domingo, 4 de febrero de 2018

Estudio sobre la obra de António Tabucchi, Sostiene Pereira



Estudio sobre la novela de Antonio Tabucchi,  Sostiene Pereira[1].

La obra está ambientada en la Portugal de 1938, donde como en otros países europeos había un régimen autoritario: la Italia fascista de Mussolini, la Alemania Nazi de Hitler o bien estaban en proyecto de ser lo como es el caso de España que vivía una guerra civil fruto del alzamiento rebelde del General Franco y sus secuaces.
Tabucchi, en una nota a la décima edición italiana de la novela, dice que la obra está inspirada en un viejo periodista portugués exiliado que él conoció en París a finales de los años sesenta, y que años más tarde ya en Lisboa y por casualidad leyó en un periódico de la ciudad que había fallecido, este hecho hizo que lo recordara y viniese a su mente conversación que tuvo con él y de ahí surgió la novela.
Tabucchi nos sitúa la trama de la novela en Portugal –pues es un país que conoce muy bien por sus conocimientos de la lengua y la literatura portuguesa de la que fue profesor universitario en Siena–, es una novela narrada en tercera persona, con un narrador heterodiegético-objetivista, un narrador que nunca conoceremos. El narrador parece contar lo que ha sucedido como algo que le han explicado a él, como si el protagonista se hubiese entrevistado con el narrador y le hubiese explicado la historia, haciendo énfasis en algunos pasajes que explica y para marcar este énfasis el narrador recurre a la afirmación categórica de “sostiene Pereira”, afirmación que da título a la obra y produce un ritmo machacón sobre todo al principio de la novela.
 Es una obra de un claramente postmodernista, llena de innumerables referencias literarias y de autores, donde a modo de “escrutinio cervantino” el autor muestra una simpatía mayor o menor por ciertos autores, todos de literatura europea donde la mayor parte son franceses algunos del siglo XIX como: Balzac, Alphonse Daudet, Guy de Maupassant; pero también del siglo XX como: George Bernanos, Paul Claudel, François Mauriac o Jacques Maritain; literatos en lengua alemana como Thomas Mann o Rilke; italianos como Marinetti, D’Annunzio o Vico; españoles como García Lorca; portugueses como Fernando Pessoa – del que Tabucchi era un experto –, Aquilino Ribeiro, Eça Queiros, Camilo Castelo Branco o Camoens; Rusos como el poeta Futurista Vladímir Maiakovski; filósofos como Nietzsche, Marx o Hegel –¡alemanes todos!–. También hace alusión a artistas de otras disciplinas como al dibujante Vanguardista Bernardo Marques o el cineasta ruso Eisenstein.
La obra pretende ser una suerte de novela histórica, combinando hechos reales con hechos ficticios. Nombrando a personajes reales como el director del Secretariado Nacional de Propaganda del gobierno del dictador António de Oliveira Salazar, el periodista y escritor António J. Tavares Ferro. También habla de las tropas portuguesas que intervinieron en la Guerra Civil española, los “Viriatos” o del cardenal primado durante la Guerra Civil española el arzobispo de Toledo Isidro Gomá.
Tabucchi nos presenta como protagonista de la obra a un periodista maduro, con sobre peso, viudo, enfermo de corazón y anclado en el pasado, que es el director de la página cultural de un diario vespertino de Lisboa, el Lisboa. Un hombre católico  que le preocupa la muerte –y la resurrección de la carne en que no cree– y que habla con el retrato de su esposa muerta unos años antes del desarrollo de la trama. Con Pereira, Tabucchi nos hace recorrer las calles de Lisboa y nos conduce a ciudades de la costa portuguesa (no hay que olvidar que Tabucchi tenía doble nacionalidad y que residió en Lisboa).
