en su obra que quedó impresionado por la contemplación de los primeros trenes durante un viaje que hizo al sur de Francia. Él sabía que el tren ayudaría al movimiento de masas y la implicación urbana de los mismos. Con el derribo de las murallas de Barcelona, seis años después de la circulación del primer tren entre Barcelona y Mataró y el mismo año de inaugurarse la línea Barcelona-Granollers, se pone en  marcha la ciudad sin límites gracias al tren que se había convertido en un aliado de la burguesía que clamaba por espacio y visibilidad. El tren abría cada vez vistas más amplias al llevar a los pasajeros por el mundo, los que quedaban fuera del recorrido del ferrocarril, estaban atrapados en el pasado como sí aun vivieran al estilo feudal con el cacique del pueblo controlándolo todo.

En 1863 se aprueba por el gobierno central el Pla Cerdà, que significaba la ampliación de Barcelona – l’Eixample– fuera de lo que habían sido las murallas, partiendo de la explanada que hoy es la plaza de Catalunya– que no empezará a urbanizarse hasta 1902, bastante tiempo después del derribo de las murallas y el comienzo de las obras de l’Eixample– hacia el norte primero, es decir hacia la Vila de Gràcia y más tarde hacia el Este y el Oeste de la plaza de Catalunya, es decir hacia Sans y hacia Sant Andreu de Palomar, municipios independientes de Barcelona hasta su anexión en 1897.

Para la burguesía, l’Eixample tenía su valor social al hecho que no se veía dentro del campo visual de la ciudad vieja. Para Cerdà, contrariamente, el plano cuadriculado del terreno era potencialmente la reproducción infinita de una isla de casas en escuadra. Pero el principal motivo que hay detrás de la construcción de las islas de casas repartiéndose uniformemente, era la prioridad que el concedía a la circulación. Preveía una ciudad porosa, comunicada rápidamente con el campo y abierta al mundo.

Avenidas largas y amplias traviesan l’Eixample como torrentes de aire y luz. A través de estos torrentes el tránsito fluye libremente por dentro y por fuera de la ciudad liberándola de congestión y fomentando un intercambio con el campo. El lema de Cerdà, “urbanitzar el que és rural i ruralitzar el que és urbà”[6], convirtió la isla de casa en una especie de estación de tren. Mirando a la ciudad por delante y a los jardines que representan lo rural por detrás. Estas islas estaban pensadas como lugar de parada del flujo universal del tránsito. Convencido que el movimiento y las comunicaciones, más que la arquitectura, eran los principios de la ciudad del futuro.

Barcelona en la segunda mitad del siglo XIX, es también una ciudad que ama la cultura y el ocio, en las obras de Oller queda reflejado este interés por la cultura en todos los estratos sociales, que convergen en los diversos teatros de la ciudad –claro está que en espacios diferentes–, incluso en el gran “templo” de la burguesía catalana, el Liceu, distribuido como los bloques de l’Eixample: Platea y primer piso de palcos para la burguesía –bajos comerciales y principal en los bloques–, y a medida que se va subiendo de piso baja el poder adquisitivo de los que los ocupan. Las representaciones de ópera se alternan con los encuentros en el Café Suís de la Rambla o la asistencia a conciertos, algunos de ellos celebrados en la Sala Parés, una de las primeras galerías comerciales de pintura.[7]Y es que en Barcelona, como en otras ciudades europeas, comienza a ponerse de moda entre la nueva burguesía la necesidad de ser mecenas de arte y consumirlo. El centro neurálgico de esta Barcelona de la apariencia es el passeig de Gràcia, por donde pasean las clases adineradas. Y del  Passeig de Gràcia, donde todos se exiben y se saludan se acercan a la Rambla de les Flors que era como un centro comercial de hoy en día.[8]

 

 

3. La ciudad de Narcís Oller

 

Narcís Oller es el poeta moderno, que emulando a Baudelaire, documenta desde un principio las transformaciones de Barcelona, de su paisaje urbano entendido como aquella figura aleatoria de contingencia que explica al hombre que pasa de estar vinculado a la ciudad antigua y menestral a vivir los cambios que la convierten en metrópoli moderna

Como novelista, Oller se planteó la escritura del paisaje urbano como un documento, dándole la función de tableau que es lo que él quería conseguir en sus obras. De la evocación elegíaca de la ciudad antigua y de sus formas de vida que habían hecho los románticos y los costumbristas de mediados de siglo, Oller pasaba a representar la nueva ciudad llena de fuerza, desmesurada, incoherente, incierta, amenazadora, capaz de provocar la inquietud y el desconcierto del individuo que se siente extraño; la ciudad pasa a ser un objeto de deseo para todos aquellos jóvenes ambiciosos que llegan a ella con el sueño de conquistar el mundo.

