miércoles, 19 de junio de 2013

Mi madre.





Mi madre.
Los primeros recuerdos de mi madre son difusos. Recuerdo su imagen en la casa que teníamos en Vélez, la cocina-comedor que había, ella haciendo la comida o por las tardes lavándome en una palangana de plástico blanco, echándome agua o refregándome con un estropajo de esparto las rodillas sucias de ir todo el día por el suelo, usando el jabón de lavar la ropa como gel y champú.
Recuerdo su voz llamándome desde la puerta para que regresara de la calle.
Recuerdo desde bien pequeño haberle ayudado cuando tenía que matar algún pollo o conejo, yo se lo sujetaba y ella lo mataba.
Recuerdo esos innumerables viajes a Málaga en el autocar desde Vélez y luego cogiendo el urbano en Málaga, los sillones de madera del bus y la blancura de las enfermeras en el hospital, con ese olor tan característico que se me ha quedado en mi mente para siempre.
Recuerdo vagamente ir cogido de su mano a comprar, ella embarazada de mi hermana. El día del nacimiento de mi hermana, su cara de cansada en la cama, una mujer bañando a mi hermana en la famosa palangana – Mi hermana tenía un abundante pelo negro que con el tiempo cambió a rubio –. La llegada de mi tía con mis hermanas, los cubos de agua ensangrentada con trapos en el patio – yo me preguntaba qué habría pasado para que estuviera aquello allí –.Las vecinas trajeron plátanos y chocolate al día siguiente como regalo por el nacimiento de mi hermana.
Recuerdo el tren que nos trajo a Cataluña, mi madre amamantando a mi hermana y repartiéndonos la comida que llevaba para el viaje – Ella comía como un pájaro, puede que fuera por los innumerables ayunos que hizo en su vida, pues cada vez que mi padre bebía o ella sospechaba que había bebido por el retraso en el regreso del trabajo, no comía. Luego años más tarde cualquier bichillo que le afectara o cualquier preocupación hacían que no comiera. Cuando murió pesaba 37 kilos –, su preocupación y su nerviosismo ante una nueva vida lejos de los suyos y un poco el sentimiento de indefensión ante un peligro ya conocido, aunque ella siempre albergo la esperanza de un cambio en mi padre, que cuando se produjo ya era demasiado tarde y habían demasiadas heridas abiertas.
Recuerdo aquellos primeros años en Cataluña, haciéndonos ropa; camisas y pantalones para mí y vestidos para mis hermanas – Era una mujer extraordinaria cosiendo nos hacía jerséis de lana o bufandas, casia las cortinas de todas las ventanas y disimulaba los rotos de mis pantalones con parches –.
La recuerdo en la mudanza al piso nuevo, saludándose con las vecinas nuevas, con las que mantendría siempre una gran amistad – Las vecinas la compadecían y no entendían muchas cosas, pero eran otros tiempos y ella se sentía atrapada –, muchas veces estas vecinas le dieron cobijo.
Recuerdo cuando empezó a traer faenas para hacer en casa, primero tapones y luego durante tantos años bragas.
Recuerdo aquellas noches de portal frio, con mis hermanas, huyendo de la ira de mi padre que estaba bebido.
Las tardes que durante mucho tiempo una vecina que estaba sola y era mayor, pasaba en casa buscando la compañía y ese ver las cosas desde un punto de vista más positivo que tenía mi madre – Con los años se le fue minando y al final de su vida tenía una depresión que solo alegraban sus nietos –.
Se fueron los hijos y empezó a cuidar nietos y a infundirles un amor que quedó dentro de ellos, para siempre grabado por sus besos.
En sus últimos años con algún que otro ingreso en el hospital, yo pasaba las noches con ella – Bueno un rato pues mis hermanas estaban hasta las tantas y nos servía para rencontrarnos y recordar momentos graciosos de nuestra infancia que también los hubo –, la verdad es que en vez de velar yo su sueño era ella la que me velaba a mí, pues yo me quedo dormido en cualquier sitio.
En sus últimos días no había nada que hiciera pensar que algo le iba ocurrir, se le hincharon las piernas un poco y yo le comenté que fuera a urgencias, pero la verdad sin mucho convencimiento, ella me dijo “que tenía visita con su médico y que no se encontraba mal, que además cada vez que iba a urgencia salía acribillada a pinchazos en los brazos.
Sus últimos minutos en la cama del hospital mordiendo el aire que le faltaba… No podía respirar… Me dio la mano y me la apretó, luego una suave caricia. Rodeada de mi hermana pequeña y la grande cada una a un lado de su cabeza y yo en sus pies, sintiendo que la vida se le iba, una parte de mí también se fue con ella.
Su último suspiro… Lo recordaré siempre. Mis hermanas sumidas en el desgarro de la pena y la orfandad, sin hacernos a la idea de su falta, buscando el consuelo los unos con los otros y no encontrándolo, solo ella sabía consolarnos y hacer nuestras penas más pequeñas.





































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