 La relación con la muerte está presente en Pereira, como hemos dicho más arriba, su padre tenía un negocio de pompas fúnebres, su mujer enferma desde que la conoció en la Universidad de Coímbra y al final murió de tisis, él amenazado por su enfermedad cardiaca y su sobre peso, advertido por los médicos que debe hacer dieta para perder peso. Pero él solo come tortillas que le prepara la asistenta –de queso– o las que come a las finas hierbas (omelette) en el café literario Orquídea, donde entre limonadas cargadas de mucho azúcar, intercambia noticias sobre la situación política del Portugal autoritario de Salazar con el camarero del local, Manuel.
Pereira no se entera o no se quiere enterar de lo que pasa a su alrededor vive melancólicamente, ensimismado en su mundo y sus recuerdos de redactor de un importante rotativo lisboeta donde trabajó durante treinta años. Pero ahora no trabaja ni siquiera en una redacción, sino en un cuartucho con un ventilador que no le refresca nada y con olor a fritanga que sube desde la cocina de la portera por la escalera, portera que además es confidente de la policía. Sin embargo, cuando hay situaciones que lo incomodan o le ponen delante de la realidad, que parece querer evitar, le aparece el sudor para recordarle lo que está pasando y su actitud pasiva.
 La novela comienza en el despacho donde trabaja Pereira, preparando el suplemento cultural del Lisboa es día caluroso del verano de 1938, allí hojeando una revista católica, en sección de filosofía, Pereira descubre Francesco Monteiro Rossi, un joven filósofo que ha escrito un artículo sobre la muerte, articulo que es una parte de su tesis doctoral. Pereira se pone en contacto con él, para ofrecerle que colabore en la sección cultural de la que Pereira es director –y único redactor– Rossi en principio es reacio y además dice que la tesis leída es copiada, pero al final acepta colaborar porque necesita el dinero. Pereira quiere que haga para el diario –que el sábado publica la página cultural–, necrológicas anticipadas de grandes autores literarios.
Se entrevistan por primera vez en un local donde Monteiro Rossi canta viejas canciones napolitanas para ganarse algún dinero, canciones como el O sole mio; y entre refrescos Pereira hace una comparación entre  la literatura a la filosofía: “La filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad.”  La filosofía como lo abstracto, lo intangible; la literatura, bueno más que la literatura, la novela como crítica de la sociedad o con una función formadora al estilo de Lukács.
Rossi tiene una amiga-novia, que en el fondo es su ideóloga (de tendencia Marxista) y lo ha introducido en ambientes de resistencia a la dictadura Salazarista. Marta que es su nombre, a medida que avance la obra provocará en Pereira una toma de conciencia de la situación de represión política y cultural que sufre el país.
Pronto se verá que las colaboraciones que hace Monteiro Rossi son un desastre, son impublicables por un diario católico y en el régimen dictatorial de Salazar, con la censura periodística que hay. Escribe Monteiro Rossi, artículos donde ensalza la figura por ejemplo de poeta García Lorca, asesinado un año antes de la época en que se situara novela, criticando a los asesinos y por extensión a Franco que era aliado de Salazar. Hay que decir que aquí Tabucchi comete un error de fechas, pues comenta en la Página 33 de la novela en el artículo de Monteiro Rossi que: García Lorca había tomado como blanco de sus dardos a la España catolicísima en su obra La casa de Bernarda Alba, y es imposible que Monteiro Rossi conociera esta obra de Lorca, pues fue escrita en 1936, sí dos años antes de la fecha de nuestra historia, pero no se publicó y representó hasta 1945 en Buenos Aires por medición de Margarita Xirgu. También, por cierto, el confesor de Pereira, el padre Antonio critica a Franco por la muerte de curas vascos asesinados a manos de los Nacionales. En otros artículos Rossi hace todo lo contrario, críticas feroces y cargadas de militancia, como a Marinetti el poeta futurista italiano que en la época que se ambienta la novela aún estaba vivo o Grabiele D’Annunzi
       […] Amo el lujo, la vida mundana, la grandilocuencia, la acción. […] amante de la            morbosidad y el erotismo. Del filósofo alemán Nietzsche extrajo el mito del superhombre, pero lo redujo a una visión de la voluntad de poder de ideas estetizantes      destinados a componer el calidoscopio coloreado de una vida inimitable. Fue             intervencionista en la gran guerra, enemigo convencido de la paz entre los pueblos.           Protagonizó empresas belicosas […] Contemplo con agrado el fascismo […] Fernando      Pessoa lo había apodado “solo de trombón” […] La voz que de él nos llega, en efecto,      no es el sonido de un delicado violín, sino la voz atronadora de un instrumento de             viento, de una tromba retumbante y prepotente.[2]
 Lo cierto es que Pereira no destruye ninguna de las críticas de Monteiro Rossi, las guarda en una carpeta con el epígrafe Necrologicas. Es como si pensase Pereira que algún día las pudiera publicar, quizá cuando la situación política cambie.  
