viernes, 1 de febrero de 2019

Comparativa entre La Metamorfosis de F.Kafka y Un corazón simple de G. Flaubert



1. Introducción.
Los dos textos que analizo en este trabajo La Metamorfosis (1915) de Franz Kafka y cuento de Flaubert Un corazón simple (1875-1877) perteneciente a su libro Tres cuentos, son a mi entender, obras cercanas en la manera en que ambas abordan el conflicto de las relaciones personales de sus protagonistas con su respectivas familias y con la sociedad que les rodea.

Hay en los dos personajes, Gregor Sansa* ‒La Metamorfosis‒ y Félicité ‒Un corazón simple‒, una situación que podríamos llamar de desubicación en la sociedad y también en sus relaciones familiares, ambos podríamos decir que son utilizados por sus familiares para sacar provecho de su trabajo sin importarles lo que ellos puedan sentir. Hay sin duda una clara falta de comunicación entre ellos y el mundo que los envuelve, produciéndose lo que podríamos llamar una animalización ‒Clara en Gregor Sansa‒ y más tarde una cosificación de nuestros protagonistas, por falta de empatía hacia ellos por parte del mundo que los atraviesa.

*He respetado los nombre originales de los personajes, en las ediciones que he utilizado estaban traducidos.

2. El espacio íntimo de los héroes, animalización y cosificación de ambos.

Encontramos como centro vertebrador de la historia en ambos relatos el cuarto de nuestros protagonistas, La Metamorfosis comienza en este espacio íntimo de Gregor Sansa; después de que el narrador nos informe de que: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregor Sansa se despertó convertido en un monstruoso insecto”[1], a continuación pasa a describirnos la habitación de nuestro protagonista, de entrada no parece que el narrador quiera dar muchos de talles de la habitación y nos dice: “su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual”[2]. También el narrador de Un corazón simple, nos hace una descripción detallada de la casa de Madame Aubain, de su primera planta, haciendo honor al mejor estilo narrativo flauberiano, sube el narrador a la segunda planta y escuetamente nos dice: “En el segundo piso, una claraboya iluminaba el cuarto –una buhardilla– de Félicité, que daba a los prados”[3]. Tal vez esa mirada del cuarto al prado nos recuerde el apego a la naturaleza, a lo animal que puede haber en Félicité.

Volviendo al cuarto de G. Sansa, después de ese escueto “aspecto habitual” de la habitación de Sansa, el narrador pasa a darnos algunos detalles más, nos dice que hay desparramado sobre la mesa un muestrario de paños, pues G. Sansa es viajante de comercio, nos dice que tiene un recorte de una revista ‒una mujer‒ en marcado y colgado de la pared, es decir, no tiene ningún retrato de algún familiar o de alguna novia enmarcado, sino un recorte de una revista, también nos dice que su cuarto tiene una ventana que da a la calle, que está lloviendo y que siente una gran melancolía; se siente solo a pesar de vivir en familia. Duerme G. Sansa en su cuarto encerrado bajo llave, como si viviera entre extraños y tuviera que preservar su intimidad, más allá de lo normal entre familiares.

Poco a poco el narrador va añadiendo objetos al cuarto de nuestro protagonista, un baúl, un sofá que le sirve de refugio escondiéndose debajo cuando entran a dejarle comida o limpiar su cuarto, un escritorio o la cama. El sofá le sirve a nuestro protagonista como atalaya para observar la calle desde su ventana.

Gregor intenta salir del cuarto, pero su padre se lo prohíbe y se muestra agresivo con él, se da cuenta que la habitación va a ser su cárcel, pues ahora la llave está por fuera y son ellos los que lo encierran y no él el que se encierra:

[…] aquella habitación fría y de techo alto, en donde había de permanecer echado de bruces, le dio miedo; y no entendía por qué, pues era la suya, la habitación en que vivía desde hacía cinco años.[4]

Desde el interior de su cuarto Gregor toma conciencia del rol que jugaba en la familia, esto lo hace a través de escuchar las conversaciones de sus padres con su hermana, había un interés evidente por parte de ellos ‒sobre todo por parte del padre‒ en que él trabajara, pues esto permitía que todos pudieran llevar una vida cómoda y sin preocupaciones, aunque para que esto sucediera Gregor tuviese que madrugar exageradamente, llegar tarde por la noche o estarse varios días fuera durmiendo en hoteles de poca monta y comiendo poco para ahorrar.