Oller, que siempre buscaba la verdad en sus escritos, es decir ser lo más fiel a la realidad que le envolvía, optó por una literatura que desde la percepción personal, fuera testimonio real i objetivo de su tiempo. En la composición realista de sus paisajes urbanos, transmite la impresión y las sensaciones íntimas que la ciudad luminosa, populosa, multitudinaria, diversa y extraña sugiere a sus personajes y a él mismo. A partir de modelos que él conoce bien –era lector de Balzac–[9], combina las dos maneras de narrar la ciudad para conseguir montar sus tableaux, es decir, combina su percepción de ciudad con la ficción literaria.

Narcís Oller, al igual que Zola en Francia o Pérez Galdós en la literatura castellana, cree que se ha de reflejar en la literatura la problemática de las clases medias, teniendo en cuenta que esta clase social en el marco de la ciudad es la protagonista de la movilidad económica, social y cultural que caracteriza la modernidad. De hecho, en el cuento de 1879 y Lo trasplantat, ya se enmarca en la ciudad de Barcelona y a partir de aquí en un intento de emular el camino trazado por Balzac y Zola, situará en esta ciudad algunas de sus obras más carismáticas, entre ellas La papallona (1882) y La febre d’or

En 1878, Narcís Oller, acompañado de su primo el crítico literario Josep Yxart, hizo su primer viaje a París, hacía poco que había comenzado a participar en la vida cultural de Barcelona a raíz de entrar en contacto con el grupo de la Renaixensa. El motivo del viaje era visitar la Exposición Internacional que se celebraba en esta ciudad, había recibido el encargo de escribir para La Renaixensa una crónica sobre este evento. Allí constataron el abismo urbanístico, económico y cultural que separaba la capital catalana de la metrópoli francesa. A partir de entonces, Oller se reafirmará en la convicción de la importancia del urbanismo en la configuración de la ciudad moderna. La idea de la importancia del urbanismo, ya le había llevado a escribir una serie de artículos sobre el mal estado de este en Barcelona, estos artículos fueron publicados en el periódico La Bomba, entre los meses de julio y agosto de 1876, con el seudónimo de “Espoleta” y continuarán en las páginas de La Renaixensa primero y en las de La Vanguardia a partir de 1888.[10]

París fue el modelo de Oller para su idea de la Barcelona moderna que en aquellos años se estaba transformando y desarrollando. A partir de entonces, el novelista asumirá una doble tarea, regeneracionista y mistificadora, de construir Barcelona como la capital de Catalunya, entendiéndola como un vehículo de expresión de su catalanidad.

Oller escogió la ciudad de Barcelona  para vivir, también como tema de escritura, como hemos visto más arriba. Barcelona era una plataforma de progreso técnico y científico, de libertad y modernidad. En ella, el escritor construyó su imagen refinada y cosmopolita con la cual se le reconocía públicamente. No exageramos si decimos que la ciudad es el epicentro de su interés intelectual, describirla, vivirla, analizar sus efectos sobre los personajes casi desde un punto sociológico.