Pereira se va unos días a las termas de Buçaco, a aplicarse los baños de fangos, sabe que verá al director del periódico y no le hace mucha gracia, pero por otro lado también verá a un antiguo compañero de facultad que trabaja de profesor de literatura, Silva. Pereira se lleva una gran decepción cuando comprueba que si excompañero de estudios es lo que podríamos llamar un “estoico”, todo lo que sucede le parece bien mientras no le afecte directamente a él, y además las cosas son como son y él no puede hacer nada para evitarlo – sostiene.
       Silva le miró y dejó el tenedor. Escúchame con atención, Pereira, dijo Silva, ¿tú crees        aún en la opinión pública?, pues bien, la opinión pública es un truco que han inventado         los anglosajones, los ingleses, los americanos, son ellos los que nos están llenando de mierda, perdona la expresión, con esa idea de opinión pública, nosotros no hemos tenido       nunca un sistema político, no tenemos sus tradiciones, no sabemos qué son los trade             unions, nosotros somos gente del Sur, Pereira, y obedecemos a quien grita más, a quien     manda. Nosotros no somos gente del Sur, objetó Pereira, tenemos sangre celta. Pero        vivimos en el Sur, dijo Silva, el clima no favorece nuestras ideas políticas. Laissez faire,            laissez passer, es así como estamos hechos […] nosotros siempre hemos tenido              necesidad de un jefe, todavía hoy necesitamos un jefe.[3]
 Pereira marcha de las termas con un regusto amargo, se va en un tren de regreso a Lisboa, en el mismo compartimiento va una señora que está leyendo un libro de Thomas Mann en alemán, eso le llama la atención, pero cuando viene el camarero comprueba que habla bien el portugués y cómo ve que viaja sola, le pregunta sí podrían comer juntos, la señora accede y durante la comida le dice que es alemana, pero sus orígenes son portugueses, que se apellida Delgado y que es judía. Para ella ni Portugal ni Alemania, por su condición de judía es un buen lugar para vivir, así que se exilia a Estados Unidos. Pereira dice a Sra. Delgado que ha observado que lee a Thomas Mann y que él es un admirador de su obra, la Sra. Delgado dice que Mann no está contento con lo que sucede en Alemania y Pereira  que él tampoco está contento con lo que pasa en Portugal, “pues entonces, haga algo” le dice la Sra. Delgado.
De regreso a Lisboa y a la redacción, Pereira tiene noticias de Monteiro  Rossi, que le pide una cita. En la cita Rossi le dice a Pereira que tiene un problema, el problema es que ha venido un primo italiano desde España para reclutar combatientes portugueses para la Guerra Civil española. Pereira la ayuda a ocultarlo dándole la dirección de una pensión de mala muerte, pero tranquila y pagando la estancia del primo en dicha pensión. Pereira piensa en la Sra. Delgado, cuando se refería hacer algo, lo estaba haciendo. En este pasaje Tabucchi juega de nuevo con el lector y hace un guiño metaliterario, el primo que lleva pasaporte falso, argentino, y se ha cambiado su nombre Bruno Rosssi por el de Bruno Lugones, Lugones como el poeta y escritor argentino Leopoldo Lugones. También hace el mismo juego con Marta que debe cambiarse el nombre porque la busca la policía política de Salazar la PIDE (Polísia Internacional e de Defesa do Estado). Marta se cambia no solo el apellido, sino también el nombre, pasará a llamarse Lise Delaunay, Delaunay como la pintora Vanguardista Sonia Delaunay, contemporania de la historia que nos ocupa. Tabucchi obliga al lector a estar atento a todos estos juegos, aunque he de decir que la novela encuentro que está sobrecargada de referencias.
