Aquellos
primeros años en el barrio vivían muy pocas familias pues sólo habían dos
bloques de pisos. Eso sí, de niños había un montón con los que jugábamos mis
hermanas y yo. Nosotros nos pasábamos el día en la calle y nos parecía extraño
que las madres de los otros niños no los dejarán estar en la calle mucho y que
se preocuparán tanto por si hacían los deberes de escuela o no. En mi
casa había más libertad para hacer o no hacer, mi madre mostraba interés por
nuestras cosas, pero ella bastante tenía con la organización de la casa y tirar
hacia adelante con lo poco que le daba mi padre, y con lo que aportaba mi hermano,
que no era mucho. La pobre, aparte de su gran trabajo de cuidar sola hijos,
marido y casa, se tuvo que poner a trabajar haciendo tapones en casa para una
empresa de plásticos, un montón de horas cada día. Con el dinero de los tapones
nos compraba los zapatos y algo de ropa, pues la mayoría de la ropa nos la
hacia ella. La compra de ropa o zapatos eran motivos de peleas con mi padre,
que nunca veía bien que se gastara dinero en nosotros. La verdad es que era un
poco egoísta.
Yo pasaba el día entre la escuela y
las calles del barrio. En la escuela pasaba verdadero miedo, los profesores no
se cortaban en infringir castigos corporales.
En la calle, cuando mis amigos se
marchaban a su casa, me quedaba sólo durante horas jugando a la pelota,
con una botella de lejía, chutando a una persiana de un garaje del bloque donde vivía, haciendo de varios jugadores a la vez, hablando solo, pensando en voz
alta,...
En verano recuerdo que íbamos al río
con mi madre a bañarnos y a merendar. Hacía largos en el río sin saber nadar,
donde no cubría y poniendo las manos en el fondo del río. Cogíamos algún
pez y lo llevábamos a casa,…, se nos moría a las pocas horas.
En verano los niños y niñas organizábamos también nuestras olimpiadas en el
campo que había por encima de donde vivíamos. Haciamos carreras, saltos
improvisados con una caña que sujetaban dos niños, saltos de longitud y
lanzamiento de peso con una bola de hierro que me encontré. Normalmente las
carreras y todo lo demás lo ganaban mi hermana y el Eduard, un niño del cual
fui amigo durante mi infancia. Yo casi siempre era el último.
Al colegio vino un día un entrenador
de atletismo que nos explicó lo que era y lo gratificante que es luchar contra
uno mismo, superándose cada día con el entreno. Empecé a hacer atletismo y me
decante por las pruebas de fondo, donde con constancia y sacrificio se
conseguían resultados. A pesar de padecer de asma y ahogarme –hoy día sé que
podía haber usado inhaladores, pero en aquel tiempo nadie me lo dijo-
entrené todo lo que pude y nunca conseguí grandes resultados. Cuando vine de la
“mili” lo dejé.
Mi hermana Carmen que era más dotada
para el deporte que yo, también empezó a hacer atletismo, corría pruebas de
velocidad y hacia salto de longitud. Se le daba mejor que a mí. Ambos luchamos
con lo que teníamos, que era poco, y con nuestro padre que nunca nos apoyó
en nada, más bien lo contrario.
El último año de colegio lo pasé un poco
esperando que se acabara pues sabía que mi padre quería que me pusiera a
trabajar lo antes posible a pesar de ser ilegal. Pasado el verano del 1980 me
fui a trabajar con mi cuñado José María, el marido de mi hermana Rosa, y su
hermano. Fue bastante duro trabajaba diez horas diarias por nada pues la
mayoría de veces ni me pagaban. Cuando me pagaban me daban lo que hoy serían
doce euros que en aquella época también era una miseria
Trabajé haciendo una casa en una
urbanización en el Montseny. Hacía de chico para todo, aunque lo que hice más
fue de peón de albañil. ¡No he pasado más frío en mi vida! Por la mañana tenía
que romper el hielo del cubo de agua con la pala y luego hacer la pasta para
los ladrillos a mano, pues no teníamos máquina hormigonera. Pero lo peor
de todo era lo déspota y lo poco sensible que era mi cuñado.
Pondré un ejemplo aunque no fuera en
el trabajo: Mi hermana mayor había tenido una niña que yo iba a cuidar para que
ella hiciera trabajos de casa, comprar, etc. Muchos días me quedaba a comer en
su casa y un día después de comer me ofreció café y le dijo a su marido: “Dale
una galleta a Jorge” y me pegó un tortazo. Así eran sus bromas orales a los
niños y siempre había que estar atento para que no te cayera un bofetón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario