viernes, 14 de junio de 2013
Mis visitas al hospital 2
La tercera vez que pasé por el hospital tenía veintinueve años.
La medicina había evolucionado una barbaridad y estuve solo tres días ingresado. Me operaron de un varicocele – Son varices en los testículos-.
El día del ingreso cuando me fue a rapar la auxiliar corrió la cortina para que no me viera mi compañero y no se dio cuenta que por la ventana desde otra habitación, de un pasillo contiguo una mujer me estaba mirando, cuando se dio cuenta bajó la persiana a toda prisa – A mí me daba igual tengo poco pudor o tal vez sea un poco exhibicionista-.
Mi compañero de habitación, era un señor mayor que roncaba exageradamente y le olían los pies – Menos mal que yo no tenía problemas para dormir pues menuda locomotora-. Hoy día soy yo quien ronca una barbaridad o por lo amenos eso dice mi compañera y sus hijos que no hacen otra cosa que quejarse de mí. De hecho no hace mucho estuve con un compañero del club de perros en el que entreno compartiendo habitación en un hotel y me grabó… y sí… ronco y mucho.
La cuarta vez que estuve en un hospital fue por un accidente de trabajo.
Un chico una mañana de un viernes 12 de mayo del 2000, me pidió que le ayudara a colocar una guía de una botonera en una viga de un puente grúa, colocó dos escaleras apoyadas en la viga del puente y nos subimos cada uno en nuestras respectivas escaleras, como la mía no apoyaba mucho porque era un poco corta, el chico se bajó, cogió la botonera del puente y en vez de darle al puente hacia tras le dio hacia adelante, provocando la caída de la escalera y yo detrás con tan mala suerte que quedó apoyada en un caballete y mi pierna entró entre los peldaños de la escalera, rompiéndome la tibia y el peroné por palanca, no sentí dolor solo un leve cosquilleo en el píe e incluso bromee sobre la caída, pero cuando fui a levantarme la pierna colgaba como un guiñapo y tenía un giro brutal sobre su eje. La ambulancia vino muy pronto y el hecho de estar cerca del hospital, hizo que los médicos no dejaran que me subiera el dolor. Como era un accidente laboral me trasladaron del Hospital de Granollers a una mutua en Barcelona.
Cuando me ingresaron, me pincharon la epidural para operarme, sentí un gran calambrazo en la pierna rota, fue terrible. Me dijeron que la anestesia duraría unas dos horas y a las doce me metieron en quirófano, los cirujanos no venían y el tiempo iba pasando, una hora, dos horas y yo allí esperando, viendo el reloj colgado que hay en todo quirófano. A las dos y diez de la tarde se presentan los cirujanos y todo el equipo médico, el cirujano coge el bisturí y empieza a cortarme por la rodilla, noto como me corta y grito, el anestesista me pregunta “ que sientes algo” asiento y me ponen una inyección que me deja anestesiado completamente.
Cuando me desperté, estaba casi toda la familia en la habitación, la madre de mis hijas no había llegado, habían pasado diez horas del accidente cuando llegó. Era su primer día de trabajo y aunque le ofrecieron la oportunidad de irse, el hecho de ser médico y dejar la consulta sin facultativo o esperar a que le viniera un relevo, no le pareció bien y decidió quedarse a terminar su jornada. Como no tenía coche se tuvo que espabilar con transporte público y aunque salió a las dos se presentó a las seis. No quería quedarse a pasar la noche conmigo, que llevaba muchas horas sin ver a mis hijas y para tranquilizarlas quería estar con ellas. Mi madre quería quedarse conmigo pero mis hermanas no la dejaron.
A la madre de mis hijas no le quedó más remedio que llamar a su madre para que se quedara con las niñas – Mi suegra era reacia a quedarse con mis hijas fuera de su casa y la madre de mis hijas a que salieran de casa-.
La verdad es que no me enteraba mucho de lo que ocurría.
Fueron veinte días de hospital y seis meses de baja.
La última vez que pasé por el hospital también fue por un accidente laboral – Fue el 21 de junio del 2005-.
Estaba subido en un andamio con ruedas, poniendo un falso techo de placas de lana de vidrio, le pedí a un chico que me moviera el andamio… y lo movió con tanta fuerza que lo volcó, salté y sólo puse la pierna izquierda al caer, pues en el anterior accidente me fracturé la derecha y creí que me haría más daño en la pierna si ponía las dos. La tibia me estalló y la articulación del tobillo me quedó inservible. Había quince fragmentos de tibia y el peroné se fracturo por simpatía al no poder aguantar la vibración que se produjo en el impacto.
Cuatro operaciones y varios ingresos, muchas horas para darle vueltas a la cabeza pensando en un futuro incierto, depresión. Me sentía incomprendido y sé que a mi compañera actual no se lo hice pasar bien.
Me fijaron el tobillo para siempre y con ello la imposibilidad de trabajar en lo que trabajaba.
Dos años de baja… Pero en fin “no hay mal que por bien no venga”, me quedó una paga y pude estudiar lo que de joven no hice.
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