Pereira va a pasar unos días a una clínica talasoterapéutica en Parede, por recomendación de su médico, allí conoce al Dr. Cardoso que ha estudiado en Francia. El doctor Cardoso le hace unas preguntas que incomodan a Pereira en la primera entrevista que tiene, le hace comprender que las preguntas son para determinar su estado de salud desde lo físico y lo mental, la relación de la psique con lo corpóreo. El  Dr. Cardoso le dice que ha leído diferentes  artículos escritos por  Pereira entre ellos la efemérides de  la muerte de Pessoa y una traducción de un cuento de Maupassant hecha por el propio Pereira, él –Pereira– le comenta que está preparando la traducción de Honorine de Balzac, un relato como dice Pereira que va sobre el arrepentimiento. Tabucchi en diferentes partes de la novela muestra la obsesión por el arrepentimiento de nuestro protagonista, como en el fondo se tuviera que arrepentir de haber llevado la vida que ha llevado o de no haber hecho otras cosas en la vida, por tener una mujer enferma, por su cultura católica, por llevar una vida sin pasarse de los límites de lo correcto dentro de una sociedad pequeño burguesa. Pereira se refiere al arrepentimiento como: “un mensaje en una botella que alguien recogerá“–lo del mensaje en la botella también es una comparación que utilizan muchos literatos, por ejemplo Paul Celan en un discurso de agradecimiento por un premio al definir su poesía la compara con “un mensaje en una botella que alguien cogerá”[4]–. La aparición de la pareja Monteiro Rossi/Marta le despiertan ese sentimiento de que tiene que salir de las reglas de lo políticamente correcto, y el comienzo es quizá cuando antes de llegar a la clínica, se baja del tren en una playa, alquila un bañador y para demostrar al socorrista –que antes se había reído de él– que podía nadar como un  joven se fue hasta una boya alejada de la playa arriesgándose a que le sucediese algo por su condición de cardiópata.
El doctor Cardoso le habla a Pereira de Théodule Ribot y Pierre Janet, médecins-Philosophes, psicólogos-filósofos (a finales del siglo XIX la Psicología era una rama de la filosofía en Francia), que propugna la teoría de la confederación de las almas. Dice el Dr. Cardoso, refiriéndose a la teoría de los dos pensadores franceses: “creer que somos <<uno>> que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única.”[5]
El Dr. Ribot y el Dr. Janet, fuero precursores del psicoanálisis freudiano, ya hablaban en sus tesis de un yo hegemónico, tomadas más tarde por Freud, aunque este lo negara.
Todo esto de varias almas, controladas por un yo hegemónico actual que será sustituido por otro yo evolucionado y que se convertiría en el nuevo yo hegemónico      –no necesariamente a mejor–, por la experiencia y las circunstancias que van cambiando a lo largo de la vida, no acaba de convencer a Pereira, y en una conversación con su confesor, el padre António, dice a este, que para él cambiando el término alma por el de personalidad es más comprensible esta teoría, porque sí que está convencido que no tenemos una única personalidad.
De regreso  a Lisboa Pereira, al incorporarse al trabajo, recibe la llamada del director del diario, felicitándole por el aluvión de cartas recibidas a raíz de la publicación de la traducción de Honorine, pues había tenido mucho éxito de público. Pereira piensa que quizá alguien habrá recogido el mensaje de arrepentimiento dentro de la botella que él ha enviado, pero estaba seguro de que el director no podía recoger el mensaje dentro de la botella. El director al que el doctor Cardoso de fine como: “un personaje del régimen, que aparece en todas las ceremonias oficiales y cómo alza el brazo, parece que quiera lanzarlo como una jabalina.”