Hechizado tanto por la ciudad real como por la ciudad que soñaba, concibió una obra crítica y periodística, desde donde trabajar por la modernización y la ampliación de la capital catalana y, al mismo tiempo, una obra literaria que mitificaba aspectos de la ciudad antigua y de la nueva, de sus costumbres y del progreso de esta. Una y otra encontraron en la prensa periódica el medio más adecuado de comunicación con el lector, aunque podemos encontrar dos estilos diferenciados, uno cuando actuaba como literato y otro como periodista, distinguió entre la lenta creatividad imaginativa de la obra narrativa y la prontitud de la explicación del concepto y el saber improvisar la forma que reclama el periodismo. Nada más la frase directa y viva del periodista puede comunicar con claridad y contundencia el pensamiento del intelectual. Por eso la prensa actuara de verdadero motor de construcción de la ciudad y de las posibles relaciones urbanas de sus habitantes. En este sentido, Zola que a lo largo de su vida se dedicó al periodismo, se ayudó de este para difundir su pensamiento ideológico, moral y estético, escribía en 1866: Je compte bien ne jamais déserter entierement le journalisme, qui est le plus grand levier que je connaise.” También Narcís Oller, cuando traducía el artículo de Léon Gozlan,[11] “Periodics i Periodistes” para La Ilustració Catalana del 10 de junio de 1881, se hacía eco de su opinión de este de que la prensa, y más en concreto la diaria, era el medio más adecuado para “assentar minut per minut, segon per segon, la fulminant precipitació del pensament d’aquella época de febre” que vivía el París regenerado, que necesitaba saberlo todo, decirlo todo[12]; Oller piensa que este pensamiento es extrapolable a Barcelona, en su obra Lo trasplantat hace un elogio al periodismo como motor de progreso por boca del hijo del protagonista del cuento[Miquelet], que es un joven que abandona su pueblo para abrir una peluquería en Barcelona. A la inauguración del local asiste la prensa:

 

“la premsa, la veu de l’opinió pública, la gran palanca del progres i de l’avenç” quedaba col·locada per sobre totes les potetats de la terra; “perquè –deia el perruquer– nigú com vosaltres s’associa i protegeix a totes les empreses per humils que sigan.” La premsa, lo mateix assisteix als convits de Palacio que als de un modest industrial com jo; jamai desdenya a ningú i la mateixa confraternitat que guarda entre tots sos representants sens distinció de partit, dispensa a totes les clases socials.[13]

Como estamos viendo, nuestro autor sabe de la importancia de la prensa para un intelectual moderno que no renuncie a una regeneración de la sociedad en los distintos ámbitos, también de su peso e influencia en el espacio público. Por ello Oller hace propuestas urbanísticas al gobierno municipal desde los diferentes periódicos en los que colaboraba. También su personaje Gil Foix, protagonista de La febre d’or, no se resiste a opinar sobre el urbanismo barcelonés y también hace propuestas al consistorio. Barcelona era cada día una ciudad más populosa y se habla incluso de hacer trasvases de agua para resolver el problema del agua potable[14], Foix para solucionarlo dice que traerá medio Segre a Barcelona.  La administración de la ciudad con el concurso de la burguesía proyecta grandes reformas urbanas. Así pues, Gil Foix propone trasladar el hospital de la Santa Creu fuera de la ciudad, el mercado de Sant Josep al lugar que el hospital dejaría, y culminaría la obra de la plaza que ocupa dicho el mercado colocando en el centro una estatua ecuestre, y a los pies de esta, jardines y candelabros. Gil opina que de esta forma enseñorearía la Rambla de las Flors, y proveería a Barcelona de una nueva plaza monumental, proporcionando por otro lado un hospital y un mercado más higiénicos, más espaciosos y más acordes con las necesidades del día a día de la ciudad. Estas reformas coinciden con las que defensa Oller en sus artículos periodísticos.

Si los proyectos de Gil Foix chocaron con el silencio administrativo, también las propuestas que nuestro autor había hecho desde los periódicos parece que tuvieron la misma escasa repercusión.

Para Oller, como para Cerdà, el ferrocarril es básico para el progreso social y económico de la ciudad. En La febre d’or las fortuna tanto política como financiera de los personajes están moduladas por las subidas o caídas de las acciones del ferrocarril, en resumen, por la confianza de la gente en el valor futuro de la inversión. Los dos viajes de Foix uno a París y otro a Madrid muestran que las fluctuaciones de las acciones del ferrocarril de terminan el destino de los hombres, de ciudades y regiones enteras.