El cuarto de Gregor Sansa es vaciado por su hermana y su madre, es decir violan el espacio íntimo de nuestro protagonista y con ello todo lo que pudiera quedar de humano, el baúl donde guardaba las herramientas de carpintería, su hobby, el escritorio, que sirve para realizar una de las acciones exclusivamente humanas, la escritura.

La hermana encargada de los “cuidados” de Gregor, cada vez lo cuida menos, tiene el cuarto sucio, no se molesta si ha comido más o menos, y lo que sobra o no se come lo barre sin el menor interés. Gregor permanece en su cuarto a oscuras, oscuro el cuarto como oscura ha sido su vida, mientras su familia está en el salón iluminado. Él había hecho todo lo posible para que su familia estuviera bien, se sacrificó por ellos para que estuvieran bien. Y ellos no le ahorraron ningún esfuerzo y ahora ellos se tienen que poner a trabajar y privarse de algunas comodidades, por no haber puesto más atención a lo que sentía su hijo y hermano; pero Gregor se siente culpable de esta situación, de no cumplir con el rol que él mismo se había impuesto de sustento de la familia.

El espacio íntimo de Gregor Sansa, su cuarto, que en un principio era un espacio reservado con el derecho de admisión acotado por nuestro protagonista con su llave, que luego pasó a ser calabozo visitado solo por la hermana, se convierte al final en un trastero, donde se va depositando todo lo que en principio no sirve o ha dejado de servir ‒como Gregor Sansa‒, al cargo de una extraña, es decir, no de la familia, una mujer que define el narrador como “robusta” tanto físicamente como de carácter, la asistenta.

[…]Habían adoptado la costumbre de meter las cosas que estorbaban en otra parte [Gregor], que por cierto eran muchas, pues uno de los cuartos de la casa había sido alquilado a tres huéspedes. [Ellos, los huéspedes] No soportaban los trastos inútiles, y mucho menos la suciedad.[5]

Gregor se ha convertido en una cosa inútil y sucia, también desde el punto que es una vergüenza para la familia lo que le ha ocurrido, como nos recuerda el narrador en diversas ocasiones.
Sigue relatándonos el autor la situación en la que se va encontrando Gregor en su habitación:

Además, habían traído consigo la mayor parte de su mobiliario [los huespedes], lo cual hacia innecesario algunos muebles imposibles de vender, pero que la familia tampoco quería tirar. Y todas esas cosas habían ido a parar al cuarto de Gregor, junto con el recogedor de la ceniza y el cubo de la basura. Lo que de momento no había de ser utilizado, la asistenta lo tiraba rápidamente al cuarto de Gregor, quien por fortuna, la mayoría de las veces, solo veía el objeto en cuestión y la mano que lo sujetaba. Quizá tuviese intención la asistenta de volver a buscar aquellas cosas cuando tuviese tiempo, o pensara tirarlas todas de una vez; pero el hecho es que permanecían allí donde habián sido dejadas, a menos que Gregor se revolviese contra algún trasto y lo desplazara, impulsado a ello porque el objeto en cuestión no le dejaba ya sitio libre para arrastrarse o por pura rabia, aunque después de tales traslados quedaba horriblemente triste y fatigado, sin ganas de moverse durante horas enteras.[6]

Gregor Sansa queda abandonado en la habitación como una cosa más. Ha sufrido nuestro protagonista un proceso de animalización primero y luego de cosificación se ha convertido en una cosa que no le importa a nadie. Este proceso recuerda al que se produce en otro cuento de Kafka, Un artista del hambre (1922), un hombre en cerrado en una jaula ‒como un animal‒ es exhibido en un circo, su “don” es el de ayunar durante días y días. Pero este número que en una época causaba de mucha expectación, ya no gusta al público, y el artista del hambre encerrado en su jaula sin comer acabará convertido en una cosa de la que nadie se acuerda, al final el ayunador morirá entre la paja y será enterrado como un despojo más junto a la paja cuando limpien la jaula. También Gregor Sansa morirá entre otras cosas por desatención y será barrido y tirado a la basura por la sirvienta, cuando era útil a la familia se le hablaba con cariño: “¡Qué voz tan dulce! Exclama Gregor cuando escucha la voz de su madre la mañana de la transformación, advirtiéndole que ha de ir a trabajar, todo esto se convierte en violencia por parte de su padre ‒ no olvidemos la manzana que le lanza el padre y se le queda incrustada en el caparazón provocando junto a otras cosas la muerte de Gregor‒ y despreocupación por parte de la hermana cuando Gregor dejó de ser rentable, es más respiran aliviados cuando muere y cuando la asistenta se deshace del cadáver evitándoles a ellos tenerlo que hacer; No le preguntan a esta ni como lo ha hecho ni cuándo, sin darle la mayor importancia, como el que se deshace de un mueble viejo que ya no les sirve.

Nuestra otra protagonista, Félicité, contrariamente a Gregor Sansa que pertenece a una pequeña burguesía venida a menos, es una criada que como dato curioso tiene el mismo nombre de la criada de la protagonista de la novela más famosa de G. Flauber Madame Bovary (1857), Aunque Félicité opera como la contra figura de Emma Bovary, y más aún, que el cuento Un corazón simple se encuentra en el otro extremo de la novela Madame Bovary, esta como la historia de la perdición de un “alma” y aquel como la salvación en lo transcendente de una pobre mujer. Desde este punto se produce una inversión de los signos, por cuanto se comparan dos obras, y sobre todo, dos personajes que, en el nivel de superficie, podrían equipararse, igualados en su papel de víctimas de una realidad aplastante, para Emma de sus aspiraciones románticas y de su imaginación, para Félicité, de la propia vida, no solo desde una instancia espiritual, sino también desde lo más puramente biológico y material.[7]

El espacio más íntimo de Félicité, su cuarto, del cual como hemos visto más arriba el narrador no nos da en un principio muchos detalles de él, pero cuando una vez ya se han ido desarrollando la mayoría de los acontecimientos de la historia, el autor se para y aprovechando que le han devuelto el loro Loulou disecado nos da más detalles del cuarto de Félicité a modo de inventario:

Félicité lo puso en su cuarto [al loro].
Este lugar, donde dejaba entrar a poca gente, parecía una mezcla de capilla y de bazar, tan lleno como estaba de objetos religiosos y de cosas heteróclitas.
Había un gran armario que estorbaba para abrir la puerta. Enfrente de la ventana, dando a la huerta, un ojo de buey mirando al patio; junto al catre de tijera, una mesa con un jarro de agua, dos peines y un pedazo de jabón azul en un plato despostillado. En las paredes se veían rosarios, medallas, varias vírgenes, una pila de agua vendita hecha de una cáscara de coco; sobre la cómoda, cubierta con un paño como un altar, la caja de conchas que le había regalado Víctor [su sobrino]; además una regadera y un globo, cuadernos de caligrafía, la geografía en estampas, un par de botinas; y, en el clavo del espejo, el sombrerito de felpa [de Virginie hija de Mme Aubain] colgado por las cintas. Félicité llevaba tan lejos esta clase de respeto que hasta conservaba una levita del señor. Todas las antiguallas que ya no quería madame Aubain las cogia ella para su cuarto. Así es que había flores artificiales en el borde de la cómoda, y el retrato del conde de Artois en el hueco de la claraboya. Loulou quedo acomodado sobre una tablilla clavada en un saliente de la chimenea. Por las mañanas, al despertarse, Félicité lo veía a la luz del alba, y entonces se acordaba de los días desaparecidos, y de las cosas insignificantes, hasta los menores detalles, se acordaba sin dolor, plena de tranquilidad.[8]

Como vemos Félicité guarda en su cuarto sus recuerdos y a través de ellos una cronología de lo que ha sido su vida, hasta llegar a ser una cosa más de ese cuarto, como podríamos decir de Gregor Sansa que al final de su vida se convirtió en una cosa más de su cuarto.

Una vez muerta Mme. Aubain y que Paul pusiera la casa en venta nos dice el narrador:” Lo que más pena le daba era abandonar su cuarto”, ese cuarto que se había convertido como dice el autor en su “capilla”, en su centro donde ahoga sus penas.

Félicité, huérfana de padre y madre, es recogida por unos labradores que la tratan como un animal más de la granja, de hecho ella tiene comportamientos animalizados: “bebía, tumbada boca abajo, el agua de los charcos”. El autor nos muestra en varios pasajes de la obra que Félicité entre los animales se encuentra bien: “sabía embridar un caballo, engordar las aves de corral”. El autor nos relata un episodio en donde vemos esta cercanía al mundo animal y como un animal ‒un perro fiel‒ defiende a la familia de su señora aunque esto le pueda costar la vida, de hecho en al comienzo del relato el autor nos dice: “fue siempre fiel a su ama sin embargo no siempre era una persona agradable”.