El doctor Cardoso lo va a visitar a Lisboa, le felicita por una traducción que ha publicado en el diario,  La última lección de Alphonse Daudet, un cuento que acaba con un “Viva Francia” en contra de Alemania,  y que la censura ha dejado pasar a pesar de la afinidad de Portugal con la Alemania Nazi y que Francia es enemigos de estos. La publicación le traerá a Pereira una llamada de atención del director del diario, pues hay que publicar cosas patrióticas, pero portuguesas y no publicar tanto autor francés. Le recomienda que publique algo de Eça de Queirós o Camilo Castelo Branco.
En su visita, Dr. Cardoso vuelve a hablarle de términos freudianos como: superego o el yo hegemónico; le dice que tiene que pasar página, tiene que “elaborar el luto” vivir presente y dejar atrás el pasado superar la muerte de su mujer y dejar de hablarle al retrato como si estuviera viva todavía. Pereira se queda pensativo, sabe en el fondo el Dr. tiene razón, que debe dar un paso adelante en todos los sentidos; ya él va tomando conciencia de que Portugal es un país que tiene un régimen autoritario, y que las libertades más esenciales se vulneran. Ya lo sabía, pero no quería reconocerlo.
La circunstancias le dan la oportunidad de hacer ese paso adelante y comprometerse con la causa del joven Rossi, este va a su casa y le pide refugio, Pereira se lo da sin pensarlo un momento, los miedos que tenía parecen haber desaparecido, también por un sentimiento de rabia ante el totalitarismo y su sistema de control del espacio público por parte del gobierno Salazarista. La policía descubre que Monteiro Rossi está en casa de Pereira, van tres secretas a su casa, golpean a Pereira para que les diga dónde está el joven, y lo descubren en la habitación. Uno de los policías, el que manda, se queda con Pereira, y le dice que sabe que es una buena persona, un poco afrancesado quizá, pero una persona que el régimen no ve como peligrosa. Los otros dos policías se van a la habitación con Monteiro Rossi, allí lo torturan hasta la muerte. Pereira descubre el cuerpo machacado del joven por los golpes y lo cubre con una sábana. El viejo periodista escribe un artículo explicando toda la verdad de lo sucedido, de cómo han matado a un joven a golpes. Ayudado por el doctor Cardoso ingenia una estrategia para burlar las reticencias del maquinista de las prensas y así poder publicar el artículo y lo firma como Pereira como cuando trabajaba en anterior diario, en la página sucesos –en el suplemento cultural no lo hacía, para que pareciera que había un equipo y no el solo.
Sabe Pereira que tendrá que huir, exiliarse de Portugal, así que después de llevar el artículo a prensas, se fue a su casa cogió una pequeña maleta, la carpeta de las necrológicas escritas por Monteiro Rossi, rebuscó entre los pasaportes que le dio Rossi para que los escondiera, vio que había uno que se le ajustaba a su edad y lo cogió, era un pasaporte francés con el nombre de Françoise Baudin. Lo último que metió en la maleta el retrato de su mujer boca arriba para que respirara bien.
Un final poco creíble, ya que con la impunidad que suelen “trabajar,” las policías políticas de los diferentes regímenes autoritarios, lo más lógico es que se lo hubiesen llevado tanto a uno como al otro a la comisaría o algún lugar secreto, en el caso que no se lo llevaran, que quisieran matar de una manera “extra oficial” a Monteiro Rossi, también habrían matado a Pereira para no dejar testigos y menos un periodista que puede tener contactos fuera de Portugal. Porque ¿cómo habría podido explicar la muerte de un joven en su casa Pereira? Es evidente que es poco creible.



[1] Antonio Tabucchi, (1996) [1995]. Sostiene Pereira. Barcelona. Ed. Editorial Anagrama, S.A.
[2]  op.cit.. p. 80-81
[3] op. cit. p. 55.
[4] Paul Celan. (2002) Obras completas. Discurso con motivo de la concesión del premio de literatura de la ciudad libre Hanseática de Bremen. Trad. María José Reina Palazón. 3ª ed. Madrid. Ed. Trotta. p. 498
[5] Antonio Tabucchi, (1996) [1995]. Sostiene Pereira. Barcelona. Ed. Editorial Anagrama, S.A.

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