Oller compartía la fe de la burguesía catalana en el progreso, creía en la evolución de la economía a través  historia, pero le atribuía la mano oculta del mercado. Para él la ambición activa la sociedad y produce el cambio y eso es bueno independientemente de los resultados personales. En La febre d’or, Oller valora las manos que saben hacer trabajar el dinero. Por eso su héroe tiene que ser un personaje activo, de hecho Gil Foix muestra las cualidades que Oller y su clase valoraban más: el poder de la voluntad, la osadía, la determinación hacia los negocios y el sentido de juego limpio. La febre d’or trata del poder y las limitaciones de una burguesía que cambió la imagen de la ciudad de Barcelona en pocas décadas.

 

 

4. Lo trasplantat

 

He escogido este cuento de Narcís Oller en particular porqué creo que refleja el pensamiento que tenía la burguesía y la clase acomodada barcelonesa de lo rural y que en gran parte nuestro autor compartía. Oller piensa que el campo y los árboles no le pueden enseñar nada nuevo y que nada más existe el progreso en la ciudad, en la sociedad de hombres.[15]En Lo trasplantat, pone en boca del “sapientísimo”  doctor Andreu una máxima: “en lo poble curt, l’home savi estorna ruc”[16] que recita Daniel [el panadero protagonista del cuento], este al visitar a su hijo en Barcelona y abrumado por todo lo que ve en la ciudad y en la fiesta de inauguración de la peluquería de su hijo, nos dice el narrador que sus pensamientos se van hacia su pueblo:

 

Tots los veïns de son poble li semblaren dignes de la major compasió. Viure a Barcelona era viure. Lo que havia vist de dia, lo que veía ara, era un somni que convidava a fer-ne una realitat perpètua. Estava resolt; a ses velleses havia d’esser barceloní: Li entrà l’afainy de viure entre persones i, sentir-se com superior a si mateix.[17]

 

“Vivir entre personas”, “ser superior”, nos dice el protagonista de la historia, es decir, los habitantes del campo son como animales y el progreso “solo” se puede dar en la ciudad, vivir en el medio rural es vivir en el pasado.

Daniel, llega en tren de noche a Barcelona y queda impresionado por la iluminación de la ciudad, su hijo le va dando referencias de todo lo que ve: passeig de Gràcia, l’Eixample, Montjuït, el camí de Sans y el mar está resplandeciente por luna que se refleja en él. Pero lo que le causa más impresión es la Rambla:

Los fanalets de color dels cotxos que es movien en direció diverses, la gen que ocupava la banca dels tranvies, los rius de claror que sortien de les botigues, los grupos de persones deturats davant de certs aparadors, la multitud pasejava per sota els arbres, los fanals d’anunci; tot oferia a sos ulls estranya novetat i acabava de marejar-lo.[18]

 

El vértigo de la ciudad que atrapa al hombre de campo, que le hace sentirse una pequeña pieza sumergida en un mar de ellas que es la multitud.

Al día siguiente, y sin estar todavía recuperado de esta sensación shock, como la llama Benjamin[19], que le ha producido la ciudad, nuestro protagonista se va a pasear mañana y tarde por Barcelona, se para a ver los escaparates y pararse delante de ellos, respetando la distancias con los coches que él veía venir, sumergido en la multitud, al igual que nos relata Baudelaire y cita Benjamín en Sobre algunos motivos en Baudelaire[20], se ha convertido en masa, no podemos llamarlo flâneur, porque es “victima” del embelesamiento, se le podría catalogar de transeúnte.[21] Daniel ve el puerto y los mástiles de los barcos le parecen un bosque, los coches de lujo que se cruzan con él llevan troncos de caballos arrogantes, con galoneados lacayos, nos dice Oller; continúa más adelante nuestro escritor describiéndonos el paseo y los sentimientos de “lo trasplantat”: “La plaça Rial amb s’agradable simetría, i la netedat; la Rambla amb son alegre brogit i el passeig de Gràcia ple també de moviment i vida, tenien a Daniel embadait.[22]