Veamos pues como el autor representa todo lo dicho en el párrafo anterior:

Una tarde de otoño volvieron por los prados.
La luna, en cuarto creciente, alumbra una parte del cielo, y sobre las sinuosidades del Toticques flotaba como una niebla. Unos bueyes, echados en medio del prado, miraban tranquilamente pasar aquellas cuatro personas [Mme Aubain, sus dos hijos y Félicité]. En el tercer pastizal se levantaron algunos y la rodearon. ‹‹¡No tengan miedo!››, dijo Félicité; y, murmurando una especie de romance, le pasó la mano por el espinazo al que estaba más cerca; el animal dio media vuelta y los otros le imitaron. Pero, ya atravesado el pastizal siguiente, oyeron un bramido formidable. Era un toro que, por la niebla, no habían visto. Avanzó hacia las dos mujeres. Madame Aubain iba a echar a correr. ‹‹¡No, no, no vayáis tan deprisa!›› Sin embargo aceleraban el paso y oían detrás de ellas un resoplar sonoro que se iba acercando. Las pezuñas golpeaban como martillos la hierba de la pradera; ¡Ahora galopaba! Félicité se volvió y, con ambas manos, se puso arrancar terrones y a tirárselo al toro a los ojos. El toro bajaba el morro, sacudía los cuernos y temblaba de furia bramando horriblemente. Madame Aubain, en la linde del prado con sus dos pequeños, alteradísima, buscaba la manera de franquear el resalto. Félicité seguía andando hacia atrás ante el toro y tirándole terrones de césped que le cegaban, a la vez que gritaba: ‹‹¡Corran, corran!››.
Madame Aubain bajo a la zanja, empujó a Virginie, después a Paul, se cayó varias veces intentando escalar el talud, y a fuerza de valor lo consiguió.
El toro había arrinconado a Félicité contra una empalizada; su baba le saltaba a la cara; un segundo más y la destripa. A Félicité le dio tiempo a colocarse entre dos estacas, y el enorme animal, muy sorprendido, se detuvo.[9]

Nos demuestra claramente el autor que hay esa animalización en Félicité, al igual que Gregor Sansa es un animal.
Félicité es como hemos dicho una mujer de clase baja, reducida por las circunstancias a trabajar de sirvienta, frente a ella tenemos a Mme Aubain, a Bourais [administrador de las propiedades de Mme Aubain], a Théodore [amor frustrado de Félicité, también Gregor tiene un amor frustrado, el de una cajera de una sombrearía a la que cortejó sin empeño suficiente nos dice el autor, quizá por su deber hacia la familia no podía comprometerse ni casarse], es decir, a la visión fría y materialista de la burguesía que solo ve en ella un objeto útil. Ya el narrador nos dice que la burguesía de Pont-l’Evêque aprecia en Félicité su eficacia, más propia de una máquina que de una persona, una maquina ideal, porque además de hacer a la perfección su trabajo es económica.[10] La primera frase del cuento ya nos habla de este hecho: “A lo largo de medio siglo, las burguesas de Pont-l’Evêque le envidiaron a madame Aubain su criada Félicité”;[11] Y remata el primer capítulo como si a lo largo de su vida hubiese sufrido una transformación hacia un robot [lo que pasa es que en la época de Flaubert no había robots y la define con otras palabras]:

[…]A los veinticinco años, le echaban cuarenta. Desde los cincuenta, ya no representó ninguna edad. Y, siempre silenciosa, erguido el talle y mesurados los ademanes, parecía una mujer de madera que funcionara automáticamente.[12]

3. La entrega a sus seres queridos.
Fëlicité se entrega con esa inocencia de las personas que todavía creen que la condición humana, que no hay segundas intenciones ni maldad en el ser humano, también de alguna manera Gregor Sansa también es como Félicité, también tiene este convencimiento, y de ahí el desengaño que podemos decir que tiene con su familia a la que ha dado todo lo que tenía y en la que ha pensado antes que en él, por ejemplo su propio padre al que le daba dinero para pagar una deuda contraída por este, y este no diciéndole que no lo había perdido todo, que tenía dinero ahorrado, y con lo que Gregor le daba aún ahorraba más, por lo tanto no hacía falta que trabajara tanto o tal vez no tendría que haber cambiado su trabajo en el almacén para irse de vendedor y estar fuera de su casa que no le gustaba nada y significaba un sacrificio para él:

‒ Estoy atontado de tanto madrugar ‒se dijo‒. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fonda para anotar pedidos, me los encuentro desayunando cómodamente sentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente, sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuese por mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a ver al director y le habría dicho todo lo que pienso. Se, caería de la mesa, esa sobre la que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, como es sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza. En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres ‒unos cinco o seis años todavía‒, me va a oír.[13]

Gregor piensa también en su hermana una adolescente de diecisiete años, quiere que vaya al conservatorio a perfeccionar el manejo del violín, aunque para ello tenga que trabajar más; su hermana como hemos visto más arriba en un principio sí que parece sentir empatía por su hermano, pero en verdad se coge la responsabilidad de Gregor para demostrar a sus padres que ya es mayor:

En los primeros tiempos, al entrar la hermana, Gregor se situaba precisamente en el rincón en que había más suciedad. Pero ahora podía haber permanecido allí semanas enteras sin que ella se hubiese aplicado más, pues veía la porquería también como él, pero al parecer estaba decidida a dejarla. Con una susceptibilidad en ella completamente nueva, pero que se había extendido a toda la familia, no admitía que ninguna otra persona se ocupase del arreglo de la habitación. Un día, la madre quiso limpiar a fondo el cuarto de Gregor. […] mientras Gregor yacía amagado e inmóvil debajo del sofá molesto por la humedad [él ya no cuenta]. Pero en cuanto notó la hermana, al regresar por la tarde, el cambio operado en la habitación, se sintió terriblemente ofendida, irrumpió en el comedor y, sin escuchar las explicaciones de la madre, rompió a llorar con tal violencia y desconsuelo que los padres se asustaron. El padre, a la derecha de la madre, le reprochó el no haber cedido por entero a la hermana el cuidado de la habitación de Gregor; la hermana, a la izquierda, dijo que ya no le sería posible encargarse de esa limpieza. La madre quería llevarse al dormitorio al padre, que no acababa de calmarse: la hermana, sacullida por los sollozos, daba puñetazos en la mesa [una rabieta de adolescente], y Gregor silbaba de rabia, poeque nadie se había acordado de cerrar la puerta para ahorrarle aquel espectáculo [ya no es un miembro de la familia, es algo que esta fuera].[14]

Ente ella y sus padres hay un vínculo estrecho, un vínculo paterno-filial, Gregor se siente al margen y por ello siempre está “melancólico”, tal vez esa melancolía sea recordando tiempos pasados cuando los cuatro estaban cada día juntos antes de ser él viajante.

Félicité como hemos dicho más arriba se entrega sin cortapisas, no se cierra al amor, pero este no se realiza en su vida, pues Théodore la engaña y la deja plantada. La primera fuente de amor que serían sus padres desde muy pequeña los perdió y no pudo recibir amor por su parte, tampoco de su familia. Victor el sobrino reaparecido parece ser el único amor familiar del que puede disfrutar Félicité y que en definitiva despierta sus instintos maternales:

Llegaba los domingos después de misa [Víctor], […] oliendo al campo que había atravesado. Félicité se apresuraba a ponerle la mesa. Almorzaban uno frente al otro, y, comiendo ella lo menos posible por ahorrar gasto, le atiborraba tanto de comida que el muchacho acababa por dormirse. A la primera campanada del toque de vísperas, le despertaba, le cepillaba el pantalón, le hacia el lazo de la corbata y se iba a la iglesia apoyada en el brazo con orgullo maternal.[15]

En el fondo, lo que aquí hace Félicité no se diferencia de las labores que hace en casa de Madame: atender a otros. Pero el amor ha transformado la “servidumbre” en cuidados maternales. La muerte del sobrino transforma esta pequeña alegría en una pena profunda, debemos hacer notar la ironía de este episodio, pues Félicité no se da cuenta que su amor no es un amor correspondido, ya que Víctor, igual a los padres de este, parece que lo único les interesa es el dinero y la comida que pudieran obtener de ella, el autor ya nos dice que: “era evidente que la explotaban”. Aunque en lo concerniente a la hermana, es decir la madre de Víctor, ella parece que sí se da cuenta de su conducta interesada y así tras recibir la noticia de la muerte del sobrino cuando Mme Aubain le propone que vaya a ver a su hermana ella contesta con un rotundo: “¡A ellos qué les importa!”
El otro gran amor de Félicité son Paul y Virginie, los niños de Madame, y también acaba mal, en
ambos casos.

