miércoles, 8 de mayo de 2013

Vivencias 2





Aquellos primeros años en el barrio vivían muy pocas familias pues sólo habían dos bloques de pisos. Eso sí, de niños había un montón con los que jugábamos mis hermanas y yo. Nosotros nos pasábamos el día en la calle y nos parecía extraño que las madres de los otros niños no los dejarán estar en la calle mucho y que se preocuparán tanto por si hacían los deberes de escuela o no. En  mi casa había más libertad para hacer o no hacer, mi madre mostraba interés por nuestras cosas, pero ella bastante tenía con la organización de la casa y tirar hacia adelante con lo poco que le daba mi padre, y con lo que aportaba mi hermano, que no era mucho. La pobre, aparte de su gran trabajo de cuidar sola hijos, marido y casa, se tuvo que poner a trabajar haciendo tapones en casa para una empresa de plásticos, un montón de horas cada día. Con el dinero de los tapones nos compraba los zapatos y algo de ropa, pues la mayoría de la ropa nos la hacia ella. La compra de ropa o zapatos eran motivos de peleas con mi padre, que nunca veía bien que se gastara dinero en nosotros. La verdad es que era un poco egoísta.
Yo pasaba el día entre la escuela y las calles del barrio. En la escuela pasaba verdadero miedo, los profesores no se cortaban en infringir castigos corporales.
En la calle, cuando mis amigos se marchaban a su casa,  me quedaba sólo durante horas jugando a la pelota, con una botella de lejía, chutando a una persiana de un garaje del bloque donde  vivía, haciendo de varios jugadores a la vez, hablando solo, pensando en voz alta,...
En verano recuerdo que íbamos al río con mi madre a bañarnos y a merendar. Hacía largos en el río sin saber nadar, donde no cubría y poniendo las manos en el fondo del río. Cogíamos algún  pez y lo llevábamos a casa,…, se nos moría a las pocas horas.
En verano los niños y niñas organizábamos también nuestras olimpiadas en el campo que había por encima de donde vivíamos. Haciamos carreras, saltos improvisados con una caña que sujetaban dos niños, saltos de longitud y lanzamiento de peso con una bola de hierro que me encontré. Normalmente las carreras y todo lo demás lo ganaban mi hermana y el Eduard, un niño del cual fui amigo durante mi infancia. Yo casi siempre era el último.
Al colegio vino un día un entrenador de atletismo que nos explicó lo que era y lo gratificante que es luchar contra uno mismo, superándose cada día con el entreno. Empecé a hacer atletismo y me decante por las pruebas de fondo, donde con constancia y sacrificio se conseguían resultados. A pesar de padecer de asma y ahogarme –hoy día sé que podía haber usado inhaladores, pero en aquel tiempo nadie  me lo dijo- entrené todo lo que pude y nunca conseguí grandes resultados. Cuando vine de la “mili” lo dejé.
Mi hermana Carmen que era más dotada para el deporte que yo, también empezó a hacer atletismo, corría pruebas de velocidad y hacia salto de longitud. Se le daba mejor que a mí. Ambos luchamos con lo que teníamos, que era poco, y con nuestro padre que nunca nos apoyó en nada, más bien lo contrario.
El último año de colegio lo pasé un poco esperando que se acabara pues sabía que mi padre quería que me pusiera a trabajar lo antes posible a pesar de ser ilegal. Pasado el verano del 1980 me fui a trabajar con mi cuñado José María, el marido de mi hermana Rosa, y su hermano. Fue bastante duro trabajaba diez horas diarias por nada pues la mayoría de veces ni me pagaban. Cuando me pagaban me daban lo que hoy serían doce euros que en aquella época también era una miseria
Trabajé haciendo una casa en una urbanización en el Montseny. Hacía de chico para todo, aunque lo que hice más fue de peón de albañil. ¡No he pasado más frío en mi vida! Por la mañana tenía que romper el hielo del cubo de agua con la pala y luego hacer la pasta para los ladrillos a mano, pues  no teníamos máquina hormigonera. Pero lo peor de todo era lo déspota y lo poco sensible que era mi cuñado.
Pondré un ejemplo aunque no fuera en el trabajo: Mi hermana mayor había tenido una niña que yo iba a cuidar para que ella hiciera trabajos de casa, comprar, etc. Muchos días me quedaba a comer en su casa y un día después de comer me ofreció café y le dijo a su marido: “Dale una galleta a Jorge” y me pegó un tortazo. Así eran sus bromas orales a los niños y siempre había que estar atento para que no te cayera un bofetón.


  





         

No hay comentarios:

Publicar un comentario