La historia de Lo trasplantat es la de dos personajes que van desde una pequeña población a Barcelona, que se “trasplantan”: padre e hijo. Aunque solo el primero no se adapta a la ciudad, después de haber tenido una primera impresión de asombro y quedar cautivado por la infinidad de estímulos que le ofrece la ciudad, esto hace que regrese a su pueblo, que está en las montañas, y alquile su horno de pan –es panadero emblemático en su pueblo–, que había sido su sustento y su vida hasta ese momento. Lo curioso es que si analizamos la trama desde un punto de vista sociológico, y observamos que el no adaptarse conlleva una grave consecuencia social, podríamos decir que se desclasifica, es decir, pierde su clase. El personaje, que tiene dinero y es respetado en su trabajo, que está colocado entre lo que es un trabajo artesano y lo que gracias a  su buen hacer se diría que es un industrial en ciernes. Pero al alquilar su negocio para irse a Barcelona con su hijo, se convierte en un viejo casi sin recursos que depende de su hijo. La ciudad que ya no le ofrece cosas nuevas cada día, llega a producir en él lo que podríamos llamar tedio, regresa a las montañas para morir descolocado, pues ahora el pueblo para él tampoco es el mismo. Lo extraño de esta obra de Oller, es que cuando analizamos la situación del hijo vemos que este no ha pasado a mejor situación social, pues de panadero ha pasado a barbero o peluquero, como hemos visto más arriba, que por muy hábil que sea en su oficio no significa una escalada en lo social. Así lo que podría haber sido una evolución a industrial en el pueblo, ha reculado a una condición de tendero en la capital.

Sobre este tema de las proyecciones sociales, Honore de Balzac en su obra Historia de los trece nos dice: “Cada esfera social proyecta su semillas sobre la esfera que tiene por encima”, de manera que “el hijo del tendero rico llega a notario, el hijo del comerciante de madera a magistrado”.[23]

A la manera de Balzac, Oller sacrifica al protagonista de la historia porque ha transgredido lo que podríamos llamar el modelo espacial, es decir, nuestro protagonista se ha movido en un espacio equivocado, la ciudad, cuando su espacio era el rural. Los personajes fuera de lugar perturban la armonía del entorno, contaminan el orden moral y deben pagar el precio.[24] También podíamos catalogar en esta categoría de desplazados de su clase social a Gil Foix de La febre d’or, que siendo carpintero en Sant Cugat dejará este oficio para irse a Cuba a buscar fortuna, no lo consigue y además tiene que volver precipitadamente por las refriegas constantes entre los lugareños y las tropas españolas de ocupación. A su regreso prácticamente arruinado se casa con Catalina y gracias a que esta recibe una herencia de su tío, el mossen de Vilaniu, Gil Foix empieza a invertir en bolsa y ganar grandes sumas de dinero, pero cegado por el dinero y engañado por burgueses de abolengo invierte en negocios, como el ferrocarril que serán ruinosos para él. Oller cerrando el círculo hará que Gil Foix regrese a su pueblo y a su carpintería.

Oller no se identifica con el “trasplantat”, sino con su hijo de clase media y de origen rural, una clase social que incorporada a la ciudad desde los años de su juventud, se convertirá en la nueva burguesía de la ciudad con ambiciones individuales y colectivas suficientes para adaptarse e incluso transformar su entorno.

5. La febre d’or

 

En esta novela Oller imaginó una trama en donde la interacción entre la ciudad y los personajes se hiciera manifiesta con el fin de analizar la relación entre el aspecto moral y el social. Este relato, iniciado en julio de 1886 y publicado entre 1890 y 1892[25], quiere reflejar la fiebre bursátil de 1880 y la crisis de 1882 y, al mismo tiempo, los movimientos sociales de la nueva burguesía enriquecida durante los años anteriores, que ahora se despliega en un espectáculo cosmopolita. En La febre d’or, Oller pinta escenas de la Barcelona finisecular, centrándose en las transformaciones y las conmociones sociales producidas por la ampliación de la red ferroviaria. Los personajes centrales de la obra son la familia de Gil Foix y, a su lado, hermanos, cuñadas y cuñado, sobrinos y hasta el personal de servicio. Oller en esta obra recrea la historia de Barcelona en el periodo posterior a la muerte de Cerdà. En esos momentos en Barcelona se estaban construyendo el enchanche proyectado por Cerdà y se ocupaban masivamente las viviendas construidas ya de dicho enchanche. Oller dibuja la Barcelona de los primeros años de la década de los 80, poniendo en primer plano al lado del estudio de los personajes, el estudio social de estos personajes: sus relaciones profesionales, amorosas, artísticas, sociales y de poder, su relación con la ciudad, entendiendo que la ciudad son tanto las plazas y calles de esta como el interior de las casas y la manera de vivir de los ciudadanos. En cuanto al espacio urbano, ofrece el espectáculo de la ciudad nueva, que se está construyendo durante esos años, como hemos visto más arriba.