En la búsqueda de amor Félicité también ama a su señora, el autor nos dice: “la quiso con una lealtad animal y una veneración religiosa”. Obviamente tampoco será un amor correspondido, aunque después de la muerte Virginie, ambas mujeres alcanzan una gran cercanía.
El único amor que no fracasa y que se mantiene imperturbable hasta su muerte, y más allá de ella, es, y otra vez la ironía, el de Loulou, el loro.

4. Conclusión.

Como hemos visto hay muchas similitudes en las dos obras. El proceso de animalización primero y el de cosificación después de nuestros protagonistas son evidentes, ambos se enfrentan a un mundo hostil, Félicité ya desde muy pequeña sufre abusos por parte de los granjeros que la acogen y Gregor a lo largo de toda la novela, desde un principio solo recibe violencia por parte del padre, no hay ni un solo gesto conciliador por parte de él, siempre que interactúan hay violencia por parte del padre. Ambos héroes tienen una familia que se aprovecha de ellos y ellos ingenuamente entregan todo lo que tienen. En ambos hay una deficiencia de comunicación con los demás, Gregor Sansa Piensa como un humano y siente como un humano de ahí su “melancolía” [depresión], pero se expresa como un animal y es incomprendido; Félicité se entiende mejor con los animales y sobre todo después de contraer la enfermedad que la deja sorda, lo que limita más todavía comunicación con los demás seres humanos, no así con el loro pues nos dice el autor que ella sentía la voz del loro y que gracias a esto podía “escuchar” a Mme. Aubain, pues el loro repetía lo que esta decía. Ambos tienen una muerte agónica y mueren en días soleados, Fëlicité claramente, pues muere en mayo y como todo el mundo sabe es el mes de las flores.



5. Bibliografía.

Flaubert, Gustave. (1973). Tres Cuentos. Diccionario de tópicos. Un corazón Simple. Barcelona. Editorial Seix Barral, S.A. Trad. Consuelo Berges.
Kafka, Franz. (1988). La Metamorfosis y otros relatos. Barcelona. Ediciones Orbis, S.A. Trad. Julio Izquierdo.
La méthode à l’oeuvre: Un coeur simple de Gustave Flaubert. Actas I Simposio internacional. (1992) Universidad de Barcelona. Barcelona. Edición de Alicia Piquer - Alain Verjat.
Martínez Salazar, Elisa y Yelin, Julieta [selección, edición e introducción]. (2013). Kafka en las dos orillas Antologia de la recepción crítica española e hispanoamericana. Zaragoza. Prensas de la Universidad de Zaragoza.
Stach, Reiner. (2003). Kafka. Los años de las decisiones. Madrid. Siglo Veintiuno de España Editores S.A. Trad. Carlos Fortea.








[1] Franz Kafka, (1988) La Metamorfosis y otros relatos. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona. Trad. Julio Izquierdo. p. 9
[2] Ibídem.
[3] Gustave Flaubert, (1973) Tres Cuentos. Diccionario de tópicos. Un corazón Simple, Editorial Seix Barral, S.A. Trad. Consuelo Berges p. 36
[4] Franz Kafka, La Metamorfosis y otros relatos, op. cit. p. 33
[5] Ibídem, p. 61
[6] Ibídem, pp. 61-62
[7] Ver: Adrián Huici, Un coeur simple, o la salvación por el imaginario. Dentro de La méthode à l’oeuvre: Un coeur simple de Gustave Flaubert. Actas I Simposio Internacional. (1992) UB. Barcelona. Edición de Alicia Piquer - Alain Verjat. p. 108
[8] Gustave Flaubert, Tres cuentos. Diccionario de tópicos. Un corazón simple, op. cit. pp. 64-65
[9] Gustave Flaubert, Tres cuentos .Diccionario de tópicos. Un corazón simple, op. cit. pp. 41-42
[10] Ver: Adrián Huici, Un coeur simple, o la salvación por el imaginario. Dentro de La méthode à l’oeuvre: Un coeur simple de Gustave Flaubert. Actas I Simposio Internacional. UB. Barcelona, op. cit. p. 110
[11] Gustave Flaubert, Tres cuentos. Diccionario de tópicos. Un corazón simple, op. cit. p. 35
[12] Ibídem p. 36
[13] [13] Franz Kafka, La Metamorfosis y otros relatos, op. cit. pp. 10-11
[14] Ibídem, pp. 58-59
[15] Gustave Flaubert, Tres cuentos. Diccionario de tópicos. Un corazón simple, op. cit. pp. 48-49

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