La novela que tiene como telón de fondo la bolsa, eleva a esta como epicentro de las grandes transformaciones sociales. La descripción en el primer capítulo del mercado de valores ya nos sitúa en una Barcelona en ebullición donde en poco rato se puede ganar o perder grandes cantidades de dinero. Un ámbito  en el que el protagonista Gil Foix se encuentra como en casa y conoce los resortes de su funcionamiento. Pronto el éxito de su gestión hará que, pase de vivir con su familia en el carrer de Gíriti, de la ciudad vieja, al carrer Ample en una casa de dos pisos, uno para vivienda y el otro para la oficina, que comparten la misma dirección, pero están separadas funcionalmente por una doble entrada. Esta vivienda la ha adquirido Gil Foix de un aristócrata venido a menos. Para Gil es importante dar una imagen pública y privada de bienestar económico. Como una máscara más, Gil Foix tiene un criado negro y a pesar de que no hizo fortuna en Cuba, el criado negro –Panxito– le da cierto estatus de “americano”. Necesitamos ser para otros y nos proyectamos, la mirada del otro nos constituye y nos convierte en espectáculo.

Gil Foix, es instigador de todo tipo de gasto suntuoso suyo y de la familia, consciente de su importancia dentro del nuevo papel que juega en el teatro ciudadano. Las mujeres de la novela tienen entre sus principales ocupaciones el ir de compras, de prepararse para el espectáculo social. También este gasto excesivo repercutía en la casa nueva de los Foix, que incluso disponiendo de un espacio generoso “la familia se ahogaba” por falta de aire, con tantos tapices, cortinajes, alfombras, y, sobre todo ese exceso inútil peluche extendido por las paredes, por encima de las camas, mesas y sillas. Además todo el piso recargado de mobiliario, con pedestales que interrumpen el paso y donde Caterina [la mujer de Foix] se tropieza constantemente, con infinidad de flores de porcelana dentro de floreros que decoran los muebles, cuadros repartidos por todas las paredes de la casa y figuritas frágiles que reprimen los movimientos naturales y que cada día son motivo de disgusto para todos y además de regaños y lágrimas para el servicio.

Toda una Barcelona burguesa brilla, se exhibe y se divierte tanto en las reuniones privadas, como en la cena de navidad en el piso nuevo de los Foix que aparece en el capítulo III de la primera parte[26], donde el propietario se da cuenta “allò sí que era ser ric” y ninguna navidad como aquella donde invita a toda la familia y puede lucir el lujo y la riqueza de la nueva casa. También en la fiesta semiprivada de la inauguración de la torre de un nuevo rico, Giró, que aparece en el capítulo XII de la primera parte[27]–donde se describe, por cierto, desde las vistas de la torre la ciudad de  Barcelona al estilo de Víctor Hugo en Nuestra señora de París–, es una muestra de la ostentación del nuevo burgués.

El paradigma de la ostentación, el exhibicionismo y el afán por parecerse a las grandes ciudades europeas lo encontramos en la inauguración del Hipódromo, que organiza el Círculo Ecuestre en el capítulo XVI de la primera parte,[28]hipódromo situado como en un gesto Kitsch con vista al cementerio del suroeste.

En esta novela, Narcís Oller nos presenta una Barcelona que trabaja en el comercio y en las sociedades anónimas, que crea empresas nuevas, que gestiona la banca, la bolsa y la industria, que construye la red de ferrocarriles, que será locomotora de progreso. El tren tiene la doble función de transportar pasajeros de las comarcas a la capital y trasladar a la burguesía barcelonesa a los lugares de veraneo, como podría ser Donostia, o las grandes capitales en las cuales han de hacer negocios. Barcelona es una ciudad moderna que dispone de telégrafo para comunicarse con las principales capitales del mundo, donde las principales casas comerciales, como la Banca Foix, tienen corresponsales.

También el tren, como hemos visto, es la modernidad, un valor económico bursátil en alza, es un excelente medio de comunicación entre pueblos y culturas. Gil Foix se lanza de pleno a la aventura del ferrocarril y suscribe la sexta parte de las acciones del “carril” a Vilaniu, un doble gesto que indica seguridad de negocio en la operación y voluntad de mejora social, tal como declara en su discurso pronunciado durante el banquete celebrado en Vilaniu para buscar inversores para dicha línea de ferrocarril.

El optimismo de la burguesía catalana en la febre d’or era ilimitado, pero esta clase estaba falta de un marco político adecuado para llevar acabo su ambición. Gil Foix descubre esta realidad durante su estancia en París donde adivinando la magnitud del comercio mundial toma conciencia de su propio tamaño y de la escala de Barcelona en la red internacional de comercio. Pero no saca provecho de esta revelación y vuelve a Barcelona nada más para sucumbir a la vanagloria del ennoblecimiento y a las estrategias de un agente de bolsa más “vivo” que él.

Foix el hombre que se había hecho así mismo queda hipnotizado fatalmente por el oropel de la monarquía y abandona sus intereses reales y su misión histórica para perseguir falsos honores. Su destino comporta un fracaso estético y ético al mismo tiempo. Por tanto, está bien que su última aparición, quede reducida a su humilde condición de carpintero, como hemos visto más arriba, dedicado a construir marcos para su cuñado Francecs, pintor de escenas modernas.

 

 

6. Conclusión

 

Transformada y retransformada por la semiología en innumerables ocasiones, la ciudad no se ofrece como un referente neutral sino como una resistencia que marca la presencia de un significado ajeno. La literatura es una manera extraordinaria de representar la ciudad, la literatura genera formas de autoconciencia urbana y ha estado fuente principal de comprensión de la ciudad moderna.

La ciudad se la ha considerado por muchos autores como fetiche, desde Balzac a Oller pasando por Baudelaire o Dickens, en el siglo XIX, representaban a la ciudad como un ser vivo, con poderes mágicos, misteriosos y normalmente ocultos que dan forma y transforman el mundo que nos rodea y que por ello intervienen directamente o incluso determinan nuestras vidas. En algunas novelas de Oller, las características del medio urbano parecen funcionar exactamente de esa manera. Por el contrario, para Marx el término fetiche en su análisis de las mercancías desvela un significado más profundo; el fetiche tiene una base real, no meramente imaginaria. Establecemos relaciones sociales por medio de objetos y cosas que producimos y hacemos circular; las relaciones sociales están mediatizadas por cosas materiales. Del mismo modo, los objetos y las cosas se cargan de significados sociales y de una actuación del hombre intencionada. Para Marx, bajo el capitalismo es imposible escapar del fetichismo de las mercancías porque es parte del funcionamiento del mercado[29]. El dinero confiere un poder social a su dueño y todo el mundo se encuentra por ello en cierto grado cautivo de sus poderes fetichistas; la persecución del dinero y del reconocimiento que vemos por parte de algunos los personajes de La febre d’or se convierte en algo básico para comprender el comportamiento de estos con los demás.

La gran ciudad es un invento del siglo XIX, la calle como espacio de significación y creación toma tanta importancia como el espacio privado de la casa. El aparentar del nuevo rico en una voluntad de parecer diferente de las clases populares, se representa más lo que se quiere ser que lo que se es, como Gil Fox quiere distanciarse de su origen menestral. La misma ciudad se convierte en un decorado, una escenografía donde los ciudadanos representan su papel histórico, la novela La febre d’or pone en primer plano la idea de la ciudad como ciudad-espectáculo.

Oller no se inhibe de mostrar los aspectos deshumanizantes de la ciudad, que detecta por ejemplo el protagonista de Lo trasplantat con su mirada crítica. Sus preocupaciones sociales muestran una diversidad de temas con la distancia que separan a los pobres de los ricos. Muestra como la miseria material y moral engendra más miseria. La ciudad ofrece sus triunfadores y sus víctimas, los dominadores y los estafados, los mentirosos y los engañados.

7. Bibliografía

 

Harvey, D. (2008). París capital de la modernidad. Madrid: Ediciones Akal, S.A.

Oller, N. La papallona. Biblioteca Selecta.

Oller, N. (1984). La Bogeria (prólogo de Sergi Beser). Barcelona: Editorial Laia, S.A

Oller, N. (1992). Lo trasplantat, dentro de Isabel de Galceran i altres narracions (estudio introductorio Giuseppe Grilli). Barcelona: Edicions 62, S.A.

Oller, N. (2012) La febre d’or. Barcelona: Edicions 62, S.A.

Resina, J. Ramon (2008) La vocació de Modernitat de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana. Barcelona: Cercle de Lectors/ Galàxia Gutenberg.

Ramon, A. y Perrone, R. (2013). Teatres de Barcelona un recorregut urbà. Barcelona: Albertí, Editors S.L.

Dossier y otras fotocopias de la asignatura: Ciutat, Pensament Crític i Modernitat Artística.

https://es.wikipedia.org/wiki/Glacis_(tecnología_militar)

https://fr.wikipedia.org/wiki/Léon_Gozlan

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Joan Ramon Resina (2008). La vocació de modernitat de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, p.25. Barcelona: Cercle de Lectors/ Galàxia Gutenberg.

[2] Vide: Antoni Ramon y Raffaella Perrone, (2013). Teatres de Barcelona, un recorregut urbà, pp. 17-20. Barcelona: Albertí, Editors S.L.

[3]Joan Ramon Resina (2008). La vocació de modernitat de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, p. 14.

[4] Un glacis en tecnología militar es una pendiente suave y despejada que precede al foso de una fortaleza, y que está dominada por los baluartes y otras fortificaciones, desde los que se puede hacer fuego sobre él. Vide: https://es.wikipedia.org/wiki/Glacis_(tecnología_militar)

[5] Vide: Joan Ramon Resina (2008). La vocació de modernitat de Barcelona, auge i declivi d’una imatge urbana, pp. 28-29

[6] Ibídem, p. 30

[7] Vide: Rosa Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís Oller, realitat i somni de la ciutat, p.73. Valls: Cossetània Edicions.

[8] Ibídem, p. 73

[9] Ibídem, pp.52-54.

[10] Ibídem, p. 43.

[11] Léon Gozlan (1803-1866), escritor, periodista y dramaturgo francés, autor muy prolífico conocido sobre todo por su libro de recuerdos basado en Honoré de Balzac, Balzac en pantoufles (1856).  Vide: https://fr.wikipedia.org/wiki/Léon_Gozlan

[12] Vide: Rosa Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís Oller, realitat i somni de la ciutat, op. cit. p. 46.

[13] Narcís Oller, (1992) [1879] Lo trasplantat, pp. 77-78, dentro de la obra Isabel de Galceran i altres narracions. Barcelona: Edicions 62 S.A.

[14] Vide: Rosa Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís Oller, realitat i somni de la ciutat, op. cit. p. 70

[15] Ibídem, p.25.

[16] Narcís Oller, (1992) [1879] Lo trasplantat, p. 72, dentro de la obra Isabel de Galceran i altres narracions.

[17] Ibidem, p. 79.

[18] Ibidem, p. 75.

[19] Vide: Dossier de la asignatura de Ciutat, Pensamen Crític i Modernitat Artística, p.27. W. Benjamin, Sobre algunos motivos en Baudelaire, pp. 217-242

[20] Ibídem, p. 234.

[21] Ibídem, p. 230.

[22] Narcís Oller, (1992) [1879] Lo trasplantat, p. 76, dentro de la obra Isabel de Galceran i altres narracions.

[23] Honore de Balzac, Historia de los Trece. Citado por: David Harvey, (2008). París, capital de la modernidad, p. 53. Madrid: Ediciones Akal, S.A.

[24] David Harvey, (2008). París, capital de la modernidad, p. 55

[25] Vide: Rosa Cabré, (2004). La Barcelona de Narcís Oller, realitat i somni de la ciutat, op. ct. p. 64

[26] Narcís Oller, (2012) [1890-92]. La febre d’or, pp. 47-66. Barcelona: Edicions 62, S.A.

[27] Ibídem, pp. 152-160

 [28] Ibídem, pp. 215-231

[29] Vide: David Harvey, (2008). París, capital de la modernidad, p. 73.